La auténtica juventud - Alfa y Omega

La auténtica juventud

Alfa y Omega

«Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. ¡56 años! ¿Cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83!»: así les decía a los jóvenes en Cuatro Vientos Juan Pablo II, durante su última Visita a España, en mayo de 2003, en el mismo escenario madrileño que acogerá, dentro de muy pocos días, el gran encuentro de la JMJ de Madrid 2011 con Benedicto XVI. Aquellos jóvenes interrumpieron a Juan Pablo II a voz en grito: «¡Eres joven!» Y el Papa anciano, con la certeza de quien ha encontrado en Cristo la auténtica juventud, ¡vida, y vida plena!, no dudó en añadir: «¡Un joven de 83 años!», explicando a continuación: «Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!».

Ésta es la experiencia vivida por los jóvenes en las JMJ iniciadas por el Bienaventurado Juan Pablo II, que ha llevado a definirlos, de modo bien significativo, la juventud del Papa. Idéntica experiencia a la vivida ya desde los comienzos mismos de la Iglesia, la que pone en la pluma de san Juan estas palabras de su Primera Carta: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno». ¡He aquí la definición del cristiano! ¿O acaso lo que sucede en el Bautismo no es la participación en la auténtica juventud, que no pasa, la de Dios eterno, fuerte, inmortal, que en la Cruz nos ha liberado del Maligno, autor del pecado y de la muerte?

La juventud del Papa lo sabe bien. Sabe bien que la fe en Jesucristo no es un adorno piadoso, ¡es la libertad verdadera que, al fin, ha encontrado el joven -sean pocos o muchos los años cumplidos- que mantiene vivo el fuego del infinito deseo de su corazón! Sabe bien -¡cuántos han tenido amarga y destructora experiencia de ello!- que todo lo demás, aun el mundo entero que fuese, no puede dar ni un ápice de alegría verdadera.

Por eso, las JMJ están siendo una auténtica peregrinación de la gozosa libertad de los hijos de Dios, donde los jóvenes descubren, cada vez con más nitidez, la belleza de la vocación, sacerdotal y a la vida consagrada, como al matrimonio cristiano. Y unos y otros no pueden por menos que desear con todo su corazón el a Cristo de los llamados al sacerdocio. Les va la vida en ello. Sin sacerdotes, no hay Eucaristía, ni Iglesia; por tanto, ni libertad, ni alegría verdadera.

Hoy celebra la Iglesia la fiesta de san Juan María Vianney. No puede ser más oportuno evocar su testimonio, con palabras de Benedicto XVI, el 11 de junio de 2010, en su homilía de la Misa de clausura del Año Sacerdotal, convocado en el 150 aniversario del Dies natalis del Santo Cura de Ars: «El sacerdocio no es un simple oficio, sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra sacerdocio… Queríamos enseñar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro ». Hoy, sin duda, más que nunca. Por eso, más que nunca debe florecer, con toda fuerza, la auténtica juventud.

En la Vigilia, celebrada en la Plaza de San Pedro, en diálogo con sacerdotes de todo el mundo, a esta pregunta de un sacerdote australiano: «¿Qué hacer para que sea realmente eficaz para las vocaciones?», respondía así Benedicto XVI ante este «problema grande y doloroso de nuestro tiempo» que es «la falta de vocaciones»: «Si desempeñáramos sólo una profesión como los demás, renunciando a la sacralidad, a la novedad, a la diversidad del sacramento que da sólo Dios, que puede venir solamente de su vocación y no de nuestro hacer, no resolveríamos nada. Con más razón debemos -como nos invita el Señor- pedir a Dios para que nos dé vocaciones; pedir con gran insistencia… Además, cada uno de nosotros debería hacer lo posible por vivir su propio sacerdocio de tal modo que resulte convincente; de tal manera, que los jóvenes puedan decir: Ésta es una verdadera vocación, se puede vivir así. Pienso que ninguno de nosotros se habría hecho sacerdote si no hubiera conocido a sacerdotes convincentes en los cuales ardía el fuego del amor de Cristo. Hemos de tener la valentía de proponer a los jóvenes la idea de que piensen si Dios les llama, porque, con frecuencia, una palabra humana es necesaria para abrir la escucha a la vocación divina. En el mundo de hoy casi parece excluido que madure una vocación sacerdotal; los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la fe, en los que se muestre la belleza de la fe, en los que se vea que éste es un modelo de vida, el modelo de vida». Sin duda, la auténtica juventud. La que vamos a ver en esta JMJ Madrid 2011.