Razones para la esperanza - Alfa y Omega

Razones para la esperanza

¿Cómo puede renacer hoy el continente africano? Benedicto XVI lanza varias propuestas en su Exhortación postsinodal Africae munus, especialmente a la Iglesia, pero también al conjunto de las sociedades africanas. Tras el constatado fracaso de las ideologías en África, es momento de poner en juego la creatividad personal al servicio del bien común. Escribe don Fidel González, misionero comboniano, profesor en la Universidad Gregoriana, de Roma, y antiguo director de la revista Mundo Negro

Fidel González Fernández
Bienvenido: un cartel en Cotonú, pocos días antes de la llegada del Papa

Benedicto XVI ha vuelto a África, continente destrozado por lo que ya Pío XI llamaba imperialismo internacional del dinero. El Papa ha visitado precisamente, en Benín, dos de sus ciudades símbolo: Ouidah y Cotonou, que nos recuerdan también la vergonzante y larga historia de la trata atlántica de los esclavos, llevada a cabo por los negreros occidentales, que se llamaban cristianos, con una antigua historia de evangelización comenzada tímidamente ya en tiempos de las exploraciones portuguesas (siglos XVI-XVIII) y renovada, sobre todo, con nuevos bríos por el movimiento misionero de la segunda mitad del siglo XIX.

Momentos centrales de la Visita fueron la firma y entrega de Africae munus, la Exhortación apostólica post-sinodal del segundo Sínodo africano, celebrado en Roma en octubre de 2009. El documento repropone lo que los obispos entregaron al Papa y a la Iglesia en su Mensaje final del Sínodo, África, álzate y camina, y en las 57 propuestas finales. La Exhortación cita esas propuestas insistiendo sobre algunas de manera particular. La carta programática de la Iglesia en África para los próximos años nos ofrece, por ello, una proyección del continente hoy y de la vida de la Iglesia en el mismo como presencia encarnada de Cristo, que invita al continente a levantarse de su letargo y caminar ágilmente, como en todos los milagros de tullidos y paralíticos a los que Jesús curó en el Evangelio.

La lista de los males denunciados en el Segundo Sínodo es inacabable: desde las guerras, a los conflictos étnicos; desde los intereses egoístas de los políticos, al desprecio por el bien común; desde los derechos humanos no respetados, a la creciente desocupación, sobre todo juvenil; desde la pobreza generalizada, hasta el éxodo imparable rural; desde los salarios de miseria, a las riquezas naturales explotadas en beneficio de pocos… Sigue luego una larga lista de pecados de cuantos mantienen el poder en sus diversas funestas facetas, con los programas sociales y económicos impuestos, la invasión de multinacionales sin escrúpulos; la exclusión de África de la búsqueda de soluciones a sus problemas o de los ámbitos internacionales; la venta de armas a costa de guerras inacabables, que crean riadas miserables de prófugos y regueros de un interminable dolor…

El cambio empieza en la Iglesia

Desde Ouidah, el lugar desde donde comenzó la evangelización en Benin hace 150 años, el Papa quiere relanzar la evangelización del continente. Pero Ouidah es también la ciudad-símbolo de la trata de los esclavos, que a lo largo de tres siglos arrancó de África a miles de sus hijos entre sufrimientos indecibles. Desde esta África, conocida ya como el antiguo continente de los esclavos y que continúa siendo la eterna colonia, explotada y olvidada, con una situación siempre más grave, y para colmo de males, dividida por un enjambre de guerras de múltiples raíces y de pestes endémicas, Benedicto XVI con su presencia renueva el mandato evangélico.

La nueva Exhortación Africae munus toca problemas no solamente de la vida interna de la Iglesia, como fue el caso de la Exhortación (14 de septiembre de 1995) que siguió al Primer Sínodo de Obispos para África en tiempos de Juan Pablo II (1994). Ahora el documento va a gritar ante el mundo los males que afligen al continente y a sus raíces, su des-humanización que lleva a una destrucción radical del hombre.

El Viaje de Benedicto XVI a África y el documento que allí ha entregado a la Iglesia es, ante todo, un desafío para un cambio radical en la Iglesia africana, que no puede contentarse con presentar un cuidadoso análisis de males que afligen al continente. El cambio debe comenzar desde dentro de la misma comunidad cristiana. ¿Qué se quiere decir con ello? La crisis y los males de África son un dato palpable, pero estas trágicas situaciones provocan reacciones con frecuencia determinadas por tendencias contrapuestas, como son las que la quieren exorcizar echando la culpa a fuerzas exteriores, que sin duda existen, o por el contrario ignorándolas, sin ponerlas en absoluto en discusión.

Es irracional pensar que se van a resolver los problemas por una u otra vía. Sólo se construirá la nueva historia de África aceptando los desafíos de la realidad y respondiendo ante ella con inteligencia, creatividad y capacidad de sacrificio. Hoy en África, todos están llamados a poner en juego una capacidad de cambio y comenzar así una nueva etapa de su historia y de la convivencia civil en cada país. Ante todo, hay que ser leales, admitiendo que las ideologías ya no satisfacen; que el estatalismo destruye la vida económica y civil y sobre todo al hombre, y hace crecer la masa de los desheredados, señal de una exigencia positiva (que los deseos y necesidades concretas de las personas están ahí y no se pueden ignorar). Y, además, en la situación actual hay que reconocer que se ven huellas de un cambio positivo en muchas personas y lugares; y los ejemplos serían abundantes.

¿De dónde puede resucitar África, levantarse? De aquel instante imprevisible en el que un hombre genera novedad, educación, productos, servicios, valores añadidos, belleza para sí y para los demás, sin que ningún antecedente histórico, como el de la terrible trata de los esclavos, el discutible pasado colonial, las guerras tribales en curso, la corrupción política, las explotaciones presentes y todos los demás males señalados puedan a la postre explicar, que no obstante todo, África vive y tiene valores de juventud histórica y de esperanza innegable.

Benedicto XVI recibe la bienvenida de unas niñas en el Hogar Paz y alegría, de las Misioneras de la Caridad, en Cotonú

Un pueblo vivo

Con la Visita del Papa a África, estos deseos se convierten en esperanza de que los cambios van a darse de manera mucho más cumplida de cuanto los escépticos imaginan. Dentro del pueblo africano, renace tal esperanza, precisamente porque está inserta dentro de un pueblo, formado por personas vivas. Un pueblo está hecho de gentes que caminan juntas y no porque alguien las haya colocado en campos geográficos artificiales. Un pueblo no se forma porque la gente se alíe contra un enemigo común, sino porque han nacido y crecido en un espacio donde desean un bien y lo persiguen. Por ello, la destrucción de un pueblo, con toda su riqueza expresiva y asociativa, es la antecámara de la destrucción del deseo, y por ello esas imágenes fotográficas de riadas de prófugos que, obligados, abandonan su patria en busca de unas tierras desconocidas, son el símbolo de una destrucción en curso. Por el contrario, cuando deciden, contra viento y marea, renovar sus propósitos de vivir la aventura de sus tradiciones más genuinas y de querer permanecer firmes a pesar de las tormentas en su unidad, quiere decir que la esperanza que profesan tiene la seguridad del cumplimiento.

Tal es el caso de muchas realidades africanas de hoy a las que la Iglesia tiene como misión alentar en todos los ámbitos: desde los del sentido de pertenencia a su propia tradición cultural, como la de fomentar todas aquellas iniciativas educativas y sociales donde está en juego la vida del hombre. Esto explica que Benedicto XVI no hable en su Exhortación solamente a la grey católica, sino a cuantos ecuménicamente quieran trabajar por el bien común. Estos principios podrán ayudar a la Iglesia en África en estos momentos a tomar las decisiones oportunas como instrumento para un cambio que llegará inevitablemente desde la base, precisamente en los momentos dramáticos que África vive hoy, quizá los más duros de su historia más que milenaria.

La Iglesia está llamada por vocación a apostar por la persona y su yo en acción (personas y comunidades), con su empeño educativo en sentido global y amplio, del que depende el futuro de un pueblo, mucho más que a gestionar proyectos en los que no cambia nada en realidad. En esta dirección se coloca su contribución en África, con hechos y obras que demuestran la superioridad de la libertad humana y la victoria del bien sobre el mal y el pecado, cuando las personas se dejan cambiar por la gracia de Cristo. Como decía el cardenal arzobispo de Milán, Ángel Scola, «son señales razonables de que la esperanza, alimentada por la fe y la caridad, practicada en las comunidades, es verdaderamente digna de confianza». Esta conciencia tiene que ser la que hoy día anime la presencia de la Iglesia en África. Tal es, creemos, lo que hoy Benedicto XVI, con la Africae munus, quiere decir a la Iglesia que vive en África.

Las verdaderas raíces de la reconciliación

La Exhortación apostólica Africae munus, fruto de la II Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, es una continuación de Ecclesia in Africa, publicada por Juan Pablo II tras el primer Sínodo africano y que supuso un gran impulso para la Iglesia del continente desarrollando con fuerza la imagen de Iglesia, familia de Dios.

Con esta nueva Exhortación apostólica, Benedicto XVI anima a todos los cristianos del continente africano a reforzar ese dinamismo eclesial poniendo un mayor énfasis en los temas tratados en el Sínodo: la reconciliación, la justicia y la paz, elementos básicos para la vida de todos los pueblos y de los que África está especialmente sedienta.

Aun sin ser una guía práctica para el futuro de la Iglesia en el continente, Africae munus se hace eco de las propuestas concretas surgidas durante el Sínodo e insta a las Iglesia locales a ponerlas en práctica. Evangelización ad gentes, nueva evangelización y lucha por la justicia y la paz son los grandes ejes sobre los que discurre el documento y que Benedicto XVI presenta como grandes prioridades que urge llevar adelante por parte de todos: obispos, sacerdotes, religiosos, misioneros, catequistas o laicos, cada uno según el lugar, el carisma o la condición eclesial en la que se encuentre.

Entre las diversas propuestas operativas, cabe destacar la celebración anual en distintos países africanos de un día o una semana de reconciliación, particularmente durante el Adviento o la Cuaresma, el lanzamiento de un Año de la reconciliación de alcance continental, o la invitación a identificar a aquellos cristianos africanos que pueden ser canonizados según las normas de la Iglesia por su enorme servicio al Evangelio, aun a costa de sus propias vidas.

Con la excelencia teológica a la que nos tiene acostumbrados Joseph Ratzinger, Africae munus es una llamada a la esperanza, una exhortación que ahonda profundamente en las verdaderas raíces de la reconciliación, un don que sólo puede venir de Dios a través de Jesucristo, pero que necesita de la intervención de los hombres para llegar a ser efectiva. Con estas premisas, el Papa exhorta a la Iglesia africana enumerando los diferentes campos de actuación en los que debe adentrarse. Campos tan concretos como la inculturación del Evangelio, la protección de la vida, los migrantes, los prófugos y los refugiados, el buen gobierno de los Estados o el diálogo interreligioso. Todo un reto al que la Iglesia de África -y toda la Iglesia universal- debe responder para ser sal de la tierra y luz del mundo.

P. Ismael Piñon, MCCJ
Director de Mundo Negro