El rostro de Cristo en el arte - Alfa y Omega

El rostro de Cristo en el arte

Ha resultado muy conveniente que no exista un retrato de Cristo. Gracias a ello, los artistas han podido representar al Señor cada uno desde su experiencia espiritual

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Detalle del Juicio final. Capilla Sixtina. Foto: CNS

Ninguna figura de la historia ha suscitado tanto interés como Jesucristo. Todo lo que se refiere a Él resulta interesante. Y también, por supuesto, su aspecto físico. ¿Cómo era? ¿Alto o bajo, rubio o moreno, guapo o feo? Así como es posible inferir de los relatos evangélicos numerosos rasgos de la personalidad humana del Señor, sin embargo nada indican de su aspecto y figura.

En cualquier caso, al menos para la Historia del Arte, ha resultado muy conveniente que no exista un retrato de Cristo. Gracias a ello, los artistas han tenido una libertad casi absoluta a la hora de representar al Señor, cada uno desde su perspectiva, estilo, mentalidad, experiencia espiritual y época. Ninguna lo abarca en su totalidad, de modo que todas resultan complementarias.

Cristo Buen Pastor. Siglo IV. Foto: UNAV

Un Jesús imberbe

A pesar de la prohibición judaica de construirse imágenes debido al riesgo de la idolatría, en la Iglesia primitiva pronto se aprecia la aparición de imágenes, si bien estas solo tenían un fin catequético. Por eso, para las primeras representaciones de Cristo se utilizan modelos iconográficos ya establecidos en el arte grecolatino, como el moscóforo (o portador de la oveja) que se identifica con el Buen Pastor; o el filósofo, para representar a Cristo maestro. En estos casos, Cristo aparece con aspecto juvenil, imberbe y vestido a la usanza clásica.

Según señaló el gran historiador del arte Émile Mâle, esta forma de representación de Cristo estuvo vigente en la Iglesia prácticamente hasta la Edad Media, pero frente a ella se impuso otro tipo iconográfico, surgido en Siria y Palestina, que nos presenta a Cristo del modo más habitual para nosotros: en edad adulta, con barba y larga cabellera.

Este modelo se difundió por toda la cristiandad y se conservan ejemplos muy antiguos, como el icono del monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, que puede datarse en el siglo VI, anterior por tanto a la querella iconoclasta.

Dicho modelo iconográfico se ha querido relacionar con la leyenda del rey Abgar de Edesa, según la cual el propio Cristo envió su efigie impresa en un paño (el mandylion) al monarca que deseaba conocerle. Se trataría, por tanto, de un retrato auténtico y milagroso, no hecho por mano humana. Esta tradición, muy antigua, se relacionó luego con otra similar de la santa mujer Verónica, cuyo paño sería también la plasmación de la santa faz de Cristo.

Señor de la Pasión, de Martínez Montañés. Foto: UNAV

Del Cristo en majestad…

Este modelo influyó mucho en los iconos y pasó también a los grandes ábsides de los templos, como en el monasterio de Dafni (cerca de Atenas) o en las catedrales de Cefalú y Monreale en Sicilia. Se trata ya propiamente del Pantocrátor, o Cristo todopoderoso, juez de vivos y muertos. El modelo subsiste igualmente durante la época románica, trasplantado desde el arte bizantino al occidente europeo. Una muestra magnífica es el ábside de San Clemente de Taüll. Estamos ante el Señor que manifiesta su soberano poder y muestra el libro de la vida para recordar el juicio final.

El románico es un arte simbólico. Así, por ejemplo, la imagen de Cristo es la de un Dios majestuoso que apenas siente los efectos de la Pasión, como demuestra el tipo iconográfico de Cristo crucificado majestad tanto en Cataluña (Majestad de Batlló) como el Volto Santo de Lucca en Italia.

Durante siglos, la teología y el arte han incidido especialmente en la condición divina de Cristo (frente a los arrianos y otros que la negaban), pero a partir de los siglos XII y XIII el interés fundamental es recalcar también su condición humana.

Punto de encuentro entre artistas y teólogos

El profesor Fermín Labarga es el presidente del Comité Organizador del XXXIV Simposio de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra que, con el tema Arte y Teología, se celebra del 14 al 16 de octubre. El encuentro pretende, según sus organizadores, «facilitar una reflexión doctrinalmente consistente y atenta a los nuevos modos de expresión artística» que ayude a artistas y teólogos. Entre los ponentes, destacan el padre Jordi A. Piqué, presidente del Istituto Liturgico del Pontificio Ateno Sant’Anselmo; Ralf van Bühren, de la Pontificia Università della Santa Croce, (ambos de Roma), y Maria Antonietta Crippa, de la Scuola di Architettura e Società del Politecnico de Milán.

Los tres días del simposio están dedicados, respectivamente, al misterio de Dios, de Cristo y de la Iglesia. Este camino arranca con las ponencias La simbólica fundamental en el arte religioso, de Joaquín Lorda (Escuela de Arquitectura de la UNAV); y La percepción de la divinidad y su expresión artística en las religiones, de José Luis Sánchez Nogales (Facultad de Teología de Granada). Y concluye con El cine contemporáneo en clave teológica, del crítico de cine Jerónimo José Martín.

…a la devoción a la humanidad del Señor

La devoción a la santísima humanidad de Cristo promovida por san Bernardo y san Francisco de Asís tiene también un reflejo en el arte. Esa humanidad se refleja, fundamentalmente, en sus comienzos (la Navidad) y su final (la Pasión). El realismo (trasplantado igualmente desde la filosofía aristotélica redescubierta por santo Tomás de Aquino) se adueña ahora del arte y aparecen las imágenes del Crucificado lleno de sangre y llagas, que mueve a compasión. También surge la iconografía del Varón de Dolores.

Con el Renacimiento y la restauración del canon clásico, la imagen de Cristo se transforma en un adonis cristianizado, cuyo cuerpo perfecto refleja igualmente su naturaleza divina. El Renacimiento es la época de los grandes genios, entre los que sobresale Miguel Ángel, cuyo Cristo juez de la Capilla Sixtina asusta y emociona por su terribilitá. En España, el Greco consigue dotar a sus cristos de una unción religiosa que trasparenta sus orígenes cretenses y la influencia del icono.

Pantocrátor. Monasterio de Santa Catalina. Foto: UNAV

De igual modo, las imágenes procesionales constituyen una manifestación suprema de la percepción que artistas y devotos tenían de Cristo. El Cristo de la Clemencia o el Señor de Pasión, de Martínez Montañés, o el Gran Poder de Juan de Mesa, reflejan la grandiosidad del sufrimiento de un Dios hecho hombre.

Durante el Barroco, los artistas plasmaron a Cristo según lo entendían. Rembrant, cargado de una intensa emotividad, y Rubens con una grandiosidad un tanto aparatosa. En general, las imágenes de Cristo en los siglos XVII y XVIII reflejan ciertos estereotipos que las dotan de nobleza, si bien en ocasiones adolecen de cierto sensualismo y blandenguería. Se alcanzan por último algunas representaciones de aspecto andrógino, que tuvieron gran éxito (singularmente en la nueva devoción al Sagrado Corazón de Jesús).

La centuria decimonónica aportó un mayor historicismo, con resultados a veces excepcionales, como por ejemplo en el ámbito de los prerrafaelitas (Holman Hunt). Mientras que, en el siglo XX, la apertura a la completa subjetividad del artista ha deparado realizaciones en su mayor parte incapaces de motivar la devoción, pero también destellos geniales como pueden ser algunas pinturas de Dalí.

Fermín Labarga
Facultad de Teología de la Universidad de Navarra