«¡Que santa Teresa interceda por el Sínodo, para que los padres inicien en la fe a sus hijos!» - Alfa y Omega

«¡Que santa Teresa interceda por el Sínodo, para que los padres inicien en la fe a sus hijos!»

El cardenal Blázquez clausura el Año Jubilar Teresiano y recuerda que, según el ejemplo de santa Teresa de Jesús, oración y apostolado van unidos

José Antonio Méndez

El cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha presidido la Misa de Clausura del Año Teresiano, en Ávila. Durante su homilía, el cardenal Blázquez (abulense de nacimiento) ha destacado «el cristocentrismo» de la Mística Doctora, que tuvo una estrecha relación con «la sacratísima Humanidad de Cristo», en palabras de la Santa, pues «el cristianismo no es una idea sino una Persona; no es una experiencia religiosa sino un acontecimiento: Jesús de Nazaret, que anunció con palabras y obras el Evangelio de la misericordia de Dios a los pecadores, pobres y excluidos, que fue crucificado y que resucitó al tercer día es el centro del cristianismo», destacó el cardenal.

Además, ha explicado que a lo largo de todo el Año Jubilar Teresiano y de los distintos actos conmemorativos del V centenario de su nacimiento, «de la mano de la Santa nos hemos puesto en camino para ir desde el encuentro con el Señor hasta todas las periferias, y para renovar la dimensión misionera de nuestra vida cristiana».

Oración y apostolado

De hecho, el presidente de la CEE ha insistido en que la figura de santa Teresa es un doble estímulo para los católicos, pues da hondura en la oración y un empuje misionero: «Si las comunidades fundadas por Teresa introducen en su oración la dimensión apostólica, queremos ser amigos fuertes de Dios en estos tiempos recios y apóstoles para anunciar el Evangelio». «¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial!», ha añadido.

El cardenal arzobispo de Valladolid, que lleva una semana en Roma para asistir al Sínodo sobre la Familia y ha hecho hoy un viaje exprés a Ávila para clausurar el Centenario, ha querido unirse a la actividad de los padres sinodales y ha pedido la intercesión de la primera mujer Doctora de la Iglesia «para que los padres inicien en la fe a sus hijos».

Homilía completa del cardenal Blázquez

Hace un año, en este mismo lugar, iniciábamos con alegría y esperanza las celebraciones del V Centenario del Nacimiento de santa Teresa de Jesús.

Hoy, dando gracias a Dios, concluimos gozosamente las actividades en la memoria de la Santa. Hemos quedado sorprendidos por la capacidad de convocatoria de santa Teresa y hemos reavivado en la Iglesia y en la sociedad el mensaje inmarcesible que continúa emitiendo. ¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial! Ávila ha quedado para siempre ennoblecida con su nacimiento, con su vida y con su obra.

Ha merecido la pena ponernos en camino siguiendo su invitación al tiempo de morir en Alba de Tormes: «Es tiempo de caminar». Con la réplica de su bastón ha visitado tantos rincones del mundo. De la mano de la Santa nos hemos puesto en camino para ir desde el encuentro con el Señor a todas las periferias y para renovar la dimensión misionera de nuestra vida cristiana. Si las comunidades fundadas por Teresa introducen en su oración la dimensión apostólica, queremos ser «amigos fuertes de Dios» en estos «tiempos recios» y apóstoles para anunciar el Evangelio. Desde la Eucaristía, que es el centro de la vida de la Iglesia, somos enviados a todas las periferias.

Revelación de Dios a los sencillos de corazón

El pasaje evangélico que ha sido proclamado y hemos escuchado en esta celebración (Mt. 11, 25-30) orienta nuestra mirada de fe a la íntima relación entre Jesús y el Padre. Padre e Hijo están unidos por un conocimiento único y mutuo; conocimiento que es al mismo tiempo amor y entrega recíproca.

Por medio de Jesús, el Hijo de Dios hecho Palabra y Evangelio, su revelación llega a los sencillos y humildes. Jesús es el Revelador del Padre, plenitud y mediación de la autocomunicación y autodonación del mismo Dios a los hombres. A través de Jesús hemos sido introducidos en una comunicación filial con el mismo Dios.

Jesús mismo se convierte en nuestro Cireneo, aligerando el peso de la vida y del seguimiento. En su compañía encontramos el descanso que necesita nuestro corazón, pues al creer entramos en el descanso prometido por Dios (cf. Heb. 4, 1-11). Con expresiones evangélicas podemos decir: El Padre y el Hijo viven unidos en el conocimiento y el amor (cf. Jn. 15, 9). El Padre está en Jesús y Jesús en el Padre (cf. Jn. 10, 38; 17, 21). Jesús hace lo que ha visto al Padre y el Padre le manda (Jn. 5, 36; 10, 37-38), Jesús y el Padre son uno (Jn. 10, 30). El encuentro con Jesús es la puerta que nos abre al misterio de Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

«El cristianismo no es una idea, sino una Persona»

El cristianismo no es una idea sino una Persona; no es una experiencia religiosa sino un acontecimiento. Jesús de Nazaret, que anunció con palabras y obras el Evangelio de la misericordia de Dios a los pecadores, pobres y excluidos, que fue crucificado y que resucitó al tercer día es el centro del cristianismo. «El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica» (R. Guardini, La esencia del cristianismo, Madrid, 2ª ed. 1964, p. 20 Cf. Encíclica Deus caritas est, 1).

La persona de Jesucristo, en su unidad histórica y en su gloria eterna, es la categoría que determina el ser, el obrar y la doctrina de lo cristiano» (Ib. p. 105). ¡Con qué claridad y hondura comprendió esto Teresa de Jesús! La fe y el amor a Jesucristo, su seguimiento e imitación, la comunión cordial y obediente a Él es el corazón de la vida de Teresa. Ella habla de la Humanidad de nuestro Señor Jesucristo.

«La sacratísima Humanidad» de Jesucristo

«Humanidad de Jesús para Teresa es el Jesús de la historia de salvación. Ante todo, el Jesús histórico, enmarcado en tiempo y lugar y personas y modales: su ser, su hacer, su padecer. Sentimientos interiores y acontecimientos exteriores. Sus palabras y su amor. Con atención especial al ministerio pascual de Jesús, que sufre la pasión y resucita glorioso. Y con expresa ampliación al Jesús del sacramento eucarístico. Pero, a la vez, Humanidad que se integra en el misterio de su persona, en la que “divino y humano junto” constituyen el entramado misterioso de su ser y de su historia» (Tomás Álvarez, Comentarios a «Vida», «Camino» y «Moradas» de Santa Teresa, Burgos 2005, p. 723). Estas palabras se refieren al capítulo 7 de las Moradas Sextas. [El P. Gracián y el doctor Velázquez, confesor de santa Teresa, canónigo y catedrático de Toledo (cf. Fundaciones 28, 10), vencieron la resistencia de la Madre Teresa para escribir el libro «Moradas del Castillo Interior». Comenzó a escribirlo el día 2 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, del año 1577. En pocos meses trazó una obra maestra. Don Alonso Velázquez fue nombrado obispo de Osma en 1578 y murió el año 1583 preconizado arzobispo de Santiago de Compostela. Está enterrado en la iglesia parroquial de Tudela de Duero (Valladolid), donde había nacido].

El cristocentrismo de santa Teresa, del que se puede fundadamente hablar, significa que la fe y la vida cristiana no consisten en abstracciones ni en filosofías, sino en la existencia singular de una persona histórica que se llama Jesús. «Él es el centro orbital de nuestra vida, que es «vida en Cristo». Sin Él o fuera de Él, la vida del cristiano se desorbita». La gracia, la vida y la salvación la recibimos en flujo descendente de Jesús hasta nosotros. Y por El subimos al Padre. «En Él se realiza y consuma nuestra unión con Dios» (Ib. p. 725).

Todas las virtudes (amor, humildad, paciencia, pobreza, obediencia…) quedan por el seguimiento de Jesús interiormente modeladas en cristiano. «Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes; Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado? ¿Qué nos dejará en los trabajos y tribulaciones como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón» (Vida, 22, 7).

Frente a todo propósito de subir a las cumbres de la contemplación dejando atrás la relación con Jesús, frente a la enseñanza de inspiración neoplatónica de entrar en comunicación con la divinidad sin la mediación de Jesucristo, frente a todo intento de espiritualización del hombre despreciando la carne, frente a todo actitud gnóstica que rehúye la historia concreta del Señor para alcanzar el conocimiento divino más allá del Verbo encarnado, Teresa reivindica con decisión la Humanidad de Cristo.

Una Humanidad que no es abstracta

En el extraordinario capítulo 22 del Libro de la Vida expone una cuestión que sostiene con decisión, incluso ante personas teológicamente entendidas. «Muy, muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor; he visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes tesoros» (Vida, 22, 6; cf 2 y 3. 6 Moradas 7, 5).

¿Qué entiende Teresa por Humanidad de Jesucristo? No es término abstracto ni es sin más la condición de hombre verdadero de las definiciones dogmáticas de la Iglesia. Con palabras del mismo padre Tomás Álvarez, citado arriba, repitamos una explicitación semejante a propósito del capítulo 22 de Vida (cf. pp. 159-160).

En los escritos de santa Teresa la expresión Humanidad de Jesús comprende al menos cuatro dimensiones. «Se refiere a Jesús mismo y su misterio: A su aventura evangélica; sus palabras, sentimientos y acciones; su Pasión, su Cuerpo glorioso y resucitado».

También la Humanidad del Señor indica su presencia eucarística, «compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros». La presencia sacramental de Jesucristo va unida expresamente con su humanidad gloriosa; santa Teresa subraya en este sentido el momento de la comunión (Cf. Vida 28, 8; 29, 3; 7 Moradas 2, 1; Cuentas de conciencia 25ª).

La sacratísima Humanidad abarca también su misteriosa presencia al lado del orante y del creyente. «Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Es ayuda y da esfuerzo; nunca falta, es amigo verdadero».

«No quiero más que le miréis»

Por fin, otro aspecto relacionado con la Humanidad de Jesucristo: Jesús «es el mejor dechado». Teresa pasa de la representación de Jesucristo al Señor vivo; por lo cual «quisiera yo siempre tener delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía tenerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera». Por esto, nos invita Teresa a «poner los ojos en Cristo». «No quiero más que le miréis» (Camino 42, 3). La oración ante una imagen del Señor es muy apreciada por Teresa. En la mirada se concentra la personalidad, se refleja el corazón, lo invisible se hace visible, el rostro es imagen del alma («facies, animi imago»). En Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, hemos contemplado la gloria del Padre invisible (cf. Jn. 1, 14.18). En la mirada de Jesús se asoma su corazón, en el que reverbera el corazón del Padre (cf. Gaudium et spes 22). La contemplación de Jesús nos sumerge en el misterio del Dios escondido y en la fraternidad con todos los hombres. En Jesús podemos contemplar su rostro sonriente de niño, sus llagas de crucificado, su luz radiante de glorificado.

En el encuentro con Jesucristo, Dios se nos hace cercano y habla con nosotros como amigos; pero no pierde su trascendencia. El Dios invisible, aunque hecho Imagen en Jesús, nos recuerda y advierte que no podemos dominarlo. Es siempre mayor. En el rostro de Jesús también se manifiesta la santidad, autoridad y poder del Señor. Los discípulos experimentan en el trato con Jesús que no es simplemente un compañero y amigo; perciben en El un misterio que los desborda: ¿Quién es éste? ¿De dónde viene? ¿Quién le ha dado tal autoridad?

La fe en Dios es razonable

El que Dios sea un Dios invisible y escondido se experimenta en nuestro tiempo con oscuridad particular. La convicción de la existencia de Dios ha perdido actualmente vigencia en muchos ambientes humanos, sociales y culturales. Estamos convencidos los cristianos de que la fe en Dios es razonable, pero no podemos probar la racionalidad inconcusa de la fe ante los que se aferran sólo a sus razones. Por esto, nuestra fe está llamada a ser humilde y agradecida; debe ser evangelizadora sin miedos ni desganas pero nunca puede ser ni pretenciosa ni impuesta.

La Humanidad sacratísima de Jesucristo abarca en la pluma de Teresa todo el itinerario del Señor desde su nacimiento en Belén, vida escondida en Nazaret, pasión y crucifixión en Jerusalén; glorificación y presencia eucarística hasta la cercanía a nosotros. Está junto a nuestro lado; no se ha alejado ni desentendido de nosotros.

Este recorrido está impregnado del amor que el Señor nos tiene; no es simplemente un itinerario histórico completo; es sobre todo la presencia del Amigo cercano y poderoso. «Quiero concluir con esto, que siempre que se piense en Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes, y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor». En la entrega de Jesús por nosotros se manifiesta también el amor del Padre.

Ambiente religioso frío e indiferente a Dios

La historia de Jesús es el itinerario de Dios con nosotros. Nadie puede ir al Padre, sino por Él (cf. Jn. 14, 6). Quien ve a Jesús ve al Padre (cf. Jn. 14, 9), ya que es el rostro personal de Dios (cf. 6 Moradas, 7, 6). Cuando se vive en un ambiente religiosamente frío e indiferente y se padece el silencio y la ausencia de Dios, ¡qué elocuente es mirar a Jesús. Palabra e Icono del Padre!

El amor cristiano tiene su fuente en Dios, que es Amor (1 Jn. 4, 16). Tiene su medida en el amor que Jesucristo nos tiene: Amaos como yo os he amado (Jn. 13, 34). Tiene su inspiración y su aliento en el Espíritu Santo (Rom. 5, 5). El amor fraterno, según el estilo de Jesús, es señal distintiva de los discípulos del Señor: «Por esto conocerán que sois mis discípulos» (Jn. 13, 35).

Jesús nació en Belén, hecho pobre por amor nuestro; recorrió los caminos con sudor y cansancio por amor a los hombres; murió despojado en la cruz, dando la prueba del amor supremo (cf. Jn. 15, 13; 1 Jn. 3, 16).

Comunicación de Dios en la humildad de la carne

La encarnación del Hijo de Dios se hace sacramento de gracia y verdad en la Iglesia, y alimento de vida eterna para los caminantes en la Eucaristía. La presencia de Jesús se prolonga especialmente en los pobres y enfermos, en los perseguidos y refugiados, en los excluidos y descartados. Por la presencia del Hijo de Dios en la historia, toda persona, todo acontecimiento, todas las cosas pueden ser señales y huellas para encontrar a Dios. La creación entera trae noticias de su Autor. Podemos decir que la aspiración del Adviento: «¡Ojalá rasgaras el cielo y descendieras!», se ha convertido en Navidad. Dios no es sólo el añorado, es el amigo presente.

Jesús es el Enmanuel, «Dios con nosotros». Dios está presente en la sublimidad de la contemplación, y «entre los pucheros anda el Señor, ayudándonos en lo interior y exterior» (Fundaciones, 5, 8).

Se puede relacionar la «corporeidad» de la Humanidad de Jesucristo con la celebración litúrgica. Magistralmente lo expresó San León Magno: «Lo que era visible en la vida del Salvador ha pasado a los sacramentos» (Sermo LXXIV. De Ascensione Domini, II, cap. I: PL 54). «Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado. El Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del mundo» (Encíclica Laudato sí’, 235).

Con palabras de un himno de la Liturgia de las Horas con resonancias rahnerianas podemos rezar: «Hombre quisiste hacerme, no desnuda inmaterialidad de pensamiento. Soy una encarnación diminutiva; el arte, resplandor que toma cuerpo. La palabra es la carne de la idea: ¡encarnación es todo el universo! ¡Y el que puso esta ley en nuestra nada hizo carne su verbo! Así: tangible, humano, fraterno».

Jesús cercano a los tentados por la serpiente

La Humanidad de Jesús refleja la «humanidad de Dios». Dios en Jesucristo se nos ha manifestado humilde y cercano. Se ha hecho próximo del que cayó en manos de los bandidos, derramando en sus heridas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Lc. 10, 36). Jesucristo siendo rico se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2. Cor. 8, 9). Siendo de condición divina se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Fil. 2, 7 ss).

Adán, instigado por la serpiente, creyó que Dios es prepotente y celoso, que se afirma a sí mismo humillando al hombre (cf. Gén. 3, 5. 22). Adán se confundió de modelo. Deseando ser como el Dios que se había forjado, se encontró despojado (cf. Gén. 3, 10). Dios y el hombre no son competitivos. Más bien, la gloria de Dios consiste en el hombre viviente (cf. Jn, 17, 1 ss). Dios manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia. Jesús, el nuevo Adán, ha recorrido el camino inverso al pretendido por el viejo Adán: Desde la humillación hasta la glorificación. Dios es compasivo y condescendiente; nos manifiesta su gracia y ternura en Jesucristo.

Pretender alcanzar la sabiduría más alta, querer decidir lo que es bueno o malo sin respetar el fundamento que es la Ley de Dios, al margen del camino del descenso del Hijo de Dios, oculta una sutil falta de humildad. Dios es amor y Amigo de los hombres. El amor verdadero no retrocede ante el sufrimiento que le exige vivirlo realmente. El amor auténtico se manifiesta en la capacidad de sacrificio por la persona amada. En la sacratísima Humanidad de Jesús, que siendo Hijo de Dios se hizo hombre e historia por nosotros, descubre Santa Teresa otra razón de orden antropológico. «Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo. Querernos hacer ángeles estando en la tierra es desatino» (Vida 22, 9).

Nos viene bien la cruz

Jesús se ha hecho hombre débil, ha sido desfigurado su rostro en Getsemaní; el más hermoso de los hijos de los hombres, está tan afeado que los hombres al ver su rostro miran para otra parte. La pasión del Señor es antídoto contra la tentación que desprecia lo débil, lo pobre, lo desfigurado. Aquí puede insinuarse la tentación de ser puros como ángeles y soberbios como demonios. Nos viene bien la cruz para que no nos enorgullezcamos; el aguijón en la carne que Pablo padeció y del cual no le liberó el Señor para no engreírse (cf. 2 Cor. 12, 7).

La insistencia de santa Teresa en la Humanidad de Jesucristo, como orante y maestra de oración, nos introduce en el centro del Evangelio y de la revelación de Dios, a saber, en la persona de Jesús y en su historia, que hunde sus raíces en la eternidad de Dios y desemboca en la gloria, patria de la humanidad y descanso del corazón.

Unamos con mirada amplia el nacimiento y la muerte de santa Teresa. Ana de San Bartolomé, secretaria, confidente y enfermera de la Santa recuerda sus últimos momentos. Pidió que le llevasen el Santísimo Sacramento y cuando lo vio se incorporó con gran ímpetu de espíritu; decía y repetía: Señor, ya es tiempo de caminar; daba muchas gracias a Dios por verse hija de la Iglesia y morir en ella; con los méritos de Jesucristo esperaba ser salva; y nos pedía que suplicásemos a Dios que perdonase sus pecados y que no mirase a ellos sino a su misericordia.

Caminar como hermanos y apóstoles

¡Es tiempo de caminar! ¿Adónde? Al encuentro con Jesucristo, el Amigo que no falta. Siendo Palabra eterna de Dios se ha hecho Camino que conduce a la vida verdadera. Es tiempo de caminar hacia las periferias geográficas y humanas como hermanos y apóstoles. Es tiempo de caminar hacia el corazón de la Iglesia, nuestra casa y hogar. Es tiempo de caminar, como hijos pródigos, al encuentro con el Padre que nos espera, que hace fiesta por el retorno, que nos restituye a la condición de hijos. Es tiempo de caminar al «Año de la misericordia» de Dios, convocado por el Papa Francisco, que se abrirá el día 8 de diciembre. Las primeras palabras de la Bula culminan lo que hemos venido diciendo: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre».

Teresa de Jesús es maestra de oración; durante este año hemos acudido frecuentemente a su escuela. La oración supone la fe en el Señor, que es Amigo verdadero; y, viceversa, la oración alienta la fe y reaviva su ardor evangelizador. La oración ensancha el corazón para amar y fortalece la voluntad para que nazcan obras a favor de los demás.

Uniéndonos a la Asamblea de Obispos, que se celebra estos días en Roma, invocamos la intercesión de santa Teresa para que los padres inicien en la fe a sus hijos. La fe se transmite particularmente enseñando a rezar a los niños y rezando con ellos. ¡Que santa Teresa los acompañe hasta la Virgen, Madre y Maestra, a cuyo regazo acudió ella confiadamente! ¡Que María, Madre de misericordia, nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre!

+ Ricardo Blázquez. Cardenal arzobispo de Valladolid