«¡No dejen que les roben la esperanza!» - Alfa y Omega

«¡No dejen que les roben la esperanza!»

«¡No dejen que les roben la esperanza!», fue el emocionado discurso que dirigió el Papa a los usuarios del hospital para drogodependientes San Francisco de Asís, que visitó en la tarde del miércoles. Tras escuchar testimonios de algunos de los internos, el Papa se dirigió a todas las personas que sufren adicción para decirles: «Puedes remontar, si de verdad lo quieres». «Tú eres el protagonista de tu vida. Tendrás quien te ayude, pero nadie puede subir por ti», aunque «nunca estarán solos: la Iglesia, y muchas personas, están con ustedes»

Cristina Sánchez Aguilar

En medio de una intensa lluvia, el Papa Francisco puso fin a la jornada del miércoles en Río de Janeiro con una visita al hospital para drogodependientes San Francisco de Asís. El Santo Padre llegó al hospital con algo de antelación, tiempo que aprovechó para saludar a los cientos de fieles que le esperaban a las puertas del hospital. Durante el acto, algunos pacientes le dedicaron palabras de agradecimiento, visiblemente emocionados. El primero de ellos, que sufrió durante 7 años la drogodependencia, relató «el sufrimiento y las humillaciones que pasé». Pero, desde que está en el hospital, «me han ofrecido amor, solidaridad y respeto por mi dignidad humana». «Agradezco su presencia, su preferencia por nosotros», dijo, mientras el Papa se levantaba a abrazarlo.

Otro joven, que llevaba un año «sobrio», según él mismo contó, leyó su testimonio con gran entereza, pero al final, rompió a llorar mientras el Santo Padre se acercaba a abrazarle. «Mi esposa me abandonó, me quedé sin amigos, y empecé a consumir drogas a diario, dejando mis responsabilidades como padre, esposo e hijo», contó. «En lugar de comprar leche a mis hijos, compraba droga. Perdí todos mis bienes, y me perdí el respeto. Hasta me quise suicidar, pero desde que estoy internado, estoy sobrio. Conocí el Evangelio, me encontré con la Palabra de Dios y volví a ser amado, y así, a amar a las personas. Me convertí en una persona mejor que aprende, cada día, gracias a Dios».

El Santo Padre asistió a la inauguración de un centro gratuito con espacio para 80 internos, instalación que ha sido posible gracias a una importante donación de la Conferencia Episcopal Italiana. Este nuevo centro, que fomenta el trabajo integral con la familia del enfermo desde que éste llega al hospital hasta su reinserción en la sociedad, era muy necesario, ya que los estragos que causa la droga entre los jóvenes brasileños son incalculables. Según Manuel de Oliveira, coordinador del proyecto del Hospital San Francisco de Asís, «un tercio de nuestra juventud sufre el flagelo de la droga en sus diversas modalidades».

El hermano Francisco Belotti, director del hospital, subrayó la importancia de las comunidades de recuperación más allá del centro médico. «Buscamos transformar este lugar en una escuela de santificación, en la que se aplique la medicina suprema: el amor». Además, el superior de la comunidad dirigó unas emocionadas palabras al Pontífice, conmovido por sus numerosos gestos de cercanía a los pobres, desde la propia elección del nombre de Francisco y su declaración de intenciones tres días después de su elección: «¡Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres!».

Legalizar las drogas no resuelve el problema

El Papa Francisco, tras escuchar todos estos testimonios, comenzó su discurso recordando que «en cada hermano en dificultad, abrazamos la carne sufriente de Cristo. En este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno de ustedes, que son la carne de Cristo». Y se paró a meditar sobre el verbo abrazar: «Todos precisamos de aprender a abrazar a los que lo necesitan», dijo. «Hay muchas situaciones en Brasil y en el mundo que necesitan atención yu amor, como la lucha contra las drogas». Pero «prevalece el egoísmo», y aludió a los «mercaderes de muerte que siguen la lógica del poder y del dinero.

En todo caso, para luchar contra las drogas, no se pueden dejar de lado los verdaderos problemas de fondo. «No es permitiendo el uso de drogas, como se plantea en algunos países de América Latina, como vamos a reducir la difusión y dependencia química», dijo. «Es necesario afrontar los problemas que están en la raíz del uso de las drogas, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen una vida común y acompañar a quien está en dificultades para darle esperanza en el futuro».

«Abrazar no es suficiente», continuó. Y pidió tender la mano a quien la necesita, y animarles a decir: «puedes remontar, si de verdad lo quieres». «Les diría a cada uno de ustedes, y también a los que no han tenido el valor de dar este paso: tú eres el protagonista de tu vida. Tendrás quien te ayude, pero nadie puede subir por ti», afirmó. Aunque, recalcó: «Nunca estarán solos: la Iglesia, y muchas personas, están con ustedes». «No dejen que les roben la esperanza».

Para los que no sufren este dolor en su carne, también tuvo palabras: «Cuantas veces decimos: no es mi problema, miramos para otro lado y fingimos que no vemos». En este hospital, «no existe indiferencia, sino amor», y agradeció al personal su servicio, «un servicio a Cristo».

Finalizó recordando que «la Iglesia no es ajena a sus fatigas», y poniendo a todos bajo la protección de Nuestra Señora de Aparecida: «Los dejo en sus manos».

Éstas fueron las palabras del Papa:

Querido Arzobispo de Río de Janeiro
y queridos hermanos en el episcopado;
Honorables Autoridades,
Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares

Buenas nochesDios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso. Aquel hermano que sufría era «mediador de la luz (…) para san Francisco de Asís» (cf. Carta enc. Lumen Fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.

Abrazar, abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo. ¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.

Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».

Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes. Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.

En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. No se dejen robar la esperanza. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no vemos. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35). Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan a inclinarse sobre quien está dificultad, porque en él ve el rostro de Cristo, porque él es la carne de Cristo que sufre. Muchas gracias a todo el personal del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio que se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25, 40), nos dice Jesús.

Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay una cruz que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus manos, mientras les bendigo a todos con afecto. Muchas gracias.