Luis Alberto de Cuenca: «Sigo buscando al Dios que me enseñaron en la infancia» - Alfa y Omega

Luis Alberto de Cuenca: «Sigo buscando al Dios que me enseñaron en la infancia»

Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ha ganado el Premio Nacional de Poesía. La colección de poemarios escritos en diferentes veranos, recién editados como Cuaderno de vacaciones, son el fruto de un tiempo de reflexión extendida. En ellos hay mucha ternura y mucha defensa de lo humano. Están los dolores de una España rota, se cuenta la guerra civil, que es toda guerra, y está siempre Dios como espectador discreto que mirara al autor sin decir palabra. Luis Alberto lleva esa cicatriz de Dios en algún sitio. Como dijera Octavio Paz, el ser humano tiene sed de presencia: «¿De dónde fuimos arrancados?» Se sabe que Luis Alberto es poeta por su adicción a la escucha

Javier Alonso Sandoica
Foto: María Pazos Carretero

Hay dos libros maravillosos. Uno de ellos acaba de editarse en español, Consejos a un joven poeta del converso al catolicismo Max Jacob. Y el famoso libro de Rilke Cartas a un joven poeta. En ambos, los autores refieren la necesidad de la apertura a Dios, el silencio, el ejercicio constante y la vida interior, como ingredientes para la maduración del poeta.
Hay un consejo importantísimo que daría a un joven poeta, y es que la poesía se escribe para comunicarse con los demás. En la poesía hay más comunicación que conocimiento. Creo que el poeta debe ser portavoz del común de los hombres, altavoz de la comunidad. Yo viajé por Hispanoamérica con José Ángel Valente en los 80 y 90, y me chocaba que buscara tanta trascendencia en la poesía cuando era un agnóstico irredento. Yo prefiero buscar al Dios que me enseñaron en la infancia y que, desgraciadamente, muchas veces no encuentro, aunque sigo detrás de Él.

En tu obra está Dios presente, como Alguien silencioso que escucha tu relato.
Yo creo que sí, porque recibí una formación religiosa y evidentemente debo confesarme católico, apostólico y romano. Lo que pasa es que tengo lagunas grandes de fe que espero vayan rellenándose.

Dices en Religión y poesía que tu fe católica aporta a la poesía varios conceptos: el júbilo, el drama, la alabanza y el sentido.
Ese texto se fundamenta en un poeta que yo admiro profundísimamente, Paul Claudel. En él he encontrado esa síntesis maravillosa de la celebración y el júbilo de ser. Su poesía resumía estas cosas. Qué feliz sería yo si la mía pudiera también traslucir una síntesis de esas cuatro realidades: el júbilo, el drama, la alabanza y el sentido.

La gente piensa que las vacaciones de verano son para la holganza, para no hacer nada, para, como decimos vulgarmente, bajar el listón. Pero en ti han sido ocasión para la reflexión y el trabajo.
Porque el día a día nos abruma de cosas, entonces en verano puedo hablar conmigo, puedo dirigirme a mi interior. Por eso escribir en vacaciones es lo menos frívolo que existe, casi es lo único verdaderamente ausente de frivolidad que hago al año.

Tienes capacidad para provocar reflexiones, hay filosofía y ensayo en tus versos.
Eso me congratula porque, como digo en un poema, las únicas pistas para conocernos son los demás. Que me digas esto significa que no tengo incapacidad para introducir pensamiento y filosofía en mis versos, que hay algún tipo de conexión con la filosofía en mi obra. Fíjate, yo pensaba que era incapaz, que solo podía transmitir emociones.

Me he guardado una frase: «Como todo hombre, vine al mundo a recordar».
Siempre he sido platónico y agustiniano. Platón y san Agustín me interesan más que Aristóteles y santo Tomás de Aquino. El cristianismo nace del humus de la filosofía.

El cristianismo aprovecha la razón que aporta la filosofía, porque no hay incompatibilidad. En el hombre hay una naturaleza razonable.
El cristianismo muestra que el camino que hay del mito al logos no suprime el primero. En la fe cristiana están presentes los dos: la fe y la razón, no hay necesidad de que se disuelva lo religioso en la razón, que se pierda y muera, sino que permanece asociado a la razón.

En Cuesta creerlo hablas del amor y la muerte. En el fondo cuesta creer que nos vayamos a morir, porque dentro de nosotros hay una intuición de prolongación, de continuidad. Luis Rosales decía que «la muerte no interrumpe nada».
Gran tipo Luis, lo conocí mucho. Sí es un poema de amor mezclado con la muerte. Independientemente del hecho de la muerte, como se dice en la liturgia católica, «aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad». Hay en el hombre una voluntad de permanencia. A pesar del conocimiento de la muerte, hay una certeza de que morir no es el final, como en la elegía de Propercio cuando se dirige a la mujer amada muerta: «la muerte no termina con todo». Y eso que Propercio no era precisamente un Padre de la Iglesia. Es una intuición que está en el mundo pagano y en el creyente.

España, «desvertebrada y rota».
Es un diagnóstico veraz de lo que nos está pasando, lo cual es un verdadero drama. Yo tengo vocación cosmopolita, pero dentro de unidades muy marcadas, España tiene una unidad de civilización clarísima. Como decía José Antonio Primo de Rivera, un personaje muy atractivo para mí, España tiene una unidad de destino en lo universal. Es un error pensar en la disgregación de España. Yo sigo muy de cerca la poesía gallega, catalana, vasca. Te aseguro que lo que ocurre en esas lenguas es exactamente lo mismo que en la castellana. Hay mucha más familiaridad entre la poesía catalana y la española contemporánea que entre la poesía española y la que se hace en Argentina o Perú. Porque la lengua no lo es todo. En un determinado momento hubo una gran hermandad entre la América española y nuestro país, ahora estamos tristemente desvinculados. Los miembros de las generaciones del 98 y del 27, en cambio, escribieron en revistas y periódicos mexicanos, argentinos, peruanos. Ahora no hay tal vinculación. Cuando las comunicaciones son tan fantásticas, se ha roto el vínculo cultural entre Hispanoamérica y España.

¿Por qué tenemos miedo a palabras como identidad o raíces? Ahora hablamos de cosmopolitismo, pero muy vago y etéreo.
Así somos, absolutamente superficiales. El buenismo ha hecho mucho daño. Rousseau ha sido uno de los grandes causantes de los males del hombre en el siglo XX, como los totalitarismos. No es verdad la existencia de un mundo donde todos somos buenos, porque a diario hay toda clase de tentaciones.

Foto: María Pazos Carretero

¿Cómo aceptas el paso del tiempo, que ya no estés en la época de la Movida, de aquella alegre demencia?
Pues casi lo prefiero, porque la época de la Movida fue tremenda. Celebro que fueran solo cinco o seis años, ya que se quedó mucha gente en el camino por las drogas. Hubo una irresponsabilidad por parte de los poderes públicos. El alcalde de Madrid dijo aquello de «el que no esté colocado que se coloque y al loro», y la gente se colocó y se murió, éramos el país con más heroinómanos del planeta. El paso del tiempo me entristece, pero creo que cada etapa de la vida tiene mucho de positivo, también la vejez. La memoria empieza a dejar de funcionar, pero la claridad expositiva es mayor. A la hora de redactar algo sabemos mejor lo que queremos decir. Aunque exista una evidente eliminación de neuronas, hay mejor orden mental. Antes me acordaba de todos los actores y actrices, ahora tengo que mirarlo. Bueno, Internet ha contribuido a la comodidad por el hecho de poder consultarlo todo.

Dedicas un poema a Blas de Otero en el que hablas de la inquietante búsqueda de Dios: «la poesía que araña sombras para ver a Dios termina viendo a Dios».
Sí, Blas de Otero era comunista pero un infatigable buscador de Dios, como Pasolini, que tenía una pulsión de Dios muy grande.

El amor es expansivo por naturaleza, ¿hasta dónde puede llegar?
Lo digo en el último poema: «El amor resiste la presión del odio,/ y perdona, y olvida, como olvida/ y perdona a la noche la mañana». A pesar de que a veces soy muy destructivo, en este poema muestro el amor como algo muy esperanzador. El amor habla de nuestro gran misterio. Me contaba José Luis Garci que, hablando con Severo Ochoa, este le decía: «Desengáñese usted, Garci, somos física y química». Y Garci: «¿Solo física y química? No, este cóctel tiene también unas gotas de misterio».