La conversión inaplazable - Alfa y Omega

La conversión inaplazable

Tercer domingo de Cuaresma

José Rico Pavés
Señor, déjala todavía este año…, a ver si da fruto en adelante

La conversión no es aplazable. A una llamada nueva corresponde siempre una respuesta por estrenar. Jesucristo ha inaugurado el tiempo que no envejece. Nosotros pasamos, sus palabras permanecen. Por su palabra, el tiempo se hace oportuno. Jesús llama ahora para que respondamos ya. Quien ignora esta llamada pone en peligro su vida. Cuando la Iglesia llega al tercer Domingo de Cuaresma, Jesús sale a nuestro encuentro en la Liturgia y su palabra nos urge a tomar en serio la llamada a la conversión. Nos propone para ello dos consideraciones: la primera tiene que ver con el futuro imprevisto; la segunda, con una higuera plantada en medio de la viña.

Quien deja para mañana la conversión de hoy corre el riesgo de encontrarse viviendo su final en este mundo de forma trágica. Jesús se refiere a dos sucesos que debieron conmover a sus contemporáneos. Unos galileos fueron pasados a cuchillo por Pilato cuando presentaban sacrificios; otros sufrieron muerte repentina, al desplomarse sobre ellos la torre de Siloé. En ningún caso el desenlace trágico de los sucesos respondió a una suerte de castigo por sus pecados. La concurrencia de circunstancias se entrecruza siempre con el ejercicio de la libertad humana. Lo decisivo es plantear la vida de tal manera que, al irrumpir la muerte, nos encuentre preparados para el encuentro definitivo con el Señor. La conversión que pide Jesucristo consiste en asumir ese planteamiento: vivir cada instante sabiéndose plenamente libre sólo en Dios.

La segunda consideración se realiza en forma de parábola y tiene como protagonista una higuera plantada en una viña. Es frecuente plantar higueras en viñedos. Al igual que los olivos, acacias o avellanos, dependiendo de la orientación de las vides, las higueras pueden desempeñar una función de plantas ayudadoras. Su beneficio, por tanto, en una viña va más allá de los frutos propios que pueda producir. En esta parábola, sin embargo, la higuera es especial. Ha sido plantada por el dueño de la viña, goza de su predilección, ha recibido cuidados especiales y, a pesar de todo, no da frutos.

En la antigüedad cristiana la parábola se leyó como reproche a la sinagoga: su resistencia a creer que Jesús es el Hijo de Dios y el Mesías se identificó con la esterilidad de la higuera, a pesar de las reiteradas oportunidades ofrecidas por el Dueño de la viña a través de su enviado. Más allá de esta interpretación, Jesucristo nos enseña con esta parábola que la conversión, para ser auténtica, debe traducirse en frutos concretos de santidad. Por parte del Señor no faltarán nunca los cuidados y las oportunidades para volver a Él, pero no debemos confiarnos: para nosotros, que estamos en este mundo, el tiempo es limitado. A las llamadas continuas de la misericordia de Dios, que es eterno, debemos responder con frutos mientras aún hay tiempo.

La renuncia al ministerio petrino del Papa Benedicto XVI, recibida a la luz del Evangelio de este domingo, nos trae a la memoria las palabras que dirigió por primera vez a los fieles, presentándose como siervo humilde de la viña del Señor. Durante estos casi ocho años de pontificado, el Señor se ha prodigado en cuidados, en favor de su Iglesia, llevados a cabo a través de las palabras y las obras del Santo Padre. Es tiempo ahora de responder con frutos de conversión y de inmensa gratitud.

Evangelio / Lucas 13, 1-9

En aquel momento, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió:

«¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».

Y les dijo esta parábola:

«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno? Pero el viñador respondió: Señor, déjala todavía este año, y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar».