El inicio de una «Iglesia nueva» - Alfa y Omega

El inicio de una «Iglesia nueva»

Andrés Beltramo Álvarez

«Este Sínodo marca el fin de una Iglesia que juzga y condena. Podría ser el inicio de una Iglesia nueva, una Iglesia de la ternura». Las palabras de monseñor Lucas Van Looy, obispo de Gante, parecen resumir el espíritu más profundo de la asamblea episcopal que acaba de concluir en el Vaticano. Una reunión que abordó sin complejos los más importantes desafíos de la familia en el contexto actual. No sin contratiempos. Pero, más allá de las diferencias de opinión entre los obispos sobre algunos temas controvertidos, al final imperó el consenso.

La última semana del Sínodo se inició con una sacudida mediática: la falsa noticia de un tumor del Papa. El Vaticano reaccionó y negó tajante la veracidad de esa pretendida «mancha cerebral operable». Pero el episodio penetró los muros del Aula Nueva del Sínodo, causando malestar entre los 270 padres sinodales.

«La noticia molestó, fue percibida como una maniobra de muy mal gusto y todos arropamos a Francisco», comentó uno de los clérigos participantes. La percepción en el aula fue la de una voluntad externa por condicionar lo que adentro se discutía. Así lo reflejó el diario vaticano L’Osservatore Romano que, en un breve editorial, habló de «intento manipulador». Pero el Papa goza de cabal salud. Lo confirmó su portavoz, el jesuita Federico Lombardi, y lo pudieron constatar los asistentes a la audiencia general en la plaza de San Pedro. Y el intento por descarrilar el debate en el Sínodo no surtió efecto.

El método

Como en las dos semanas anteriores, los obispos discutieron con gran libertad todos los asuntos. Sea con discursos ante el pleno, sea en los 13 círculos menores lingüísticos de los cuales surgieron, en total, más de 1.500 modos. Se trata de las enmiendas al Instrumentum Laboris, el documento de trabajo producto de las conclusiones del Sínodo sobre el mismo tema celebrado en octubre de 2014, y de la posterior consulta mundial a los fieles.

El Instrumentum debía ser desbaratado y así se hizo. Porque siempre fue un texto de trabajo. Por eso fue discutido, modificado y enriquecido. Incluso en los aspectos más controvertidos, como el de los divorciados vueltos a casar. Una comisión de diez padres sinodales elegidos por el Papa trabajó durante las tres semanas de la asamblea para integrar todos las enmiendas y proponer al pleno un documento orgánico, que reflejase las diversas posturas de todos los obispos.

«El nuevo método de trabajo fue un triunfo del Papa», comentó el cardenal austríaco Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. Con esas palabras se refirió al cambio en la dinámica del Sínodo, que aprobó personalmente el Pontífice y que –al inicio– fue recibida con perplejidad por los participantes.

El nuevo modelo privilegió las discusiones en los círculos menores y quitó algunas sesiones plenarias. Los tres capítulos del Instrumentum laboris fueron estudiados uno por semana y eso confirió más orden al debate. «La nueva combinación de más círculos y menos discursos nos aligeró la carga de trabajo. Era muy desgastante y difícil seguir durante nueve días, como en el Sínodo pasado, todas las intervenciones», constató el arzobispo mexicano de Tlalnepantla, Carlos Aguiar Retes.

Verdadero consenso

Las intensas sesiones de trabajo rindieron sus frutos. La comisión redactora pudo presentar, la tarde del jueves 24, una versión provisional del Documento Final. Las cientos de enmiendas fueron plasmadas en un escrito de 94 párrafos, que entonces no era definitivo. Porque para el Papa el consenso verdadero era fundamental. Y entonces se dio la posibilidad a los padres sinodales de leer la redacción preliminar y avanzar sus últimas objeciones, el viernes 25.

Todas estas fases sirvieron para llegar al sábado 26 con un documento de amplio consenso. Así, el sufragio final decretó la aprobación por holgada mayoría de todos los párrafos. Con excepción de tres números: 84, 85 y 86. Fueron los párrafos más disputados, los que se refieren a los divorciados vueltos a casar. Estos cosecharon hasta 80 votos contrarios. Aún así pasaron con las dos terceras partes del consenso, y son parte integrante de las conclusiones del Sínodo.

¿Qué dicen esos párrafos? El 84 recomienda que sean revisadas las «formas de exclusión» para los divorciados, todavía vigentes en la Iglesia. Hoy por hoy ellos no pueden ser catequistas, profesores de religión, coordinadores de grupos o presidentes de consejos parroquiales.

El párrafo siguiente refuerza la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio e invita a un camino de arrepentimiento, de reflexión interior, sobre las condiciones del divorcio y el divorciado. Pero también reconoce que existen situaciones particulares difíciles de encuadrar en una norma general. Circunstancias en las cuales intervienen elementos ajenos a la decisión de la persona. Por eso, tanto el 85 como el 86, reconocen la necesidad de un «discernimiento» en el ámbito del «fuero interno», la conciencia de cada persona.

El documento no hizo referencia a la eucaristía. «Aquella de la comunión a los divorciados vueltos a casar es una falsa pregunta», advirtió el cardenal Schönborn, explicando el camino del «discernimiento». Y el obispo mexicano Alfonso Miranda Guardiola, que trabaja desde hace 19 años en la pastoral de las familias heridas, reconoció que una gran parte de las parejas en esas situaciones no busca comulgar, sino un gesto de cercanía de parte de la Iglesia.

Así las cosas, la doctrina católica sobre el matrimonio no fue tocada. Ni tampoco el Sínodo se había propuesto medir o no su éxito en la comunión a los divorciados. Por eso, las lecturas de los últimos días en algunos medios parecen tan diversas y contradictorias. ¿La asamblea mantuvo a salvo la doctrina? Sí. ¿Los obispos decretaron una apertura para estas personas? Sí. ¿La Iglesia extendió una mano a las personas heridas, en dificultad, en situaciones irregulares? También.

De ahí que tanto observadores rigoristas como comentadores de la laxitud hayan quedado desilusionados. Porque el documento final, con todos sus límites, ofrece una visión realista del mundo de hoy. Y constituyó una evolución creíble de la Familiaris consortio, la exhortación escrita por Juan Pablo II 34 años atrás.

Le toca decidir al Papa

«Un gran mensaje del documento del Sínodo es la misericordia, el amor, la acogida, el perdón. Es una Iglesia que quiere acercarse a la gente, acompañar en todas las situaciones, incluidas las más difíciles. Donde está la Iglesia está el amor de Dios, el perdón, la reconciliación y nadie está excluido de esa misericordia», aseguró Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida y uno de los cuatro presidentes delegados de la asamblea.

El también presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil apuntó: «el Sínodo no es un parlamento. En el Sínodo no hay vencedores ni vencidos, hay una búsqueda de comunión para dar un servicio al Papa en el gobierno de la Iglesia». Aún así, esos 80 votos contra los artículos sobre los divorciados dejan claro que existen resistencias concretas al mensaje de misericordia que empuja Francisco. Antes se sabía. Ahora se conoce su magnitud.

Por lo pronto los obispos aprobaron un documento por consenso y se lo entregaron al Pontífice. Le tocará a él decidir cómo plasmar esas recomendaciones. Los padres sinodales coincidieron en pedirle una exhortación apostólica postsinodal. Pero aún el Papa no ha decidido si la redactará o no. O, si lo decidió, todavía no lo comunica. Solo él puede dar a las recomendaciones del Sínodo sobre la familia la categoría de magisterio de la Iglesia.