Nos queda nuestro camino - Alfa y Omega

Nos queda nuestro camino

Defensa de la Hispanidad (ed. Homo Legens), de Ramiro de Maeztu, no es un ensayo patriotero, ni un tratado caduco. Es una lectura recomendabilísima y políticamente incorrecta, que ayuda a entender lo que somos ahora, o mejor dicho, lo que fuimos, ya no somos y podemos volver a ser. Las líneas que extractamos son sólo la quintaesencia de esta obra imprescindible. No en vano, «España es una gran nación que (…) sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica», como dijo el Papa, en la despedida de la JMJ. Aunque haya quien quiera impedirlo…

Redacción
No es una estampa del pasado: es el futuro de España, a 30 de julio de 2011, en Madrid

Es evidente que todos nuestros males se reducen a uno solo: la pérdida de nuestra idea nacional. Nuestro ideal se cifraba en la fe y en su difusión por el haz de la tierra. Al quebranto de la fe siguió la indiferencia. No hemos nacido para ser kantianos. Ningún pueblo inteligente puede serlo. Si la chispa de nuestra alma no se identifica con la Cruz, mucho menos con ese vago imperativo categórico que sólo nos obligaría a desear la felicidad del mayor número, aunque el mayor número se compusiera de cínicos e hijos del placer. A falta de ideal colectivo, nos contentamos con vivir como podemos. Y así se nos encoge la existencia, al punto de que han dejado de influir nuestros pueblos en la marcha del mundo. ¿Qué podemos esperar de gentes que contemplan impávidas la quema de conventos como si no les fuera nada en ella? Lo mismo que de las aristocracias que se gastan sus rentas en el extranjero, o de los intelectuales que viven de prestado, sin preguntarse nunca si tienen algo propio que decir.

La tragedia es el escepticismo

(…) Entre nosotros, marchan satisfactoriamente todos los modos de vida: relaciones de familia, de amistad, de negocios en la pequeña industria y el pequeño comercio, que siguen rigiéndose por principios de nuestro Siglo de Oro. Lo que no marcha bien es la política, el Estado, la enseñanza, cuantos otros aspectos de la actuación social se han dejado malear por ideas revolucionarias y extranjeras. La tragedia en los países nuestros es la de aquellas almas superiores que se han dejado ganar por el escepticismo, que las condena a vivir sin ideales. Así, la vida misma acaba por hacerse intolerable. El alma del hombre necesita de perspectivas infinitas, hasta para resignarse a limitaciones cotidianas. Lo que echamos de menos lo tuvimos, hasta que en el siglo XVIII lo perdimos: un gran fin nacional. Esto es lo que hemos de buscar, lo que buscan en los autores de otros países los lectores de libros extranjeros. Y lo que han de ir descubriendo en nuestra historia y arte y religión, y en la profundidad de nuestros sentimientos más auténticos, los caballeros de la Hispanidad. Esta España de ahora, que vive como si estuviera de más en el mundo, no es sino la sombra de aquella otra que fue el brazo de Dios en la tierra. ¿Cómo resurgirá la verdadera? Por nuestras ansias, y aun por el mismo espíritu de aventura que nos extranjerizó hace dos siglos. Porque todas las otras pruebas están hechas, y andados todos los caminos. No nos queda más que uno solo por probar: el nuestro.

(…) Las naciones más ricas se arruinan para sacar a los electores de su natural retraimiento, ofreciéndoles, a expensas del Erario, ventajas particulares. Tampoco creemos en la ciencia, porque es neutral y mata como cura. Y el progreso no lo afirmaremos sino como un deber. La idea del progreso, fatal e irremediable, es un absurdo. El tiempo, que todo lo devora, no puede por sí solo mejorarnos. Era más cierta la mitología de Saturno, en que se pinta al tiempo comiéndose a sus hijos. Tampoco se sostendrá nuestra beocia admiración por los países extranjeros. Todos los pueblos que siguieron caminos distintos de la común tradición cristiana se hallan en una crisis tan profunda que no se sabe si podrán salir.

(…) El pasado español es una procesión que abandonamos, los más de nosotros, para seguir con los ojos las de países extranjeros, o para soñar con un orden natural de formaciones revolucionarias, en que los analfabetos y los desconocidos se pusieran a guiar a los hombres de rango y de cultura. Pero la antigua procesión no ha cesado del todo. (…) Y nuestra vida verdadera, en cuanto posible en este mundo, consiste en volver a entrar en fila. ¿Decíamos ayer?… Precisamente. De lo que se trata es de recordar con precisión lo que decíamos ayer, cuando teníamos algo que decir.