No es verdad 506 - Alfa y Omega

Cuanto más y más desagradablemente suena el cascabel de la autodeterminación que Gallego & Rey le han pintado a la serpiente de ETA, más arrecia, entre la gente española de bien, la lógica indignación y hasta el desprecio hacia la intolerable conducta de los principales responsables de la cosa pública. Mingote ha pintado, en ABC, el futuro previsible según la ETA: un etarra encapuchado le entrega a Zapatero, colgada de un hilito, la palabra Paz -la palabra Paz, no la Paz-, mientras el impresentable señor Rodríguez le entrega, en bandeja, la palabra Independencia. No sale uno de su asombro cuando ve, en estos tiempos en los que el sentimiento nacional parece haberse refugiado en los campos de fútbol -a falta de otras cosas, menos da una piedra-, cómo Holanda, Alemania, Italia, nos pasan por las narices ejemplos de auténtica democracia, de referendos en los que se consulta, obviamente, a toda la nación, sobre decisiones que, obviamente, a toda la nación afectan; o cómo la misma Francia, aquí al lado, se pitorrea de ETA y de Otegui, a quien ven como «el Chiquito de la Calzada de la política». En Holanda, hasta cae un Gobierno, por no hacer bien las cosas; aquí, por no caer, ni siquiera se les cae la cara de vergüenza a quienes se les tendría que caer. Aquí, de nada sirven manifestaciones masivas, ni millones de firmas, ni llamamientos a la sensatez, a la lealtad y a la dignidad; aquí, los entendidos en asesinatos hasta se permiten confundir la crítica a inaceptables decisiones del Gobierno con ganas de asesinar a quienes, insensatamente, deciden. ¡Hasta esos extremos llega la patología del rencor y la rebuscada confusión de la memoria histórica con la memoria histérica!

La paz de la que se llena la boca el señor Presidente del Gobierno, tanto más cuanto menos hace realmente en su favor, llegará cuando todos los terroristas y todos sus cómplices estén en su sitio, es decir, la cárcel. Sólo así llegará la verdadera paz. Y todo lo que no sea eso no es paz, sino otras cosas superferolíticas: por ejemplo, Alianza de Civilizaciones y mandangas similares. Zapatero anuncia que ya ha decidido cuántos serán los interlocutores con ETA, pero no lo cuento, ¡hala!; como si eso fuera un juego de mesa. ¿Qué Estado de Derecho es uno como el nuestro, en el que el Poder Ejecutivo, con la complicidad de parte del Legislativo, y con la contra de una Oposición que representa a la mitad de los españoles, entabla negociaciones con unos terroristas a los que el Poder Judicial, al menos una parte, enjuicia sobre la base de leyes aprobadas por el Legislativo? ¿Esto es un Estado de Derecho, o qué es? ¿No habría que aprobar, con carácter de urgencia, un carnet por puntos para ser Presidente del Gobierno, o Diputado? ¿Cuánto tardarían algunos en perder todos los puntos del carnet?

Mientras tanto, conviene recordar lo que el Papa Benedicto XVI, que llega estos días a Valencia, escribió cuando aún era el cardenal Ratzinger: «No es propio de la Iglesia ser Estado, o una parte del Estado, sino una comunidad de convicciones. Pero también es propio de ella reconocer que tiene responsabilidad en todo, y no puede limitarse a sí misma. En uso de su libertad, debe participar en la libertad de todos, para que las fuerzas morales de la Historia continúen siendo fuerzas morales del presente, y para que surja, con fuerza renovada, aquella evidencia de los valores sin la que no es posible la libertad común». ¿Queda claro? La cosa no consiste en hacerse fotos con el Papa, ni en decir, como acaba de decir el señor ministro de Justicia, que «las políticas sociales del Gobierno definen activamente a la familia». Pero, ¿cómo se puede tener tal cara de cemento armado? Todos estos que creen saber el XYZ de todo, sin saber el ABC de nada, deberían tener muy presente la frase de Chesterton: «Quienes hablan contra la familia, no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen». Podrían aplicárselo también Gaspar Llamazares, que -¡oh milagro!- dice que «hay que rezar por el empleo precario o por la vivienda, pero no por la unidad de España»; o Juan José Tamayo, que dice que «hacer teología en España es llorar». Desde luego, hacer la que hace él es como para llorar a moco tendido.