Transparencia y claridad - Alfa y Omega

Transparencia y claridad

En abril de 2005, los cardenales eligieron Papa a un hombre «bien consciente de las reglas, ritmos y difíciles equilibrios de la Curia romana»; y durante sus ocho años de pontificado, Benedicto XVI «ha llamado muchas veces a mantener limpia y transparente la casa de Dios y de los hombres». Escribe Paolo Bustaffa, ex director de la agencia de noticias italiana SIR

Colaborador
Benedicto XVI reunido con la Curia vaticana, en noviembre de 2006

El Papa Benedicto XVI fue elegido 19 de abril 2005, algo menos de 24 años desde que, el 25 de noviembre de 1981, fue nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por el Papa Juan Pablo II. Éste es el contexto que debemos considerar: el cardenal Ratzinger fue elegido Papa después de haber visto durante 24 años a un gran número de cardenales y obispos encargarse de diversos puestos en la gestión de la Iglesia universal y del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano. En todo este tiempo, él permaneció al frente de la Congregación vaticana más importante, como máximo colaborador del Papa Juan Pablo II durante la casi totalidad de su pontificado. Esto conllevó, en el momento de su elección como Pontífice romano, dos aspectos muy concretos: el primero es que los cardenales reunidos en el cónclave de 2005 optaron claramente por dar continuidad a la configuración del pontificado de Juan Pablo II eligiendo, bajo la guía del Espíritu Santo, un nuevo Papa bien consciente de las reglas, ritmos y difíciles equilibrios de la Curia romana, que se articula sobre lo que podría llamarse la política administrativa del Vaticano y de la Iglesia. El segundo aspecto es que se convertía en Papa un cardenal que sumaba sobre su persona tanto el aspecto del liderazgo pastoral -fue arzobispo de la diócesis de Munich-Freising-, como el de testigo de la gran época del Concilio Vaticano II y de su constante y lenta aplicación bajo el signo de la hermenéutica de la continuidad con respecto al depósito de la fe y de la tradición secular de la Iglesia, algo que él ha enriquecido durante su pontificado a través de la revaloración de la liturgia entendida como expresión de la comunidad eclesial reunida en torno al sacrificio eucarístico.

La consecuencia lógica de estos aspectos ha sido la necesidad de expresar su gobierno de la Iglesia en una dimensión de continuar la línea de diálogo interno entre los distintos dicasterios, como ya ocurrió con Pablo VI y Juan Pablo II. Pero de la línea de sus predecesores se ha distanciado al querer simplificar y racionalizar los complejos mecanismos que rigen las actividades de la Curia romana. En este sentido hay que leer la decisión del Papa Ratzinger de nombrar como Secretario de Estado al entonces arzobispo de Génova, cardenal Tarcisio Bertone, después de haber servido durante siete años y medio como Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Si se trataba de un nombramiento fuera de la historia de la lógica diplomática de la Curia, se confirmó, sin embargo, la necesidad de conocimiento directo y de estrecha relación que el Papa exigía a sus colaboradores. Confirma este punto de vista la unificación del cargo de Camarlengo de la Santa Iglesia Romana en la figura del mismo cardenal Bertone.

Sin prisa, pero sin pausa
  • Benedicto XVI no ha tenido prisa en renovar la Curia que dejó Juan Pablo II. Todos los nombramientos en los altos dicasterios los ha realizado el Papa aceptando las renuncias por razones de edad.
  • El primer nombramiento fue el de Presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, poniendo al frente al cardenal Levada. No fue hasta más de un año después, en septiembre de 2006, cuando nombró al hoy Secretario de Estado, el cardenal Bertone.
  • En septiembre de 2010 creó un nuevo dicasterio: el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización.
  • Guzmán Carriquiry, Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, es el primer laico en un departamento así en la Curia.
  • Hoy, hay 13 italianos en los 28 cargos más importantes (en 2015, eran 7 de 27).

La necesidad de hacer más eficaces las tareas de los Consejos Pontificios abiertos al exterior de la Iglesia, como el de Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y el de Justicia y Paz, llevó al Papa Benedicto XVI a la unificación inicial de los mismos, sólo para volver a hacerlos autónomos a la luz de una racionalización y para dotarlos de una mayor fuerza propositiva frente foros internacionales como las Naciones Unidas. Lo mismo ocurrió con el Consejo Pontificio de la Cultura y con el de Diálogo Interreligioso, que han vuelto a encontrar su independencia después de un período de unificación, una decisión que ha marcado mucho las competencias respectivas. Con el nacimiento del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, en 2010, el Papa siguió las perspectivas de Wojtyla y las orientaciones sinodales, una señal directa a toda la Iglesia, llamada a responder al desafío de redescubrir el poder del Evangelio en una sociedad cada vez más secularizada y atea. El discurso sinodal y la relación con los obispos ha sido el foco de atención ya desde el escudo de armas papal del Papa Ratzinger, en el que la tiara papal es sustituida por una mitra de obispo.

Otro discurso a tener en cuenta debe hacerse a la luz de los escándalos del IOR y de la gestión económica vaticana; si Benedicto XVI ha trazado una línea de claridad y de apertura con respecto a las leyes internacionales, su perfecta realización se enfrenta a lógicas que nada tienen que ver con el pensamiento de un Papa que ha llamado muchas veces a mantener limpia y transparente la casa de Dios y de los hombres.

Paolo Bustaffa