Los hijos de los cristianos egipcios asesinados por ISIS: «Mi padre está en el cielo» - Alfa y Omega

Los hijos de los cristianos egipcios asesinados por ISIS: «Mi padre está en el cielo»

Los cristianos egipcios asesinados por ISIS en Libia, son ya venerados como mártires. Ayuda a la Iglesia Necesitada ha visitado a sus hijos

Ayuda a la Iglesia Necesitada
El obispo de Samalut con hijos de coptos asesinados. Foto: AIN

Las imágenes de los 21 cristianos decapitados en febrero por terroristas del «Estado Islámico» han quedado grabadas a fuego en la memoria de los egipcios cristianos. Nadie puede olvidar las tomas de los hombres vestidos con un mono de color naranja y arrodillados en una playa libanesa ante sus asesinos encapuchados de negro. El vídeo difundido por los yihadistas muestra en toda su crueldad cada uno de los detalles del brutal asesinato.

Hace ya tiempo que estos hombres, trabajadores extranjeros en Libia, fueron reconocidos como mártires por la Iglesia ortodoxa copta, a los que tiene gran veneración. Esta semana comenzaron los trabajos para poner los cimientos de una iglesia en honor de los mártires. El presidente de Egipto, Sisi —que es musulmán— ordenó la construcción. Se levantará en la diócesis ortodoxa copta de Samalut (Samalout), de la que procede la mayoría de los mártires. Todos menos Matthew, procedente de Ghana, eran egipcios.

El obispo Paphnutius es el obispo de Samalut. «Estamos orgullosos de nuestros mártires», dice al recibir a colaboradores de la Fundación Pontificia Internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada en su sede episcopal, a unas tres horas en automóvil al sur de El Cairo. «Aunque tuvieron que arrodillarse delante de sus asesinos, ellos eran los más fuertes. Sus asesinos eran más débiles, a pesar de tener armas. ¿Por qué si no habrían ocultado sus rostros? Solo porque tenían miedo», dice convencido. «Por el contrario, nuestros hijos eran muy fuertes e invocaron el nombre de Nuestro Señor hasta su último aliento».

El obispo Paphnutius interpreta espiritualmente su martirio. «Desde siempre, la Iglesia sabe que la sangre de los mártires es semilla de los cristianos. Este caso no es diferente, y así será hasta la consumación de los tiempos», comenta. «Desde Alejandría hasta Asuán, en todo Egipto se ha reforzado la fe de los cristianos. También musulmanes de todos lados nos han dicho que están orgullosos, que nuestros mártires han demostrado que los egipcios somos muy fuertes. Su muerte nos llena de orgullo a todos, cristianos y musulmanes».

El obispo recuerda el tiempo de zozobra que medió entre el secuestro de los trabajadores extranjeros y su asesinato: «rezamos durante cuarenta o cincuenta días para que no abjuraran de su fe, pues se podrían haber convertido al Islam para salvar sus vidas. A pesar de ello se decidieron por Jesús y aceptaron la muerte».

No se pudo dar sepultura a esos hombres. «ISIS dijo que echó al mar los cuerpos muertos de nuestros mártires». Según el obispo, los yihadistas quisieron vengarse así del hecho de que el cuerpo de Osama Bin Laden, el jefe de Al Qaeda, fue echado al mar por los americanos en el año 2011. Sin embargo, el obispo Paphnutius no siente odio por los asesinos. «Con los asesinos, reacciones como las del archidiácono Esteban, que pidió al Señor perdón para sus asesinos, que no sabían lo que hacían».

Sin embargo, las consecuencias del crimen se siguen sintiendo aún hoy, pues los mártires dejaron viudas e hijos huérfanos. «Gracias a generosos donativos podemos ocuparnos de ellos», dice el obispo Paphnutius.

Los colaboradores de Ayuda a la Iglesia Necesitada han podido visitar a algunos de esos niños huérfanos. El fuerte testimonio de la fe de los padres se extiende a los hijos. Hablan de sus padres serenos y tranquilos. Ingy Tawadros, de 14 años, es uno de los tres hijos del asesinado Tawadros Youssef Tawadros, de quien se dice que tuvo muchas dificultades en Libia porque su nombre es fácilmente reconocible como cristiano, por lo que le pidieron muchas veces que se cambiara de nombre. «Quien se cambia de nombre acaba cambiándose de fe», decía, y lo rechazaba. Junto a Ingy se encuentran sus dos hermanos; el menor, apenas tiene seis años. «Estoy orgullosa de mi padre —dice Ingy—. No solo por mí, sino porque ha honrado a toda la Iglesia. No renegó de su fe. Esto es algo maravilloso. Rezamos por los asesinos, para que se conviertan». Pero por mucho que los niños sepan llevar con fe la pérdida de sus padres, a algunos se les escapan las lágrimas mientras hablan. «Mi padre está en el cielo —dice otra muchacha—. A pesar de ello, estoy triste, pues eso está tan lejos…».

Oliver Maksan / AIN