El arte del detalle - Alfa y Omega

El arte del detalle

Con motivo de la publicación del Catálogo Las miniaturas en el Museo del Prado, a cargo de Carmen Espinosa, el museo exhibe por primera vez, hasta el 26 de febrero, una parte representativa de su desconocida colección de miniaturas:

Rosa Puga Davila
'San Miguel' (detalle), de Manuel Arbós
San Miguel (detalle), de Manuel Arbós.

Desde el siglo XVI y hasta principios del siglo XX, se han escrito numerosos tratados, guías y métodos sobre la pintura de miniatura tanto en Francia como en Inglaterra, pero lo cierto es que pocos han sido los que han abordado en exclusiva el análisis de esta manifestación artística, considerada durante el siglo XVIII como la más valorada y gentil. Por esto mismo, entre los objetivos de la publicación del Catálogo de esta exposición, ha estado el de destacar el valor de historiadores como Joaquín Ezquerra del Bayo, Mariano Tomás o José A. Gomis, que durante el siglo XX se han interesado por la pintura de miniatura en España.

El modo y los instrumentos para dibujar, el uso de los colores y sus gamas, el modo de aplicación, los diferentes soportes, la adecuación y el tratamiento de los materiales (vitela, marfil, papel, porcelana…): todo estaba supeditado a condicionantes varios, pero lo cierto es que, si hay algo que trascendía a todo tipo de decisión creativa, era la universal delicadeza que el artista ponía al servicio de la obra. Aunque lo habitual era trabajar con soportes de pequeñas dimensiones (15-20 mm.), en el siglo XIX pueden encontrarse miniaturas de mayor tamaño (500 mm.) En todo caso, el miniaturista cuidaba todos los detalles con mimo: escogía con mucho cuidado los pinceles; los mejores eran los de pelo de marta y meloncillo, que se insertaban en cañones de pluma de cisne (los de mayor tamaño), y de alondra o zorzal (los pequeños). Los mangos de los pinceles eran hechos de barbas de ballena por su flexibilidad o resistencia, aunque también los había de marfil y ébano. El pintor de miniatura se aplicaba con paciencia a la tarea para luego limpiar sus herramientas de trabajo; pasaba los pinceles por los labios para reunir los pelos y guardarlos en la caja con todo mimo, con la punta bien formada, y con unos granos de pimienta para evitar se apolillasen. Los errores se borraban cuidadosamente con una goma elástica. En fin, nada era sencillo ni, mucho menos, rápido.

Es fácil imaginar, en la sociedad en la que vivimos, la labor imprescindible que los miniaturistas tenían en la esfera privada si tenemos en cuenta que la fotografía (que luego desbancaría a la miniatura) todavía no existía; podemos, sin duda, alcanzar a sentir lo que podría significar para alguien de esa época portar la imagen de un ser querido con un tamaño razonable. Ya en otro plano, tendrían una función de Estado, pues los monarcas regalaban joyeles con miniaturas a los embajadores y emisarios extranjeros con motivo de su proclamación, matrimonio, o por la firma de tratados, convenios y acuerdos. Con una miniatura se reconocían también las acciones militares, o el cumplimiento de las misiones encomendadas.

En España, no hubo miniaturas en sentido estricto hasta el siglo XVIII. Su función era desempeñada, hasta ese momento, por pequeños retratos, conocidos como retraticos o retrato de faltriquera; de ahí la importancia de los tres ejemplares mostrados en la exposición. Será en el siglo XVII cuando entren procedentes de Francia, se desarrollen con Felipe V y florezcan con Carlos III. De hecho, hubo gabinetes de miniaturas reales como el de Isabel II y el de Carlos III (este último desapareció y lo reconstruyó Fernando VII). Los monarcas, de hecho, encargaban a los pintores miniaturistas copias o reproducciones de óleos importantes.

Aunque en la muestra del Museo del Prado hay una representación importante de las escuelas austriaca, italiana, francesa, inglesa, alemana y portuguesa, con una cronología que va desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta los inicios del siglo XX, la escuela española es la mejor representada, a través de pintores entre los que destacan Guillermo Ducker, José Alonso del Rivero, Luis de la Cruz y Ríos, Florentino Decraene, Cecilio Corro, Juan Pérez de Villamayor, Manuel Arbós o Antonio Tomasich. Los miniaturistas, pese a su maestría, eran desconocidos para el gran público, salvo excepciones como Goya, que, aunque no fue miniaturista, nos dejó el retrato de Juana Galarza de Goicoechea (de tan sólo 81 milímetros de diámetro), que pertenece a una serie que pintó el artista con motivo de la boda de su hijo Javier con Gumersinda de Goicoechea y Galarza. Del taller de Velázquez, se exhibe una miniatura de Mariana de Austria, y también se sabe que el sevillano hizo algunas miniaturas cuyo paradero es desconocido.