Sujetando a Dios en la palma de tu mano - Alfa y Omega

Sujetando a Dios en la palma de tu mano

El diácono Greg Kandra pretendía dirigir unas palabras a los niños de su parroquia que se preparaban para la Primera Comunión, en cambio decidió dirigir su homilía a los padres. Dado el reciente sínodo de obispos sobre la familia y el próximo Año de la familia, la decisión parece haber sido la apropiada, pues los padres son los primeros maestros de la fe. Aleteia comparte la homilía del diácono Greg con la esperanza de que inspire a los lectores a compartirla y enseñarla también

Aleteia

Me gustaría dar la especial bienvenida esta mañana a los niños que se están preparando para recibir la Primera Comunión, pero también quisiera dar la bienvenida a sus padres.

Este es el comienzo de un momento emocionante para sus hijos, pero también un emocionante momento para ustedes y para todos nosotros como comunidad parroquial. Y realmente quisiera dirigirme a ustedes papás que harán este viaje con sus hijos mientras se preparan para los sacramentos.

Vemos este parteaguas en las vidas de sus hijos, que a veces se va en un suspiro. A veces se vuelve una lista de cosas que hacer. «Tengo que llevar a los niños a misa». «Tengo que encontrar sus certificados bautismales». «Tengo que planear la fiesta».

Nos vemos inmersos en las cosas que rodean al sacramento, desde la lista de invitados al menú y el vestido, y perdemos de vista el verdadero sentido. Lo veo continuamente en las bodas, los bautizos, primeras comuniones.

Por unos momentos, me gustaría hacer una pausa. Porque a lo que se preparan estos niños lo requiere.

Llamamos a la Eucaristía «la fuente y cima de nuestra fe». Y esto es de lo que se trata.

A principios de 1970, durante la Guerra de Vietnam, el arzobispo de Saigon era un nombre llamado Francisco Javier Nguyen Van Thuan. Los comunistas lo veían como una amenaza. Y en la fiesta de la Asunción, el 15 de agosto de 1975, fue arrestado y mandado a prisión.

Sin haber recibido juicio, ni siquiera sentencia, fue enviado a una prisión al norte de Vietnam. Estuvo ahí durante 13 años, 9 de los cuales en aislamiento. Durante su encarcelamiento no podía celebrar misa ni recibir la Eucaristía.

Lo que logró hacer, sin embargo, fue fenomenal, y nos recuerda, poderosamente, cuán vital es la Eucaristía.

Al arzobispo se le permitió un lujo: escribir cartas a sus amigos fuera de la prisión. Cuando lo hacía, a menudo les pedía que le enviaran lo que él llamaba «su medicina». Ellos sabían a lo que se refería.

Le mandaban medicinas para la tos en botellas llenas de vino y pequeños pedazos de pan. Los compasivos guardias le pasaban clandestinamente algo de madera y cable, y con ello logró hacer una pequeña cruz, que escondía en una barra de jabón.

Guardaba todas sus cosas en un caja de cartón. La caja se volvió su altar privado. Cada día, a las 3.00 p.m., la hora de la muerte de Jesús, ponía algunas gotas de vino en su mano, mezcladas con agua, para celebrar misa.

El mayor milagro de la historia estaba por suceder.

Esa estrecha celda de la prisión se volvió tan bella y bendecida como cualquier catedral, un santuario para la gloria de Dios.

Él hizo esto durante 13 años. Fue finalmente liberado en 1988.

Durante el año jubilar del 2000, fue invitado a predicar en el Vaticano, y el papa Juan Pablo II le regaló un cáliz, un regalo de valor incalculable para un hombre cuyo único cáliz, durante muchos años, había sido la palma de su mano. El mismo año fue creado cardenal. Dos años después murió. El Vaticano abrió la causa para su canonización.

Este es un hombre que entendió con cada fibra de su ser cuán preciosa es la Santa Comunión.

Y esto es lo que necesitamos transmitir a nuestros hijos mientras se preparan para recibir este sacramento por primera vez. La Sagrada Eucaristía es preciosa. Y es hermosa. Es un regalo de amor avasallador.

Y, no nos engañemos: es, por encima de todo, un regalo.

En el evangelio de esta mañana, escuchamos que el hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir. El mensaje no es sobre el recibir sino sobre el dar. Cristo nos mostró el camino para dar.

Y lo sigue haciendo, viniendo a nosotros como somos, donde estemos, dándolo todo.

Él es el regalo.

Vimos lo que eso significaba en el Calvario.

Estamos a punto de volver a verlo aquí en este altar, Dios viene a nosotros en forma de pan y vino; el pan, de hecho, suficientemente pequeño para sostenerlo en la palma de nuestra mano.

Volveré a decirlo: Él es el regalo.

Oímos esa idea cada año el día de Navidad. ¿Pero nos damos cuenta que cada misa, de hecho, es Navidad?

Qué milagro, y qué misterio.

Hace un par de semanas prediqué en todas las misas de un pequeño pueblo al oeste de Illinois. Es un área rural. El gran empleador es la fábrica John Deere. Ese domingo, una y otra vez, la gente se acercaba a recibir la comunión, extendían sus manos para recibir la hostia.

Una y otra vez entregué ese perfecto pedazo de pan –el Cuerpo de Cristo– en las manos de granjeros y herreros, manos gastadas, callosas, con ampollas, y raspadas, y me di cuenta, quizá como nunca antes, del sentido de este sacramento: que a pesar de todo, Dios viene a nosotros en nuestra humanidad, fragilidad, en nuestro cansancio, y nuestras carencias.

Lo que presencié en esa parroquia de Illinois fue transformador. Nunca había visto a la gente querer la hostia con tanta ternura y amor.

La gracia de este regalo es casi abrumador. Sin embargo, muy a menudo, la damos por sentada. Cuando se aproximen a recibir la comunión esta mañana… no la den por supuesta. No dejen que este sacramento sea sólo algo más durante la misa.

No dejen que el sacramento al que sus hijos se están preparando para recibir se vuelva sólo otra foto más del álbum familiar, otro menú o plan o lista de invitados a elaborar.

Recuerden, en cambio, que Él no vino a ser servido sino a servir. Recuerden lo que eso significa. Y recuerden a Francisco Javier Nguyn Van Thuan.

Recuerden a muchos otros en todo el mundo cuyos nombres no conocemos y que no pueden hacer lo que nosotros estamos haciendo hoy aquí.

Recuerden que nos ha sido dado un milagro y un misterio que estos niños se están preparando a recibir. Es algo maravillosamente incomparable y un amor insondable.

Este es el regalo que nos ha sido transmitido.

Es la fuente y cima de nuestra fe.

De esto se trata.

Mira aquí el video sobre el proceso de canonización del cardenal Van Thuan.

Por Greg Kandra, periodista galardonado que escribió para CBS News durante más de dos décadas. Es diácono permanente en la diócesis de Brooklyn y escribe en The Deacons Bench.