Una Europa vacía por dentro - Alfa y Omega

El órdago a la grande nos permite, por ahora, seguir vivos. Lo resumía, el lunes, un editorial de ABC: si cae España, toda Europa irá detrás, porque nuestra economía representa más del 11 % de Producto Interior Bruto europeo, y la caída arrastraría de inmediato a Italia. A ese argumento se aferra el Gobierno, que se resiste como gato panza arriba a pasar a la Historia como el de vida más breve de la democracia.

En clave tragicómica, escribía José Eulogio López, en Hispanidad: «Una amiga me hace la pregunta: ¿Debo retirar mis ahorros de Bankia?No, respondo… Bankia es ahora el banco más seguro del mundo…, porque su seguridad la vamos a pagar entre todos… —¿Y si quiebra el Estado?, inquiere mi amiga. —Entonces quiebra el euro, quiebra Europa y luego el mundo mundial. Y si quiebra el mundo estamos ante una guerra nuclear. Y si comienza una guerra nuclear, ¿para qué preocuparte de tus ahorros? Y entonces viene lo bueno de la historia, la conclusión de mi interlocutora: —Sí, creo que eso es lo que va a ocurrir».

España ha vivido unos días de infarto, empujada a aceptar un rescate para reflotar Bankia —y, seguramente, alguna otra entidad más—, por un contubernio compuesto por el Financial Times, el Banco Central Europeo, la Comisión y, orquestando toda la operación, la canciller Angela Merkel. Con la prima de riesgo en la estratosfera, Luis de Guindos acudió a Berlín a pedir auxilio a Wolfgang Schäuble, y tuvo que marcharse por la puerta de servicio del Ministerio de Finanzas. La canciller se presentaba, poco después, en público con tono conciliador, pero el mensaje era demoledor: España debe atender las recomendaciones de la Comisión. En otras palabras: la reciente reforma laboral es insuficiente; la banca debe cubrir más sus riesgos, aun a costa de perder toda esperanza de reactivar el crédito; hay que subir el IVA ya; la jubilación a los 67 años debe entrar en vigor de inmediato…

La pregunta en el aire, que La Razón formula a varios analistas, es: «¿Cuánto aguantará España?». Se dispara la fuga de capitales hacia Alemania, que se financia a mínimos históricos, por la desconfianza de los inversores hacia el Sur de Europa. La Bolsa de Madrid está por los suelos, con 23 de los 35 grupos del Ibex «por debajo de valor contable», según El Mundo. España está en venta y a precio de saldo. Y mientras llega o no llega Eurovegas, los jóvenes mejor formados emigran. Cunde el pánico. El Gobierno intenta que aflore el dinero negro y «el ladrillo —cuenta El Mundo— apunta hacia las últimas playas vírgenes», desde Tarifa a Mallorca. Lo poco que queda de naturaleza en las costas puede tener los días contados.

¿Qué nos ha pasado? Gabriel Albiac, en ABC, da este diagnóstico: «a) sistema financiero podrido, b) casta política bajo sospecha, c) instrucción pública extinta»…, todo lo cual apunta al sistema autonómico, que ha permitido a los partidos políticos, con la complicidad de los sindicatos, colonizarlo todo. «La ficción no puede sostenerse», escribe. «No pudo sostenerse nunca, pero el dinero que inyectaba Europa nos permitió mirar hacia otra parte. Se acabó ese dinero, y la ruina nos enfrenta ahora a nuestro absurdo».

El problema es que, a esa «España invertebrada», como escribe Secondat en El Mundo, «se añade en estos momentos la invertebración de Europa». Lo advertía el entonces cardenal Joseph Ratzinger, en el año 2000, en su célebre conferencia Europa, política y religión. Vivimos «una paradójica sincronía: a la victoria del mundo técnico secular posteuropeo, a la universalización de su modelo de vida y su forma de pensar, va unida la impresión de que el mundo de valores de Europa, su cultura y su fe, en los que descansaba su identidad, están acabados y en realidad han sido ya abandonados… En esta hora de su máximo éxito, Europa parece vaciada por dentro».

¿Sobrevivirá Europa vaciada por dentro a la crisis? Ha sido un respiro la victoria del en el referéndum irlandés sobre el pacto fiscal, pero en Irlanda ha triunfado, sobre todo, un profundo desencanto. Y qué decir de Grecia, que amenaza con suicidarse en las elecciones del 17 de junio.

Proseguía el cardenal Ratzinger: «El entusiasmo inicial por el retorno a las grandes constantes de la herencia cristiana», que caracterizó a los fundadores del proyecto comunitario, «se ha esfumado rápidamente, y la Unión Europea se ha llevado a cabo casi exclusivamente en aspectos económicos».

El debate ya no es ahora el déficit democrático de la UE, o el desencanto de los ciudadanos. Nos conformamos con una unión bancaria. Es lo que piden los mercados.