Rumbo sinodal - Alfa y Omega

Podría parecer que en la mesa del Sínodo sobre la familia solo estuvieran los temas que más han saltado a la opinión pública, como el de la atención pastoral a los homosexuales o a los divorciados vueltos a casar. De todo lo que los padres sinodales van a debatir y discernir, tanto desde la fidelidad a la fe que no muda como desde la fidelidad a la caridad que siempre apremia, estas no son ni las únicas ni seguramente las más urgentes cuestiones que tratar.

Es más, tengo para mí que el visible movimiento de preocupación, cuando no de rasgamiento de vestiduras, no esta tanto motivado por estas cuestiones, como por el cambio de perspectiva que el Papa Francisco está dando a la pastoral familiar desde un nuevo ángulo de visión, que devuelve al ámbito de la pastoral familiar todas aquellas situaciones que nos habíamos acostumbrado en la Iglesia a situar como situaciones marginales que viven millones de familias –carencias educativas, desempleo, dependencias, enfermedades, soledad, abandono, violencia, explotación, pobreza–. Haber relegado estas cuestiones a la pastoral social ha dejado a la mayoría de las familias del mundo fuera del ámbito de la pastoral familiar, reservado a las familias más socialmente desenvueltas, convertidas en iconos modélicos de la familia cristiana, por el testimonio de su fidelidad matrimonial o de su apertura a la vida, y no siempre en la misma medida por su compromiso solidario con las familias más desfavorecidas.

El Papa sabe que este nuevo rumbo no puede darse sin una Iglesia sinodal, es decir, que hace caminar juntos desde su pluralidad. A los obispos africanos –que son más de una cuarta parte–, no les preocupa tanto nuestras situaciones irregulares como, por ejemplo, la situación de los cristianos que han perdido a algún hermano, y que por tradición cultural tienen la obligación moral de acoger no solo a sus sobrinos como hijos, sino también como segundas mujeres a sus cuñadas enviudadas.

También este cambio de perspectiva pone en jaque al inmovilismo, del que Francisco intenta salvar a la Iglesia, convencido de que es mejor «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». Y aunque, como dice el Papa, no falten quienes quieran domesticar al Espíritu Santo, Este lo guiará a él y a todos los sinodales para que el barco de la Iglesia en esta travesía llegue a buen puerto.