Almudena, Madre de una Iglesia con todos, para todos y entre todos - Alfa y Omega

Cuando en ese gran mapa de las advocaciones marianas que llamamos España vamos recorriendo una a una las fotografías de las diversas imágenes, y con ellas, de las diversas historias de amor y devoción a la Madre del Cielo en nuestra tierra, es fácil que detengamos la mirada en las más ampliamente reconocidas como son La Virgen del Pilar de Zaragoza, o de Guadalupe en Extremadura, o la de Covadonga en Asturias, o la de Montserrat en Cataluña, amén de la Macarena sevillana, las Virgen de las Angustías granadina, o tantas otras advocaciones repartidas por todo la geografía patria. Y es muy probable que pasemos por alto la advocación mariana de la ciudad más grande de España, a la par capital del Reino, la advocación de la Virgen de la Almudena, que mañana celebra la Iglesia que peregrina en Madrid, y cuyo arraigo en el corazón de los hijos de esta Iglesia es cada día mayor.

Sabemos que en la pequeña villa que luego habría de ser capital de España, se veneró desde siempre como Patrona una imagen de la Madre de Dios denominada «Santa María de la Vega» o de «La Concepción Admirable». Y cuenta la tradición que a comienzos del siglo VIII, ante la inminencia de la invasión sarracena, los cristianos de la villa para evitar la profanación de la imagen, escondieron a la Señora en un cubo de la muralla. Y que bajo el pontificado de Gregorio VII, el rey Alfonso VI, al conquistar Magerit, «convocó una procesión encabezada por él mismo, y al llegar junto al cubo de la muralla cercano a la Almudayna unas piedras se derrumbaron y en el hueco estaba la imagen de la Virgen con los dos cirios encendidos. Era el 9 de noviembre del año 1085».

Pero, como siempre ocurre con las devociones marianas de tanto arraigo histórico, no debemos olvidar que también hoy, también en este tiempo que estamos viviendo, se va escribiendo la historia. La historia de una vieja ciudad como es la villa de Madrid, la historia de una diócesis muy joven como es la archidiócesis de Madrid, y la historia del amor de los madrileños a la madre de Dios bajo la advocación de la Virgen de la Almudena.

Una historia que recorremos juntos, o mejor dicho que Dios providente recorre con nosotros. Y mañana, día de la Virgen de la Almudena, seremos testigos de un paso más en esta «historia de amor», que en este caso coincide con dos acontecimientos nada desdeñables. Desde el punto de vista civil, el que una alcaldesa no precisamente devota de la Virgen, pero si no sólo respetuosa sino incluso valedora de los que encontramos en la Almudena inspiración y guía para servir con amor y responsabilidad a nuestros conciudadanos. Desde el punto de vista eclesial, el momento justo del lanzamiento del Plan Diocesano de Pastoral, con el que precisamente, imitando la maternidad acogedora y desideologizada de toda madre para con sus hijos, y mucho más de la madre de Dios para con todos los hijos de Dios, quiere que la Iglesia aquí en Madrid abra sus puertas, incluso para poder compartir sus inquietudes y sus desafíos, a todos. Y a todos de verdad, sin exclusión de nadie, como tanto insiste el pastor de esta grey que la providencia nos ha enviado, porque quiere una Iglesia edificada, a través de la participación en este plan pastoral, «entre todos, para todos, y con todos». Es decir, una Iglesia más madre, una Iglesia de Madrid más a la imagen de su patrona.

Y parece que en este tiempo de la Iglesia, también en Madrid, Jesús lo que nos pide es que, como dice el Papa Francisco, le abramos la puerta de la Iglesia, no sólo para que entre cada día más afondo en el corazón de sus miembros y de sus estructuras, sino también para que pueda salir de la Iglesia al encuentro con todos los hombres y mujeres, nuestros conciudadanos, y que, desde la alcaldesa a cada uno de los madrileños, aunque no estén dentro de la estructura eclesial, si que están, por el abrazo maternal de María la Real de la Almudena, en el corazón de esta Iglesia, en el corazón de su obispo, en el corazón de cada de uno de los cristianos en camino de una conversión que acabe con todo prejuicio, con todo sentido de «iglesia estufa», y se abra, en este año de la misericordia, a todos, absolutamente a todos, como buena «Iglesia en salida».