Una casa para mamás y niños que no tienen dónde ir - Alfa y Omega

Una casa para mamás y niños que no tienen dónde ir

Redacción
Ilustración: Asun Silva

¿Vosotros sabéis que hay familias, sobre todo de mamás y sus hijos -aunque también hay papás solos con sus hijos, pero menos-, que no tienen una casa donde vivir, porque no pueden pagar la hipoteca o el alquiler? ¿Y sabéis, también, que otras mamás tienen que abandonar su hogar de toda la vida con sus hijos para no seguir sufriendo malos tratos por parte de sus maridos, y no tienen dónde ir? ¿Y otras personas que vienen a España desde muy lejos a trabajar para poder sacar adelante a sus familias y luego no encuentran trabajo? Pues, en Madrid, hay una casa, en la que hay 30 apartamentos, donde estas personas pueden ir a vivir durante un tiempo, hasta que encuentren un trabajo o puedan hacerse cargo de su familia.

En el centro residencial Santa María del Parral, de Cáritas Madrid, que este mes cumple diez años de vida, las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, un equipo de trabajadores sociales y un gran número de voluntarios cuidan de estas familias, que normalmente llegan con unas situaciones de vida muy duras, durante un plazo máximo de dos años. «Es un trabajo muy difícil, pero lo más real de esta casa es que, tanto nosotras, como los trabajadores del centro y los voluntarios, ofrecemos cariño y atención a los pequeños y a sus madres, y creamos unos lazos de cariño que llenan el proyecto de amor y vida», cuenta Joaquina, directora del Centro y Misionera Cruzada de la Iglesia.

Además de proporcionar un techo, cama, ropa y comida, en el centro se ayuda psicológicamente a las mamás y a los niños, que llegan con grandes heridas en su corazón por situaciones anteriores de extrema pobreza o malos tratos, para que puedan superar los traumas; aunque, como cuenta Joaquina, los niños «son fuertes y se sobreponen rápido a las situaciones tan duras que les ha tocado vivir; son una alegría diaria que ha llenado de risas, lágrimas y, sobre todo, vida, esta casa durante 10 años. Ahora, el más mayor tiene 17 años, y el pequeño 5 meses, y estamos todos encantados con ellos».

La gran casa funciona, sobre todo, gracias a todos los voluntarios que pasan por ella. Ofrecer tiempo para ayudar a los demás es el mejor regalo que podemos hacer al prójimo. En la casa, los voluntarios hacen los deberes con los niños, juegan al fútbol, salen de paseo…, cosas que parecen sencillas, pero que los niños no podrían hacer si no hubiera nadie que les acompañase. Una tarde a la semana, mejoran, y mucho, la vida de alguien. «Merece la pena ser voluntario», cuenta Joaquina. ¿Cuando seas mayor, te gustaría serlo?