Bienvenido, Lawson - Alfa y Omega

Llegó ayer a Lavapiés. Se llama Lawson. Una llamada telefónica desde la Frontera Sur nos conectó. Salió de su país hace tres años. Era profesor y lo ha seguido siendo como voluntario en la asociación Elin, en Ceuta. Enseñaba el español que sabe a otros inmigrantes que, como él, ansían abandonar el limbo jurídico que supone estar en el Centro de Estancia Temporal (CETI) y llegar a la península.

Durante este tiempo, la asociación Elin –formada por dos religiosas vedrunas y un grupo de laicos– ha sido su familia. Ha recuperado la energía para emprender el camino y la confianza en que, si las fronteras son poderosas, quienes se atreven a saltarlas también. Y que, al igual que hay gente que utiliza toda la violencia que tiene a su alcance para impedirlo, también existen otras personas a quienes el amor y el valor inalienable de la hospitalidad les empuja a ponerse de su parte y saltarlas juntos. Esas personas están por todo los lados. Están en Murcia, donde unos amigos le han acogido; están en Madrid, donde alguien le ha ofrecido temporalmente una casa; están en Francia, donde unos cooperantes que conoció en Argelia le han invitado a compartir su hogar.

La historia se repite. Araminta Ross fue una esclava negra, afroamericana y cristiana, que escapó de una plantación y fundó la Red Ferrocarril Clandestino. Una red de apoyo, un ferrocarril humano, cuyos vagones estaban repartidos invisiblemente por todo el país para ofrecer acogida a quienes huían de la esclavitud. El espíritu del Ferrocarril Clandestino se mantiene vivo en muchos lugares del mundo. Nuestro amigo nos hablaba anoche de ello mientras cenábamos. Se emocionaba al hacerlo. También narraba el horror, la muerte de tantos jóvenes en las costas de Ceuta, como Abdul, su amigo, enterrado hace unos días en un cementerio cristiano. Murió recitando el Corán mientras se ahogaba. Sus restos guardan el nicho 162, frente a los nichos sin nombre que recuerdan la matanza de Tarajal.

Ante la violencia de las fronteras no hay neutralidad, porque ningún ser humano es ilegal. Bienvenido, Lawson.