«¿Quién decís que soy yo» - Alfa y Omega

«¿Quién decís que soy yo»

XXI Domingo del tiempo ordinario

Amadeo Rodríguez Magro
Benedicto XVI ora ante la tumba del Apóstol Pedro, en la Basílica Vaticana

Querido lector: cuando escuches este Evangelio en la Eucaristía dominical, el sucesor de Pedro estará en Madrid, rodeado de jóvenes en la JMJ. Estoy seguro de que no pasaréis por alto los momentos inolvidables que, con toda seguridad, el Santo Padre va a vivir junto a la juventud de España y del mundo. El sucesor de Pedro está en pleno ejercicio de la misión que Jesús le encomendó en este relato evangélico que hoy comentamos. La elección de Pedro viene tras una pregunta de Jesús sobre sí mismo, en la que quiere saber si lo que hasta ahora ha dicho y hecho ha acercado a la gente al misterio de su vida. Según las respuestas que le dan sus discípulos, es evidente que la opinión de la gente se aproxima bastante a lo que en realidad es y hace Jesús. Le comparan, nada más y nada menos, que con Moisés, Elías, Jeremías o alguno de los profetas. De ahí no bajan; al contrario, lo suben a lo más alto que ellos pueden. Eso significa que la misión de Jesús ha calado hondo en aquellas gentes, por otra parte muy impregnadas de sentido religioso. Ninguno ha secularizado a Jesús, ni ha entendido su vida al margen de la fe de Israel. ¿A que esto no siempre sucede hoy entre nosotros? ¡Con qué facilidad le adjudicamos a Jesús unos objetivos de vida y hasta unos roles al margen de los designios divinos! Sucede, a veces, que algunos tienen dificultad, por ignorancia o por deformación, para dar, a la pregunta de Jesús, una respuesta que se aproxime al misterio de su vida. Quizás les faltan las certezas sólidas y sencillas que sostienen la fe y son la fuente del testimonio cristiano. Una buena solución es el Yucat que se llevarán los jóvenes en sus mochilas. Y para ahondar más, lean Jesús de Nazaret del Papa teólogo, Benedicto.

Jesús no se contenta con conocer lo que dice la gente; quiere también saber quién es para sus discípulos. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» A esta cuestión decisiva, Pedro formula una precisa y preciosa confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Oído esto, Jesús interviene para cantar la bienaventuranza de Pedro por haber formulado con el corazón y con los labios lo que le ha revelado el mismo Padre celestial. Pero ahí no se acaba todo; sobre la fe de Pedro Jesús construye la fe común de la Iglesia. Desde entonces, Pedro es la roca y tiene las llaves del Reino; su misión en la tierra tendrá siempre el apoyo del cielo. Pues bien, Pedro (Benedicto XVI) está entre nosotros; ha venido a iluminar y a fortalecer nuestra fe siempre débil y en camino. Nos ha dicho palabras sabias e inspiradas y, sobre todo, ha venido a confesar a Jesucristo, el Hijo de Dios. Su fe es la nuestra, sus palabras son nuestras palabras, sus respuestas a la pregunta que Jesús hace hoy a los católicos son nuestras respuestas. No puede haber fe católica al margen de la fe de Pedro. ¿No os parece que Madrid podría ser hoy Cesarea de Filipo? Allí se pusieron las raíces de la Iglesia. Quizás la JMJ podría ser un buen renacer de la Iglesia en España. El Papa ha mostrado el camino: Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe.

Evangelio / Mt 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»

Ellos contestaron:

«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías, o uno de los profetas».

Él les preguntó:

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».

Jesús le respondió:

«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.

Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos».

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.