Sangre de mártires, semilla de nueva evangelización - Alfa y Omega

Sangre de mártires, semilla de nueva evangelización

El XIII Congreso Católicos y Vida Pública ha mirado hacia la Iglesia perseguida, como modelo y estímulo para la nueva evangelización de Occidente. Uno de los relatos más impactantes fue el de Regina Lynch. Tenía 17 años cuando los padres de una amiga, compañera de clase, fueron asesinados por un grupo terrorista protestante, en Irlanda del Norte. Un pensamiento le persiguió durante mucho tiempo: «¿Cómo reaccionaría yo si alguien me apuntara una pistola y me pidiera que confesara mi fe?». Desde que trabaja en Ayuda a la Iglesia Necesitada, especialmente en los últimos años, como directora Internacional de Proyectos, ha podido constatar que millones de católicos se juegan a diario la vida por su fe. La vieja pregunta de juventud ha vuelto a su mente, pero con una perspectiva bien distinta. «Es como un retiro, cada vez que visito estos países», confesó

Ricardo Benjumea

Libertad religiosa y nueva evangelización son dos temas de máxima prioridad hoy para la Iglesia: lo resaltó, en la inauguración del Congreso Católicos y Vida Pública, el presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, don Carlos Romero, el viernes, en la Universidad CEU San Pablo, de Madrid. Este año comenzó marcado por matanzas de cristianos en Egipto e Irak. El Papa tuvo un recuerdo especial hacia la Iglesia perseguida, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero. Pero Benedicto XVI denunció, además, el escarnio cultural que sufren los cristianos en Occidente. Subraya el presidente de los propagandistas: «Se presume de pluralismo y tolerancia, pero al mismo tiempo se intenta impedir que la religión tenga influencia en la vida social». Con todo, no es eso lo primero que debería preocuparnos, sino más bien el hecho de que «hoy es fácil constatar entre nosotros que el modo secularizado de entender la vida ha dejado huella en el comportamiento cotidiano de muchos cristianos».

Ni la propia Iglesia es inmune a la epidemia laicista. De ahí la importancia de fijar la mirada en todos esos cristianos que se juegan la vida, cada día, por su fe. La conferencia internacional sobre diálogo religioso, celebrada el pasado mes de agosto en Hungría —resaltó el nuncio, monseñor Renzo Fratini, en el acto inaugural del congreso— estimó en 105 mil el número de cristianos que mueren cada año como consecuencia directa e inequívoca de su fe.

Regina Lynch sugirió, incluso, cierta relación causal entre el adormecimiento del cristianismo en Occidente y la intensificación de la persecución de los cristianos a manos de fundamentalistas islámicos o hinduistas. El problema no es ya sólo la falta de sensibilidad en las cancillerías de Europa y Norteamérica ante esa violencia. Monseñor Sako, obispo caldeo de Mosul, en Irak, ha sido el último en trasladarle una advertencia, que la responsable de Ayuda a la Iglesia Necesitada ha escuchado en varias ocasiones, durante sus viajes: «Cuando los creyentes de otras religiones ven que no vivimos nuestra fe como cristianos auténticos en Occidente (que en esos lugares —puntualiza— se sigue identificando con el cristianismo), pierden el respeto por sus vecinos cristianos, a quienes consideran, con más motivo ahora, infieles, por pertenecer a una Iglesia en decadencia».

¿De dónde nace la fe de los cristianos perseguidos?

No todo Occidente es tierra baldía. Hay numerosos signos de esperanza. «Cualquiera que haya estado en la JMJ de Madrid lo sabe». Sin embargo, es en Oriente, en países de mayoría islámica, o en dictaduras comunistas, donde la Iglesia está escribiendo en la actualidad las páginas más fecundas para la Historia. Así lo cree Regina Lynch, directora Internacional de Proyectos de Ayuda a la Iglesia Necesitada, que considera una asignatura obligatoria para los cristianos de lugares como Europa conocer los testimonios de martirio que siguen produciéndose hoy en buena parte del mundo. No es posible, piensa, que muchos visiten como turistas Egipto, Cuba, o incluso Tierra Santa, «sin darse siquiera cuenta de lo que está ocurriendo allí con los cristianos». El testimonio de los cristianos perseguidos —añade— debe suponer para nosotros «la obligación de vivir de modo más auténtico nuestra fe, para que su sufrimiento no haya sino en vano y su sangre se convierta realmente en semilla de la Iglesia».

El relato que ofreció en la tarde del sábado, Regina Lynch comienza en 1982, en Guinea Conakry, entonces bajo un régimen comunista que había expulsado a todos los misioneros y encarcelado al obispo de Conakry. Su sucesor, el actual Presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum», el cardenal Robert Sarah, resistía, sin embargo, con mucha paz, confianza en Dios e importantes dosis de buen humor.

De ahí pasó Lynch a la China de 1997. Toda una generación de obispos y sacerdotes había muerto en campos de trabajos forzados. La situación había mejorado en comparación con los tiempos de la revolución cultural, pero seguían —siguen hoy— las detenciones en mitad de la noche y el traslado a lugares desconocidos, para aquellos que se niegan a adherirse a la Asociación Patriótica, la estructura pseudoeclesial controlada por el régimen. Con la mochila a cuestas, los obispos se ven obligados a viajar constantemente, y celebran misas clandestinas en domicilios privados. «¿Cómo puede usted tolerar esto?, le pregunté a un obispo. Me dio una respuesta que me llevó a examinar mi propia fe: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen».

Igual de desarmante para ella fue la respuesta de Yussuf, un campesino de Pakistán, denunciado en 2006 por quemar páginas del Corán. El denunciante era un hombre a quien había ganado a las cartas, pero la policía, en lugar de indagar, torturó a Yussuf, le colgó de los pies durante 7 horas y le amenazó con seguir sometiéndole a suplicios hasta que se convirtiera al Islam. Se salvó de la muerte gracias a la presión internacional y a la campaña que organizó Ayuda a la Iglesia Necesitada, pero Yusuff, que no sabe leer ni escribir, quita mérito a su resistencia, con palabras similares a las que Regina Lynch escuchó más de una vez entre cristianos de Pakistán: «Mi sufrimiento no es nada comparado con el de Cristo».

De Pakistán, el relato pasó a Orissa, en la India. Uno de sus protagonistas es la Hermana Mina, monja secuestrada y repetidas veces violada durante los terribles días de 2008, que dejaron 70 muertos y más de 150 mil desplazados, muchos de los cuales todavía hoy no han podido volver a sus hogares y probablemente nunca lo hagan. La violación fue un mal menor para la Hermana Mina, después de que un valiente evitara por los pelos que la religiosa fuera asesinada, junto a un sacerdote mayor, tras ser ambos paseados semidesnudos por un pueblo y rociados con gasolina para ser quemados. «No es fácil perdonar a mis atacantes —confesó—, pero ¿qué sentido tendría mi fe cristiana si no puedo perdonar?»

La frase le recordó a Lynch a otra similar que había escuchado de labios del cardenal Van Thuân, ya en Roma, como presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz. En Vietnam, el cardenal había pasado 13 años en la cárcel por su fe, pero él decía: «Jesús me ha enseñado a amar a todos. Si no lo hiciera, dejaría de ser digno de ser llamado cristiano».

¿Y cómo se alimenta esa impresionante fe de todas estas personas? «Es muy importante la familia, que permanece intacta» en aquellos lugares, dice Lynch, y así hace posible la transmisión de la fe. También es esencial la comunión, y el testimonio de los sacerdotes, Hermanas y laicos animadores en las parroquias. Y el amor al Papa, hoy Benedicto XVI, y antes Juan Pablo II. «La gente quiere mucho al Papa, quizá más que nosotros», resalta la responsable de Ayuda a la Iglesia Necesitada, que precisamente ha vivido en una parroquia humilde de Cuba el anuncio del próximo viaje del Papa, y da fe de la alegría con que ha sido recibido. Y todo ello tiene origen en la oración. Cita Lynch, en particular, el ejemplo de la Adoración perpetua al Santísimo Sacramento, y cómo se propaga en lugares como Orissa.

No le extraña, por tanto, que, cuando pregunta a cristianos perseguidos qué puede la Iglesia en Occidente hacer por ellos, la primera respuesta, casi siempre, sea: «Rezad por nosotros». Ayuda a la Iglesia Necesitada está plenamente contagiado de esta mentalidad, contó con una sonrisa Regina Lynch. La filosofía del fundador, el padre Werenfried van Straaten, era que lo primero es la oración, y lo demás vendría por la Providencia. «Simplemente, ofrecía ayuda, sin saber si íbamos a tener después o no el dinero. Y así seguimos trabajando hoy. Pero, en todos estos años, al final nunca hemos llegado a un punto en el que no pudiéramos hacer frente a una ayuda comprometida», constata.

Emergencia educativa

Ésta es la situación en Occidente, según la descripción de monseñor Fratini: «Se quiere eliminar a Dios del horizonte de nuestras sociedades» e «impedir que los creyentes actúen de acuerdo con sus convicciones». Ante esta situación, el embajador del Papa resaltó la importancia del testimonio público y la necesidad de intensificar los esfuerzos en el «empeño fundamental de la educación en la fe». Y, en este sentido, aludió a los lineamenta u orientaciones para el próximo Sínodo de los Obispos, centrado en la nueva evangelización, en los que se denuncia que la educación «tiende en gran medida a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades, o capacidades para hacer, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas con objetos de consumo y con gratificaciones efímeras».

Y apostilló el nuncio: «Aquí está la emergencia educativa. Ya no somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es nuestro deber transmitirles».

Un momento del acto inaugural del XIII Congreso Católicos y Vida Pública, en el Aula Magna de la Universidad CEU San Pablo.

Monseñor Fratini destacó la relación entre libertad religiosa y búsqueda de la verdad, que precisamente fue el aspecto central en la primera ponencia del Congreso, a cargo de don Francesco D’Agostino, director del Departamento de Historia y Teoría del Derecho, de la Universidad Tor Vergata, de Roma. El liberalismo ha pretendido relegar las creencias al ámbito de la intimidad, lo que las condena a la «irrelevancia pública», al igual que la propia idea de verdad.

En este contexto ideológico —denunció doña Eugenia Relaño, asesora de la Oficina del Defensor del Pueblo, en una mesa redonda inmediatamente posterior, sobre Laicidad, laicismo y convivencia—, se propaga incluso la mentalidad de que «la religión contamina el espacio público». El presidente de esa mesa, el catedrático de Filosofía y propagandista don Teófilo González Vila, precisó que, en España, como en otros países occidentales, el Estado pierde su neutralidad religiosa cuando promueve el laicismo. «No es lo mismo no profesar religión alguna que profesar la no religión», matizó.

Además, se ha dicho

Claro José Fernández-Carnicero, vocal del CGPJ: «Se está confundiendo la búsqueda de intereses particulares con un derecho humano. Los llamados nuevos derechos no son más que retórica anestesiante fruto de la exhibición ideológica. Y su efecto más dañino es el debilitamiento de los propios derechos fundamentales».

Luis Peral, senador: «Al amparo de corrientes positivistas, se estén estableciendo pretendidos nuevos derechos sociales con el único fundamento de una mayoría parlamentaria».

Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho (Universidad de Sevilla): «Es lamentable la estigmatización de confesionalidad que pesa sobre los católicos cuando éstos exponen sus argumentos, aun cuando lo hagamos desde planteamientos estrictamente racionales en los que no se mencionan cuestiones de fe».

Javier Zúñiga, economista: «La libertad en la empresa es válida en la medida que su ejercicio contribuya al bien común, a la solidaridad de todos aquellos que nos encontramos en su entorno económico. Libertad sí, pero responsable, para que el empresario sea buen empresario».

Alfonso Aguiló, director del colegio Tajamar: «La comunidad educativa de los centros confesionales, padres incluidos, deben vivir el ideario, algo que debe servir para algo más que para salir en la página web del colegio. También es necesario llamar la atención sobre el efecto demoledor sobre la educación que tienen las rupturas familiares; hoy, es fácil que un alumno viva dos divorcios de sus padres a lo largo de su etapa escolar».

Emergencia social

Pero la secularización de Occidente no es un asunto que debiera preocupar sólo a los creyentes. Por un lado, aumentan los casos en los que se viola el derecho fundamental a la libertad religiosa, como en nuevos e injustos límites a la objeción de conciencia, o en la imposición de determinados programas educativos. Por otro, «la descristianización en el mundo occidental» ha provocado efectos sociales de enorme magnitud. Con la mirada puesta en el Reino Unido, se refirió a este asunto el historiador, filósofo y antiguo profesor de Oxford Matthew Fforde, que enseña ahora en la Libera Università Assunta, de Roma. «Ésta es una cuestión que rara vez se plantea, quizá porque quienes están a favor de la secularización no tienen el menor deseo de contemplar los efectos negativos de aquello por lo que han abogado», afirmó.

Una característica llamativa de esa secularización ha sido la «extraordinaria velocidad» con que se ha producido «un repudio de nuestra fe ancestral». El resultado —dijo este profesor, citando a Lord David Alton— ha sido «una sociedad huérfana» de tradiciones y llena de «familias rotas», materialista, desorientada y desocializada; «una auténtica crisis de nuestra civilización», en definitiva.

Procesión del Corpus, en Toledo

Consecuencia directa de todo ello es el debilitamiento de la familia nuclear, con el aumento de los divorcios, fenómeno que ha ido acompañado de «una retirada del entorno familiar periférico», con lo que se ha multiplicado el número de hogares habitados por una sola persona (en 2016, se estima que lo serán el 36 % de los hogares de Inglaterra y Gales). Fforde ve en estos datos la clave del aumento de las conductas antisociales y delitos violentos producido en las últimas décadas.

Menos evidente para muchos son las consecuencias políticas de la pérdida de referentes tradicionales y el debilitamiento de la familia. El resultado ha sido la «caída generalizada de la legitimación y prestigio de las instituciones políticas, los partidos y los propios políticos», de la que no se libra tampoco la sociedad civil, con un «movimiento de retirada de la tradicional afiliación participativa y la interacción» en sindicatos o asociaciones, según describió el profesor británico.

Todo ello se ejemplifica claramente en el dato de que, mientras que, si en 1959 el 56 % de los británicos admitía que «la mayoría de la gente es de fiar», en 2000 la cantidad había descendido al 45 %. No puede así sorprendernos «el hecho de que muchos de los hijos de la postmodernidad son hijos infelices», ni la «creciente epidemia de depresión» (la cantidad de antidepresivos recetados en Inglaterra —explicó— aumentó, de los 9 millones en 1991, hasta los 24 millones en 2001).

Revertir esa tristeza y dar razones para la esperanza debe ser uno de los resultados que produzca la nueva evangelización. «La fe —había dicho, el viernes, el nuncio monseñor Renzo Fratini— no puede sino traer la esperanza y la alegría al mundo». Y lo dijo en un Congreso que, cada año, se hace coincidir con la solemnidad litúrgica en la que se recuerda que, pase lo que pase, Jesucristo es el Rey del Universo.

Un compromiso constante de fidelidad

El Congreso Católicos y Vida Pública se clausuró el domingo, solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, con la Eucaristía presidida por el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela. En ella, se leyó un mensaje del Papa, en el que invita a los participantes del encuentro a «renovar el compromiso constante de ser fieles a las exigencias de vida auténticamente cristiana», y a defender «con un decidido y generoso empeño la paz, la justicia y el amor«.

En la homilía, el cardenal Rouco subrayó que, «en la fiesta de Cristo Rey, el hombre encuentra las respuestas para las dos grandes preguntas, que enmarcan su existencia: de dónde viene, y a dónde va», preguntas «que afectan a cada persona y a toda la familia humana». Los cristianos —añadió— «sabemos de dónde venimos, de Adán, y sabemos a dónde vamos, donde está Cristo, donde está el Hijo de Dios». Para ello, «hay que saber elegir y saberse y mantenerse fiel en la elección, que es más fácil en la Eucaristía». Asimismo, pidió a los asistentes que hicieran «la elección del amor, de la ley de Dios, de la gracia de Dios, de Cristo, como hicieron los jóvenes de la JMJ».