Sin saber qué decir - Alfa y Omega

Aquel día, al llegar a la capilla del cementerio para relevar al sacerdote del turno anterior, me encontré una muchedumbre tan grande como nunca antes había visto. Esperaban ante la capilla la llegada del féretro de un chico muy joven que había fallecido apuñalado al intentar defender de unos atracadores a una amiga. Eran muy visibles las manifestaciones de dolor de sus familiares y, sobre todo, de muchos jóvenes y adultos del barrio.

Yo había llegado más temprano de la hora prevista. No me correspondía aquel responso, pero sabiendo que mi compañero estaba muy justo de tiempo, le dije que podría ocuparme. Al escuchar los llantos desde el exterior comencé a arrepentirme de mi ofrecimiento. Aunque uno dispone de un conjunto de lecturas, oraciones y homilías preparadas para diferentes situaciones, aquello no se parecía a nada de lo que yo había afrontado hasta ahora. Comencé a hojear rápidamente las páginas del leccionario sin saber exactamente qué lectura sería la más apropiada. Como un imán, mis ojos se posaron en el evangelio de Lucas, que nos presenta a Jesús agonizando en la cruz entre dos malhechores, prometiendo a uno de ellos llevarlo al paraíso junto a Él.

Hablé de ese modo peculiar de estar Jesús junto a nosotros en cada momento de la vida. Un modo de estar que consiste en asumir todo lo nuestro haciéndolo suyo, incluido el asesinato y la muerte. Así, padeciendo lo mismo que nosotros, descendiendo hasta nuestro propio sufrimiento y viviéndolo en carne propia, se pone a nuestro lado y nos ofrece su mano para llevarnos junto a Él, a la felicidad que nos tiene preparada. Al terminar la homilía me preguntaba si aquellas palabras podrían haber sido lo que aquellos familiares y amigos tan jóvenes necesitaban oír. Pero al final, la abuela del chico se me acercó y me abrazó llorando, dándome las gracias. Comprendí enseguida que las personas sencillas captan con mucha sensibilidad el Evangelio. Ahí está todo lo que Dios tenía que decirnos. Carece de sentido nuestra preocupación por lo que habremos de hacer y de decir. Sencillamente dejemos obrar al Espíritu.