La voz del Magisterio - Alfa y Omega

La voz del Magisterio

Papa Benedicto XVI

Conocer lo que Dios quiere, conocer cuál es la vía de la vida es nuestra alegría: la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos purifica —quizás a veces de manera dolorosa— y nos hace volver de este modo a nosotros mismos. La Humanidad —todos nosotros— es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios no puede abandonar a la Humanidad a una situación tan miserable. Se alza en pie, abandona la gloria del cielo, para ir en busca de la oveja e ir tras ella, incluso hasta la cruz. Carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el Buen Pastor, que ofrece su vida por las ovejas. No es indiferente para Él que muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el del hambre y de la sed; el del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. La Iglesia en su conjunto, así como sus pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud. No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la Humanidad. El mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.

Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino del obispo de Roma (2005)