La capilla salvó mi alma - Alfa y Omega

La capilla salvó mi alma

Colaborador

En primero de carrera yo era una persona normal, y si tenía fe no me acordaba. Llegar a la Facultad fue descubrir un mundo apasionante, donde la incomodidad de salir del nido que era el colegio venía recompensada por la fascinación de formarme en lo que yo misma había elegido. No sólo en contenidos: el gran atractivo de la universidad, su sentido, es que es un lugar de encuentro. Todos y cada uno somos distintos y nuestras diferencias nos enriquecen. Uniformar por la fuerza sólo elimina la identidad personal a la que todos tenemos derecho. Ésa es una de las cosas más valiosas de las muchas que he aprendido en la capilla de mi Facultad.

El verano de ese para mí primero de Universidad, fue el que Benedicto XVI eligió para encontrarse con los jóvenes en Madrid. Y yo, que jamás había mostrado el menor interés por la Iglesia, me sentí un poco obligada a apuntarme como voluntaria con el grupo de jóvenes cristianos de mi Facultad. No consideraba que yo tuviera mucho en común con ellos, pero me caían bien y eran pocos; no pasaría nada por echarles un cable.

Y pasó. La Providencia quiso que esos días del verano de 2011 coincidieran con un momento clave en mi vida, en que todo parecía derrumbarse, con un padre en coma, enfermedades, juicios a la vista y enemistades no buscadas que, lejos de destruirme, sirvieron para construir una persona nueva. Cuando pienso en qué será la resurrección del cuerpo glorioso me imagino algo así; Dios creando de nuevo a la persona a partir de lo que queda de ella. En un callejón sin salida, se derrumbaron los muros. Me enamoré de mis compañeros, de la alegría contagiada, de los sacerdotes y de Él, al que unos llaman Maestro, otros Señor, Cordero de Dios, Jesús de Nazaret… A «¿Quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15), yo sólo puedo responder: «Tú cambiaste mi lamento en danza, me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría» (Sal 30).

Si no hubiese habido capilla en mi Facultad, tal vez yo no estaría aquí hoy, o tal vez sí. Eso nadie puede saberlo, pero sí tengo claro que la capilla salvó mi alma, y que nadie es quién para privar de este regalo a ninguna persona. Que los alumnos, profesores y P.A.S. tienen derecho a expresar su fe en comunidad, a vivirla en la esfera pública, a compartirla con los demás. He conocido también a personas maravillosas, de otros credos o ateas, a través de la capilla y del diálogo intercultural que desde aquí siempre buscamos. La marginación social a la que se intenta someter a los cristianos no es justa, pero tampoco debemos combatirla con enseñas políticas, y aún menos con violencia. Las personas que han venido a apoyarnos y que están, mientras escribo estas líneas, custodiando con un amor infinito y una humildad aplastante la puerta cerrada de nuestra Capilla, son para mí un orgullo y un ejemplo a seguir. Gracias por todo.

María Fernández Baizán