La respuesta..., de rodillas - Alfa y Omega

La respuesta..., de rodillas

Era fácil escuchar, durante los días de la JMJ, a muchísimas personas preguntarse sobre qué hacía aquí semejante cantidad de jóvenes peregrinos. Algunos, incluso desde los medios, respondían que los jóvenes venían a ver al Papa, a encontrarse con otros jóvenes del mundo, o a vivir una gran fiesta de la fe. Pero, al escuchar y observar a los jóvenes, se descubría la verdadera razón…

José Antonio Méndez
Peregrinos etíopes

Lo que todo el mundo ha podido ver, durante la JMJ, han sido las calles de Madrid convertidas en un hervidero de peregrinos, curiosos, medios de comunicación y personas sorprendidas por una explosión de júbilo sin precedentes, cuyas raíces parecían infranqueables para el análisis racionalista. Los periodistas se afanaban por preguntar a los jóvenes qué hacían aquí, qué sentían. Y ellos respondían, de primeras, que habían venido para estar con el Papa, que les impresionaba semejante marea de católicos de su edad, y que aquella era una fiesta sana, alegre. Pero en la JMJ había más, mucho más, y sólo quien no se conformaba con lo anecdótico era capaz de descubrirlo. Bastaba con preguntarse: Si ver al Papa pueden hacerlo por Internet; si para encontrarse con otros jóvenes podían ir a un festival de verano; y para ir de fiesta, podían viajar a Ibiza… ¿qué los ha traído aquí, de verdad?

¿Tú los has visto?

Gonzalo, un joven madrileño que, a las dos de la madrugada, hacía botellón, el pasado viernes, en la Plaza de España, se hacía la misma pregunta. Con sus dos pendientes, los brazos tatuados, la cabeza rapada por los laterales y una cresta teñida de rubio, miraba a los jóvenes franceses que cantaban ¡Resucitó! al ritmo de guitarras y bongós, reían, bailaban y hablaban de Dios a los que, como Gonzalo, se habían reunido para beber y desfasar. «Esto es la berza –él usó una expresión más tosca–. ¿Tú los has visto? ¡En mi vida he estado en otra igual! ¿De dónde ha salido esta gente? ¡Mira qué alegría, chaval! ¡Y sin beber! Estoy flipando, en serio, me-fli-pan. Vamos, ¡mañana me planto en Cuatro Vientos con estas pintas –sus amigos–! Y, además, ¡está lleno de guiris que están buenísimas!».

La gente no es tonta

En realidad, la alegría y el atractivo de la juventud eran sólo el enganche. Como explicaba Pierre, un joven francés, del movimiento Anuncio, que evangelizaba a pocos metros de Gonzalo, «nosotros estamos felices de verdad porque tenemos a Cristo, y la primera impresión ayuda a ver que mi testimonio de fe no es falso. Luego, al evangelizar por las calles, hablamos del amor de Dios y la gente escucha, porque no es tonta y sabe que, si Dios existe y les ama, la vida cambia». Muchas de esas conversaciones terminaban con tres o cuatro personas orando ante el Santísimo, quizá por primera vez en su vida. Otras acababan con aparente indiferencia, «pero seguimos rezando por ellos y, como, hemos hecho lo que podíamos hacer, confiamos en el Espíritu. Sólo Dios ve qué pasa en el corazón», decía Pierre.

A fin de cuentas, el lema de la JMJ habla de enraizarse en Cristo. Y la raíz es justo lo que no se ve del árbol…

¿Merece la pena arriesgarse?

El Papa, por las calles de Madrid

Horas antes, la calle Alcalá era un ir y venir de peregrinos, que agitaban banderas y bailaban el Waka-waka. En la puerta de la iglesia de San José, la Hermana Sina Marie, una guapísima religiosa de las Hermanas Apostólicas de San Juan, animaba a los jóvenes a entrar a la Adoración internacional que llevaba a cabo el movimiento Youth 2000, y «a gastar la vida buscando el sentido de por qué viven, buscando el amor verdadero que da la auténtica plenitud, no un amor parcial y caduco». Cuando hablaba de Jesús, lo hacía como una enamorada lo hace de su amado, con una sinceridad incontestable. ¿Quién no quiere algo así para su vida? ¿Qué se pierde por probar? ¿Merece la pena arriesgarse, ponerse ante el Santísimo y que Alguien te escuche? Dentro del templo, cientos de jóvenes buscaban respuesta a estas preguntas, en silencio, de rodillas ante Cristo Eucaristía. Nicola, una joven irlandesa, miraba al Santísimo arrasada en lágrimas, pero sin angustia, y al preguntarle por qué llora, gira la cabeza hasta la talla de un Cristo yacente, y de allí, a la Custodia. He’s the same, responde. Es el mismo. Siguió hablando de cómo llegó a esta iglesia y de qué ha hecho Jesucristo en su vida, pero hay palabras que son para Dios. Sólo acepta que transcribamos una frase: «Él me ha cambiado, me ha salvado. Y no puedo dejar de darle las gracias».

Aquí se salvan las almas

Un sacerdote, durante el vía crucis

Nicola no es la única que busca cambiar y encontrar la verdadera paz, no analgésicos para la conciencia. Por eso, en el parque del Retiro, cientos, miles de personas recorren el Paseo de Coches buscando reconciliarse con Dios y, en consecuencia, consigo mismos. Van de los confesionarios a la carpa de Adoración, donde las Hijas de la Caridad recuerdan que para darse a los demás sin descanso, es imprescindible mirar a Cristo. Tres voluntarias conducen a un peregrino por la arboleda aledaña: «A la gente le llaman la atención los confesionarios, porque tienen una forma curiosa. Además, no están acostumbrados a ver jóvenes confesándose», dicen. «Sí, pero lo importante no es que la Iglesia queda bien, sino que aquí se salvan almas», dice el peregrino. Es cierto: miles de personas han recibido el perdón de Dios durante la JMJ, algunos después de muchos años sin buscar el abrazo del Padre. Ante nuestros ojos, una joven se arrodilla en un confesionario, por primera vez en 13 años. No hay reproches. No hay peros. La Gracia es gratis. El trato con Dios no incluye letra pequeña.

Era eso, nada más…

Jóvenes rezando en la capilla del Seminario

Los testimonios de fe y entusiasmo sobreabundan por la ciudad. Arrodillados en el asfalto de la Castellana, un grupo de peregrinos etíopes, acompañados del obispo auxiliar de Addís Abeba, meditaban los misterios del vía crucis: «Ante el sacrificio de Jesús por ti –explicaban–, puedes elegir a Dios, o ponerle excusas. Nos han dicho que por qué no se envía el dinero de la JMJ a África. Nosotros sabemos que la Iglesia está allí, y que de la JMJ saldrá una generación capaz de entregarse a los demás y cambiar el mundo, no confiando en sus fuerzas, sino en Dios. Somos pobres, pero estamos con el Papa para entregarnos al Corazón de Cristo, porque quien arde en amor a Dios, es capaz de ir a la JMJ, de misión a Etiopía, o decir en su casa que Cristo vive». La plegaria de los etíopes no era tan mediática como el ondear de las banderas, las charangas y las canciones. Sin embargo, la causa de esas estampas, la respuesta a los porqués que generaba la JMJ estaba en aquellas oraciones; o en el Seminario de Madrid, donde miles de jóvenes rezaban por los sacerdotes, en una cadena de oración; o en Atocha, escenario de un Rosario en varias lenguas… Era eso. Bastaba con ponerse de rodillas para entenderlo.