Y os haré pescadores de hombres - Alfa y Omega

Y os haré pescadores de hombres

Desde Pedro y Andrés, desde Santiago y Juan, el Señor sigue encontrándose con parejas de hermanos al borde del lago, para hacerlos pescadores de hombres. Junto a Joseph y Georg, los hijos de la familia Ratzinger, hay muchas familias que han dado a la Iglesia numerosas vocaciones. Todas ellas muestran cómo la imprescindible tarea de transmitir la fe a los hijos los hace más felices y más dispuestos a escuchar la llamada del Señor

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Carlos es el cuarto y Gabriel el séptimo hijo de la familia Díaz Azarola. Son, respectivamente, el Rector y uno de los formadores del Seminario de Getafe, y ambos constituyen un ejemplo de cómo la transmisión de la fe no es algo improvisado. «Nuestra madre se ha dejado la piel, a la hora de transmitirnos la fe», reconoció Gabriel en su Primera Misa. Y es que Beatriz se vio obligada a llevar las riendas de la formación religiosa de sus hijos cuando su marido, Carlos, fue destinado a Bruselas por su trabajo, y la familia pasaba allí algunas temporadas. Hasta el punto de que Gabriel recibió la catequesis completa de Primera Comunión de su madre, cuando en Bruselas la catequesis se hacía difícil.

Desde el principio tenían claro su proyecto de matrimonio. Cuenta Carlos que «queríamos tener una familia numerosa. Los dos venimos de familias con muchos hermanos, y queríamos educarlos en la fe. Pero tampoco íbamos con la idea de tener hijos curas». Por eso, «hemos rezado juntos siempre -relata Beatriz- y hemos ido a misa juntos toda la familia». Los domingos, Beatriz les daba una charla sobre el Evangelio de ese día; por la mañana iban a misa, y por la tarde comentaban el Evangelio. Además de ello, en todos sus viajes, «rezábamos el Rosario todos juntos. Y por las noches rezábamos también juntos, dábamos gracias, hacíamos peticiones…, toda la familia unida. Cuando había algún examen, alguna dificultad, alguna enfermedad…, rezábamos así: Hágase Tu voluntad».

Nos van a juzgar desde arriba

Su hijo Carlos recalca que los criterios que han recibido en casa a la hora de vivir los acontecimientos de la vida «han sido siempre criterios de fe, de confianza en Dios a la hora de afrontar las dificultades, del valor del trabajo, de la unidad, del perdón… Siempre hemos tenido una perspectiva sobrenatural de la vida, y eso lo hemos visto en el ejemplo que nos han dado nuestros padres al vivir la vida de una manera cristiana. Les hemos visto siempre fieles, reconciliándose tras las dificultades, trabajando siempre mucho para darnos lo mejor…». Gabriel subraya como rasgo característico de su familia «que somos muy alegres; vivimos de una manera cristiana, con mucha alegría, y eso la gente lo nota; por ejemplo, la Navidad y la Semana Santa, yendo a los Oficios y a la Misa del Gallo, las hemos vivido siempre en un ambiente de fiesta».

Por eso no entienden eso que dicen algunos padres y abuelos: Yo ya he cumplido; que ellos decidan cuando sean mayores… «No debería ser así -afirma Beatriz con rotundidad-. A nosotros nos van a juzgar desde arriba, y nosotros debemos decir lo que tenemos que decir. Hasta el punto de que estamos involucrados también con los nietos».

Beatriz y Carlos, entre sus hijos Gabriel y Carlos (a izquierda y derecha)

Cuando no quieren ir a Misa

Los años difíciles de la niñez y de la adolescencia, los de las pataletas en la iglesia y los Yo no quiero ir a misa, en la familia Díaz Azarola se han resuelto «con mucha, mucha charla: Siéntate aquí, y escucha», dice Beatriz. Hasta el punto de que Gabriel no recuerda «ni un solo domingo de mi vida sin ir a misa». A Carlos esas charlas «me convencían después; pero lo que me decidía a ir era el ejemplo de mis padres y el verles tan convencidos: Si a ellos les compensa tener conmigo una discusión por este motivo, es que para ellos Dios debe ser muy importante».

Los hermanos Díaz Azarola afirman que «otro gran acierto de nuestros padres ha sido buscar ámbitos para vivir la fe y crecer sanos». En los años en los que eran más reacios a ir a misa, un hito decisivo en su formación fue el que la familia decidiera vivir la fe en la parroquia de San Jorge, de Madrid, cuando estaba de párroco don Francisco José Pérez y Fernández-Golfín -que fue el primer obispo de Getafe- y de coadjutor don Rafael Zornoza -obispo auxiliar de Getafe, y hoy obispo electo de Cádiz y Ceuta- (no ha sido algo buscado, pero en tres de los cuatro testimonios que aparecen en estas páginas está de fondo la labor de estas dos figuras tan decisivas para la pastoral vocacional madrileña de las últimas décadas).

Para dar la vida a otros

Hoy en día, Gabriel, además de ser uno de los formadores del Seminario, trabaja en la pastoral familiar de la diócesis de Getafe: «Para mí, el referente es mi familia -relata haciendo balance-. Vivir con mis padres y hermanos me ha permitido comprender muchas cosas y ayudar a muchas familias; la imagen de una familia cristiana sana, yo la tengo muy cercana. Y así tengo más facilidad para detectar los problemas que puedan tener otras familias». Lo mismo ocurre con la labor de Carlos como Rector del Seminario de Getafe: «En la formación de los seminaristas, proyectamos muchas cosas que hemos recibido aquí en casa: educación de la voluntad, del esfuerzo… A veces, hasta repetimos literalmente cosas que nos han dicho a nosotros en casa».

El esfuerzo continuado de sus padres ha dejado en Carlos y Gabriel un poso muy profundo. Cuenta éste último que «el amor de tus padres entre ellos constituye las raíces de una persona, a nivel biológico, psicológico y espiritual: es lo que nos da vida. Por eso, el amor de mis padres es vital para mí; a mí me han dado la vida, en todos los sentidos». Y confirma Carlos que «la conciencia de que Dios es mi Padre yo la he recibido de mi padre; y la concepción de un amor fiel y fecundo yo la he visto en su matrimonio. Es decir, por ellos he conocido a Dios como Padre bueno, misericordioso, exigente, que quiere lo mejor para sus hijos; y a Jesucristo como el Señor que da la vida por fidelidad a la Iglesia, para dar la vida a otros».

Ver a mis padres rezar me enseñó más que el Catecismo

José María y María Luisa lo tenían claro desde el principio. Buscaron casarse en sábado para pedir la ayuda de la Virgen, y lo hicieron el 11 de octubre, una fecha en la que antes se celebraba la fiesta de la Maternidad de la Virgen. «Cuando llegamos a casa -habla María Luisa-, hicimos una oración los dos juntos, pidiendo al Señor que nuestro matrimonio fuera para nuestra santificación». Y así transcurrió la vida de la familia García Serrano durante todos estos años, «tratando de mantener las prácticas religiosas, con la misa casi diaria, haciendo Ejercicios espirituales, rezando el Rosario, pidiendo por nuestros hijos, para que fueran normales, santos, sanos y sabios». De este modo han tratado de transmitir la fe a sus siete hijos, «mediante el ejemplo, con naturalidad, viviendo nuestras convicciones, sin forzarlos».

Su hijo Andrés, hoy sacerdote (en la foto, haciendo de acólito durante la ordenación de su hermano), que acaba de concluir su doctorado en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, recuerda «con gozo el rezo del Rosario todos juntos», y nunca se le olvidará aquella vez en que, de pequeño, «fui a dar un beso de buenas noches a mis padres y los vi, cada uno a un lado de la cama, rezando. Mi padre estaba de rodillas y mi madre en una postura muy recogida. Me hizo pensar: Dios debe ser muy grande y muy importante para que mi padre esté de rodillas y casi no me hagan caso. Verles rezar casi me ha enseñado más que el Catecismo, y me hizo ver la importancia de la oración y de hablar con Dios al final del día».

Su hermano Gabriel, párroco de la parroquia de San Ignacio, de Torrelodones (Madrid), afirma que recibieron la fe de sus padres «de manera muy natural», y recuerda de manera especial su insistencia en la libertad: «Mi madre me repetía mucho: Sé libre, no hagas las cosas porque sí, o para ser bueno. Nunca nos han transmitido la fe de manera mecánica o forzada, sino tal como rezábamos el Rosario en el coche en nuestros viajes: con entusiasmo e ilusión, de manera espontánea y natural, sin forzar nada».

Las virtudes sacerdotales de unos padres cristianos

«Mis padres y abuelos nos enseñaron de niños a rezar, a ir a misa, a confesarnos»: quien hace balance de la tarea educativa de sus padres, Gonzalo y Mercedes, es Jaime Pérez-Boccherini Stampa, sacerdote de la diócesis de Getafe (a la derecha de la foto, junto a su hermano Gonzalo), quien habla de «una familia alegre y segura de su fe», al recordar su niñez y su infancia. Junto a ello, «con la llegada de la adolescencia, vendrían otras experiencias eclesiales y humanas fuera de casa, que en mí fueron ayudando a germinar la vocación». Una vocación que siguió a la de su hermano Gonzalo, Delegado de Juventud de la diócesis de Getafe, quien da «gracias a Dios por haber nacido en una familia normal, con un ambiente cristiano, con amor a la Eucaristía y al Domingo, y también a la Iglesia, los obispos y el Papa». De su padre, Gonzalo subraya «la sencillez de su fe y la honradez en su trabajo, virtudes que me recordaban a san José: siempre puntual, muy familiar…; gracias a él he visto la grandeza de Dios que se manifiesta en la sencillez». Asimismo, su madre le ayudó a «acercarme a Dios por su inmensa alegría, su serenidad para aceptar los problemas y su vida de oración personal y entrega como ama de casa. Ella me ha ayudado a entender lo que supone la entrega del cura diocesano a sus fieles, al verla como madre de familia, sin tiempo ni descanso y sin buscarse a sí misma, manifestando con su vida virtudes incluso sacerdotales».

Una visión positiva que viene de la fe

Echar la vista a atrás supone constatar muchas veces que la historia de salvación de cada persona comienza con los padres que ha recibido. Por eso, Javier Ortega, Rector del Seminario de Alcalá de Henares, afirma de los suyos que «hemos podido mamar la fe a través de su testimonio». Recuerda que, «desde pequeños, nuestro padres nos han llevado a misa; y recuerdo a mi madre rezando el Rosario por las noches cuando se quedaba cuidándonos si estábamos malos. Sin duda, ese testimonio de fe sencilla ha sido un buen terreno donde después la vocación ha podido arraigar». Junto a su hermano gemelo, Alberto Ortega, quien hoy trabaja en la Secretaría de Estado del Vaticano, afirma que «siempre ha sido una bendición poder compartir todo con mi hermano, y mucho más poder compartir la fe. Desde que comenzamos a vivir la fe con mas intensidad en la parroquia, siempre hemos estado juntos animándonos mutuamente. Aún más cuando decidimos ser sacerdotes. Siempre el que tenía más ganas tiraba del otro a la hora de rezar la liturgia, ir a misa etc. La oración en común es una gran ayuda y el testimonio del otro es siempre un gran estímulo». Es Alberto el que señala que, de sus padres, han recibido «el testimonio de vivir la fe con mucha naturalidad, como una cosa buena y correspondiente con la vida. En ellos hemos percibido una referencia constante a Dios, junto con una visión positiva de la vida que sólo puede venir de la fe».