Fiesta de fe e invitación a la interioridad - Alfa y Omega

Fiesta de fe e invitación a la interioridad

Renzo Fratini

La Jornada Mundial de la Juventud, a punto de comenzar, me ofrece la feliz oportunidad de vivir, por primera vez y muy de cerca, esta experiencia. El Papa Benedicto XVI residirá en la Nunciatura Apostólica en España durante cuatro días completos. Desde el mediodía del jueves 18 de agosto hasta el domingo 21 por la tarde, una vez terminada la gran celebración en el aeropuerto militar de Cuatro Vientos.

En la Nunciatura Apostólica estamos preparando su alojamiento. Un cuarto donde podrá descansar tras sus encuentros con los jóvenes y una cercana capilla con el Santísimo Sacramento. El Santo Padre podrá sentirse en casa.

El Papa, en este Viaje a Madrid, trae un programa muy cargado que, como aseguran sus experimentados acompañantes, seguirá con toda puntualidad y precisión minuto a minuto. Benedicto XVI es un alemán muy disciplinado y bien organizado.

Se levantará temprano para la oración personal, rezar el breviario, y pasear un poco por la terraza o por el jardín. Al terminar el día, el Papa vuelve a recogerse en oración. Como él ha enseñado, orar es dar tiempo a Dios, es mirar a Dios, es profundizar la relación con la Trinidad Santa, que es Infinito Amor.

En el programa de la Visita, el viernes día 19 está señalada la celebración de la Santa Misa en la Nunciatura. Será una Misa en la intimidad, concelebrada por los dos secretarios personales del Pontífice, los sacerdotes del servicio diplomático de la Representación Pontificia en España y la participación de las Hermanas Hijas de María del Sagrado Corazón que nos ayudan y algunos laicos de la seguridad y del séquito papal.

Considerando el extraordinario evento de la JMJ, deseo subrayar lo fundamental, la dimensión espiritual. Se trata de una celebración de la fe en la que queda visible la Iglesia universal, al estar presidida por el Papa con la participación de las Iglesias locales en su variedad de culturas y pueblos.

La larga preparación de esta JMJ empezó con la entrega de la Cruz en Sídney hace tres años. A lo largo de este tiempo, la Cruz, acompañada del Icono de la Virgen, ha ido recorriendo las parroquias de las diversas diócesis reuniendo a la juventud en un testimonio de fe, y despertando el compromiso de vivir una vida nueva.

La Jornada Mundial de la Juventud no es un encuentro folklórico popular, no es una fiesta social llena de alegría y cantos bonitos con la participación de jóvenes llenos de vida y de entusiasmo.

Creo que tenemos que defendernos, en nuestra vida cristiana, de dos peligros. De una parte, del peligro de la masificación, que conduce a la superficialidad y a la despersonalización, producto negativo del fenómeno de la moderna globalización que nos ha llevado a la indiferencia religiosa. De otra parte, del peligro de la hipocresía, la cual se da en un mundo donde lo que cuenta es la apariencia, la imagen externa; no tanto el ser y la interioridad.

Para la Iglesia, el significado más profundo de la Jornada Mundial de los jóvenes está en la dimensión espiritual, en la interioridad de la persona. Esta celebración de fe tendrá éxito si suscita un cambio interior profundo en muchos jóvenes, un cambio de mentalidad y un cambio también en la vida moral de cada persona.

Sabemos que el centro de la vida está en el corazón del hombre. Los jóvenes se preguntan sobre el sentido de la vida, sobre la misión que tienen que desarrollar en el mundo. En la JMJ, muchos pueden descubrir esa respuesta que esperan. Los hombres de buena voluntad pueden encontrar el sentido profundo de la propia existencia. En el encuentro con el Papa, los cristianos tendrán ocasión de tomar conciencia del valor de nuestro Bautismo, de nuestra identidad. Volverán a redescubrir el sentido de nuestra vocación, de nuestro buscar y conocer lo que Dios quiere de nosotros en un mundo que parece querer prescindir del Señor. Son muchos los que hoy viven sin esperanza, porque la habían puesto en realidades frágiles y temporales. Éstos experimentan ahora una gran soledad del corazón, un vacío espiritual que les deja inquietos. Y es que, sin fe, el hombre no puede vivir. Por otra parte, como decía Gilbert Keith Chesterton, «cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa».

La fe es un don que nos asegura que Dios es nuestro Padre y está cerca de nosotros. Él nos conoce y nos quiere. Si partimos de esta premisa, todo cambia en la vida. «Si Dios está con nosotros -decía san Pablo-, ¿quién estará contra nosotros?».

Nuestra vida está unida a la de Cristo. Esta realidad es el fundamento de nuestra fe. Aquí se guarda la llamada a la santidad, como ha recordado Benedicto XVI en otra ocasión: Vivir en Cristo, permanecer unidos a Él, tener experiencia de su amor fiel y personal por cada uno de nosotros. Por eso se ha escogido este lema para la presente JMJ: Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe.

De aquí brota la respuesta a la llamada que cada uno personalmente tiene en su vida. La vocación a formar una familia cristiana, o la vocación a seguir más de cerca al Señor en una entrega generosa y radical, listos a dejar todo por el reino de Dios, en el sacerdocio, la vida religiosa contemplativa o activa, o misionera. Ojalá que esta Jornada Mundial de la Juventud produzca nuevas vocaciones de laicos comprometidos y despierte la semilla de la vocación a la vida sacerdotal o religiosa. Así ha sido en las anteriores celebraciones de tan señalado evento, a lo largo de los últimos 25 años en los que ha tenido lugar.

Dios quiere contar con nosotros. Él respeta nuestra libertad y nos pide nuestra colaboración. Él está presente en la Iglesia, que continúa anunciando al mundo el mensaje de Jesús: un mensaje de amor, de perdón, de justicia y de paz. De aquí se desprende qué importante es la tarea de emprender una nueva evangelización para hacer conocer al hombre de hoy que Dios está cerca, que Él no está en contra de nuestra libertad, que Él no nos quita nada, que Él nos da todo. Él nos ama y nos llena de amor verdadero.

Éste es mi deseo para la inminente celebración de la JMJ de Madrid 2011, fiesta de fe, celebración eclesial de dimensión espiritual al servicio de la nueva evangelización que tanto impulsó el Beato Juan Pablo II.