La verdad sobre el hombre comienza en la familia - Alfa y Omega

En este mes de noviembre, cuando hemos recordado a tantas personas que tuvieron un protagonismo especial en nuestra vida y después de haber vivido el Sínodo de la Familia, se me impone en lo más profundo del corazón hablar de la familia, de esa familia en la que yo personalmente experimenté y aprendí lo mejor de mi vida. No puedo olvidar a la familia que es la estructura fundamental presente en todas las culturas y en todos los tiempos. En la historia de mi vida ha sido clave el contemplar la Familia de Nazaret, en la que Dios mismo vivió y a través de la cual se hizo presente en este mundo, revelándonos el rostro humano que, si queremos vivir y construir la cultura del encuentro, todos hemos de tener. Doy gracias a Dios por haberse acercado a nuestra vida de esa manera. Dios se hizo hombre: «El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). En Jesucristo vemos al hombre: cómo puede ser y cómo Dios quiere que sea. Es en la familia donde comienza a desarrollarse la verdad sobre el hombre. Y cuando se somete a la institución familiar a presiones de diverso tipo para acomodarla a conveniencias y no a la verdad, esto no puede llamarse progreso de la humanidad, sino mentira instaurada en la civilización. La historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad o un combate entre libertades que se oponen; como decía San Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí mismo, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios.

Matrimonio y familia están unidos con la dignidad personal del hombre. Estos no se derivan del instinto y de la pasión, ni exclusivamente del sentimiento; se derivan, ante todo, de una decisión libre de la voluntad, de un amor personal, por el cual los esposos se hacen una sola carne y también un solo corazón y una sola alma. El matrimonio está orientado al futuro, es el único lugar idóneo para la generación y para la educación de los hijos, por eso también en su misma esencia está orientado hacia la fecundidad, a crear la cultura de la vida como colaboradores del amor creador de Dios. Hay que respetar la regla establecida para los procesos de vida. No se puede calificar a una sociedad de progresista y moderna si no respeta estos procesos. Así haremos una sociedad que vive cerrando la mirada hacia el futuro. No respetar estos procesos que tiene la vida en su misma esencia es llevar a la instauración de la cultura de la muerte, con procesos parecidos e incluso más disimulados, como hemos vivido en nuestro mundo en épocas recientes en Europa.

La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Remontarse al principio, al gesto creador de Dios, es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior de su ser y de su actuación histórica. Tres afirmaciones quiero hacer al contemplar ese gesto creador de Dios:

1. Creo en la familia: Sí, creo en esta comunidad de personas. La vida humana surge de dos laderas: padre y madre. Negar una de estas laderas es negar la vida. Todo hombre nace de padre y madre y cada uno de ellos es una ladera indivisible del único ser que somos. No se puede surgir físicamente sin padre y madre. Son principios físicos de existencia, principios personales de constitución y principios simbólicos y psicológicos de identificación del ser humano como ser con sentido en el mundo. Dos palabras sagradas para el ser humano –padre y madre– con un contenido especial. Sacar de la existencia, promover la cultura de la vida, al margen o negando o diluyendo padre y madre, se convierte en un ataque a la esencia misma de la vida.

2. Espero en la familia: Sí, en la familia que ha recibido la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Como nos dijo san Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa de él vivamente» (RH 10). El Papa Francisco nos ha insistido en que este amor tiene su realización más profunda en el amor del hombre y la mujer en el matrimonio y, de forma más amplia, entre los miembros de la misma familia. El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida con lo que está promoviendo, instaurando y sirviendo a la cultura de la vida. El matrimonio formado por el hombre y la mujer, inicio singular de la familia, es la esencia misma de la cultura de la vida y, por tanto, del futuro de la humanidad.

3. Amor a la familia: ¿Cómo no amar a la familia si en ella y de ella hemos recibido lo mejor que tenemos, que es la vida misma? «Dios con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a la perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida» (FC 28). Afrontar el camino de la vocación matrimonial y familiar significa aprender el amor conyugal día a día, año tras año, el amor en alma y cuerpo, el amor que es «paciente y bondadoso, no busca su interés […] no tiene miedo al mal». El amor «encuentra su alegría en la verdad», el amor que «todo lo soporta» (cf. 1ª Cor 13). No dejemos que se nos robe y arrebate la riqueza de la familia. No incluyamos en nuestro proyecto de vida un contenido deformado, empobrecido y falseado, el «amor se alegra con la verdad». Busquemos la verdad del matrimonio y de la familia allí donde se encuentra; cada uno de nosotros somos verificación de esa verdad. Estar dispuestos a ir buscando la verdad de la familia desde el amor misericordioso que, con tanta fuerza, nos ha revelado Jesucristo ha de ser nuestra pasión. Y no meternos en la corriente de las opiniones en las que se obvia el amor mismo de Cristo, que es misericordioso y siempre instaura cauces para defender la verdad del hombre que tiene también su revelación en la familia. Esto es convertir el amor en un amor verdadero.

En la Familia de Nazaret encontramos los argumentos necesarios para decir que la familia es una realidad sagrada. Y que padre y madre son las palabras más hermosas porque hablan de la verdad del hombre y de la mujer que generan vida y prolongan el amor de Dios. Nosotros, surgidos a la vida necesariamente por un padre y una madre, no hemos sido un añadido desde fuera al mutuo amor de nuestros padres, sino que hemos brotado del corazón mismo de su donación recíproca, siendo su fruto y su cumplimiento. Creed en la familia. Como en otras ocasiones os he dicho, la familia es la escuela de Bellas Artes más importante en la vida del ser humano y en la que la belleza más hermosa se revela al hombre.