¡Es la revolución! - Alfa y Omega

¡Es la revolución!

Javier Alonso Sandoica
Foto: Laura González Alonso

Revolución es una palabra que llena la boca del adolescente, porque lleva imaginario de mucha barricada, de conflicto, de ardor, de ese lote de asuntos que merecen una agitación, y nadie se agita tanto en la tierra como un adolescente. El espíritu revolucionario proclama: como las cosas no van bien, hagamos todo de nuevo. Ibsen nos regaló una cita muy culta del término revolución sirviéndose del ajedrez: «No te digo que nos olvidemos de la última jugada, sino que volquemos todas las piezas del tablero». Empezar desde el cero absoluto, ese es el sueño de toda revolución, un ground zero, un folio en blanco, un ajuste de cuentas con el pasado. Pero la historia nos ha enseñado que las revoluciones acaecen después de un proceso de violencia, porque de otra manera no se pueden hacer las cosas como es debido. La revolución es muy puritana, no soporta la permanencia de la realidad anterior, por eso, como en un proceso de amnesia, no deja en pie la memoria. Pero revolucionario no es solo aquel que anda por la vida con mochila y mosquetón, sino quien prefiere volar los puentes antes que tenderlos, o romper relaciones con la persona a quien juró fidelidad porque es incapaz de renovar, reformar, replantear, reemprender, esos términos que son más costosos pero no terminan en un paisaje desolado. El prefijo re-, por cierto, es antirrevolucionario por naturaleza. Al revolucionario incruento e inadvertido le gusta la novedad absoluta, no el re-ciclaje.

Giovanni Sartori es especialista en ciencia política y muchas más cosas; es experto en ingeniería constitucional comparada, que vete tú a saber lo que es eso de ingeniería constitucional. En junio apareció en Italia, en la editorial Mondadori, un libro que recoge diez lecciones de «nuestra sociedad en peligro». Su título: La corsa verso il nulla, algo así como La carrera hacia ninguna parte. Allí hay un capitulito sobre la revolución. Sartori habla del peligro de la «cultura de la revolución», que va más allá de un proceso revolucionario político. «La definición política de revolución –dice– configura una acción que debe terminar en un momento preciso. Pero hay una definición más amplia de revolución como proceso que no termina nunca, una revolución permanente». Dice que se ha instalado entre nosotros, hombres de la modernidad, una «cultura de la revolución», de que nada cambia sin ruptura. Romper es sencillo, apenas dura. En cambio recomponer es costoso, pero intuimos que es vocación más humana.