El Dr. Garrido Lestache - Alfa y Omega

El Dr. Garrido Lestache

Rodrigo Pinedo

Hay personas que parecen llevar su profesión inscrita en el ADN. Es el caso del doctor Antonio Garrido Lestache, «médico de familia y familia de médicos», como lo definían en una entrevista en El País hace años. Nació y creció rodeado de médicos, ha vivido por y para la medicina, y seguramente morirá ejerciendo. A sus 84 años, sigue pasando consulta y no hay día en que no haga alguna visita de urgencia. En todos estos años, ha atendido a más de 30.000 niños, entre ellos mis sobrinos y yo mismo.

No recuerdo la de veces que fui a su consulta en la calle Hermosilla y, tras reprocharme que estaba demasiado sano, me dio una copia de la dieta de la abuela. Ni la de veces que vino a verme a casa por algún problema. Ni puedo contar todas las ocasiones en las que le he escuchado hablar de una de sus grandes preocupaciones: la identificación del recién nacido. Cuando era más pequeño, no daba mayor importancia al tema pero, conforme fue pasando el tiempo, empecé a darme cuenta del papel que ha jugado el doctor Garrido Lestache –en mi casa, Antonio– para que en nuestro país se identifique a cada niño que nace. Emprendió esta lucha con la convicción de que, después del derecho a la vida, el primer derecho de la persona es la identidad. Ya que permite a cualquier ser humano «ser diferenciado y reconocido como ser único e irrepetible» y así garantiza la tutela de otros derechos, como explica en su último libro, La identidad del ser humano.

Esta visión del hombre entronca con la idea cristiana de que todos hemos sido creados a «imagen y semejanza de Dios», como recuerdan a menudo el Papa y nuestro arzobispo, monseñor Carlos Osoro. A lo largo de su carrera, el doctor Garrido Lestache ha denunciado los intentos por robar esa dignidad del hombre y ha movido cielo y tierra para que se proteja. Y todavía lo hace. En su última obra, que me regaló hace unos meses, recoge ejemplos, tanto históricos como recientes, de la importancia de identificar al recién nacido, y pone negro sobre blanco varios excesos que hoy amenazan de nuevo la identidad de muchas personas. Con casos concretos –como el de los hermanos, hijos del mismo donante en fecundaciones a mujeres distintas, que acabaron casándose–, nos advierte de algo que siempre ha tenido claro: cuando olvidamos quién es un hombre, olvidamos quiénes somos todos.