«¡Gracias por vuestra fe!» - Alfa y Omega

«¡Gracias por vuestra fe!»

Dentro de quince días, Dios mediante, el próximo día 18, el Papa llega a Madrid para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. En la capital de España se nota que está cercano un gran acontecimiento histórico. Se ven preparativos especiales; se leen y escuchan más reportajes y noticias sobre los actos programados; ya se han abierto exposiciones y muestras históricas y artísticas con la marca JMJ; parroquias, colegios y centros deportivos lucen banderolas que los señalan como lugares de acogida de los cientos de miles de peregrinos inscritos; el ejército de jóvenes voluntarios de todo el mundo se ha puesto en marcha y ya han aparecido sus avanzadillas en los cuarteles generales de la organización; también en la Caja Mágica y en la catedral de la Almudena. Este agosto va a ser muy distinto de todos los que se recuerdan en Madrid. Pero, ¿por qué? ¿A qué viene, en realidad, Benedicto XVI? ¿Por qué ha convocado a la juventud a esta nueva cita mundial?

Juan Antonio Martínez Camino

El Beato Juan Pablo II es quien tuvo la idea o la inspiración de convocar estos encuentros: las Jornadas Mundiales de la Juventud. Por esa razón fundamental, ha merecido el nombre de Papa de los jóvenes. Cuando murió, en abril de 2005, tenía anunciada la celebración de la XX JMJ en la ciudad alemana de Colonia. Fue ya Benedicto XVI, el Papa alemán, quien la presidió, a los pocos meses de su elección como obispo de Roma, sucesor de Pedro. El Papa Ratzinger mostró en aquella ocasión que también él iba a ser, a su manera, un Papa de los jóvenes. Quedó comprometido a continuar convocando a la juventud del mundo, siguiendo el camino abierto por su predecesor, y así lo ha hecho en dos ocasiones: Sídney, en Australia (2008), y ahora, Madrid.

Algunos pensaban que el nuevo Papa no iba a ser capaz de mantener el carisma de los jóvenes, tan propio del santo Papa polaco, empeñado desde siempre en la pastoral juvenil, en las duras circunstancias del totalitarismo comunista de su patria, con su vena de poeta, líder y verdadero maestro. Creían que Ratzinger era un profesor más capaz de profundos análisis teológicos que de convocar masas de jóvenes a una fiesta juvenil de la fe. Los hechos han desmentido tales previsiones o temores. No sólo Colonia -que acogió una Jornada celebrada todavía bajo la impresión de la vida y la muerte de Juan Pablo II y en la expectativa de la primera Visita del nuevo Papa a su tierra-, sino también Sídney, una ciudad secularizada y comercial, al otro lado del planeta, fue testigo de que el entusiasmo juvenil y religioso de las Jornadas proseguía su marcha ascendente, aunque, como es natural, modulado también por los nuevos tiempos y lugares y por el carisma propio de Benedicto XVI.

Como gran teólogo que, en efecto, es, él mismo ha sabido reflexionar a la luz de la fe sobre el extraordinario fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Después de Sídney, en su discurso de Navidad de 2008 a la Curia romana, Benedicto XVI constataba: «Australia nunca había visto tanta gente de todos los continentes como durante la Jornada Mundial de la Juventud, ni siquiera con ocasión de las Olimpiadas». Tanta gente tan contenta, capaz de contagiar su alegría a todos, sin molestar a nadie. ¿Qué sucede en la JMJ? ¿Será realmente -como algunos pretenden- una expresión más de esa cultura juvenil contemporánea que aparece en los festivales de rock, aunque en versión eclesiástica, con el Papa como estrella? ¿Será, por tanto, la JMJ un fenómeno más bien mundano y efímero, sin consecuencias verdaderamente evangelizadoras? Son preguntas que recogía y que respondía Benedicto XVI en aquel discurso.

ómeno de la JMJ no bastan consideraciones sociológicas y culturales de poco calado. Benedicto XVI apunta directamente al corazón de la respuesta: «El Papa -dice- no es la estrella en torno a la que todo gira. Él es total y solamente Vicario. Él remite al Otro que está en medio de nosotros».

No es un happening

Benedicto XVI no viene, pues, a Madrid para ser el animador estelar de un happening juvenil estival. Él viene, muy conscientemente, a cumplir su oficio de Vicario de Cristo. Viene a invitar a los jóvenes a la conversión a Jesucristo, a mostrarles lo bella que resulta la vida cuando se vive en el seguimiento del Maestro, en quien se encuentra el camino, la verdad y la vida. Viene para dar a la juventud -a cada joven- una ocasión extraordinaria de encontrarse personalmente con Dios, allí donde Él ha querido ser hallado.

El estilo de Benedicto XVI está marcado por esa bien ponderada conciencia suya de que su tarea no consiste en apuntar hacia sí mismo, ni siquiera hacia la Iglesia, sino hacia Jesucristo, como lugar del encuentro verdadero con Dios. Cuando pronunciaba sus lecciones en la Universidad de Tubinga, allá por el año 1968, en concurridísimas audiencias a las que acudían jóvenes estudiantes de todas las Facultades, su interés ya era básicamente el mismo: ayudar a las jóvenes generaciones de universitarios, tan afectadas por el virus de la incultura atea y secularista, a hacer el descubrimiento de la perenne novedad del Dios vivo, el que se ha acercado a la Humanidad en Jesucristo. No es difícil constatar que el Papa sigue movido por esa misma pasión apostólica, enriquecida por una experiencia de años y por la asistencia de la gracia a su ministerio.

La alegría de la fe

En el mencionado discurso a la Curia romana, Benedicto XVI cita a Nietzsche: Lo difícil no es organizar una fiesta, sino encontrar personas capaces de darle alegría. Organizar una gran fiesta universal como la JMJ no es que sea una tarea fácil: exige años de trabajo paciente y generoso; exige una infraestructura como la de la Iglesia católica en todo el mundo. Pero lo verdaderamente imposible para cualquier organización es producir la alegría que aportan los jóvenes que la preparan y que la viven. ¡Alegría, no simplemente jolgorio! ¡Alegría desbordante, racional y espiritual, no diversión caduca a base de enajenación y desenfreno! Eso es lo que se ha visto en todas las ediciones de la JMJ. Eso es lo que el mundo podrá apreciar seguramente de nuevo en Madrid. Pero ¿quiénes son esos jóvenes? ¿De dónde procede su alegría?

Los jóvenes de la JMJ son aquellos que han hecho sacrificios personales y económicos para moverse y acudir a celebrar una fiesta llena de color, de música, de arte, de cultura, de encuentros, de diálogos, de descubrimientos históricos y personales y de tantas cosas más; pero son, ante todo, jóvenes capaces de poner en el centro de la fiesta la celebración solemne de la liturgia de la Iglesia: la Reconciliación, la Adoración eucarística, la Santa Misa. Es lo que el Papa les ofrece como el don más preciado. Benedicto XVI tiene un especial poder para comunicarles que es ahí donde encontrarán lo que buscan: la fuerza para la realización de los grandes proyectos que alberga todo corazón de joven. En los sacramentos se realiza lo que ninguna fuerza humana puede conseguir: el Dios infinito se acerca a cada uno como fuente de salvación, de alegría sin condiciones y sin fin.

En la enorme explanada de Marienfeld, cerca de Colonia, la Vigilia de adoración eucarística fue el marco excepcional en el que Benedicto XVI consiguió transmitir a la multitud juvenil allí congregada esa visión: el Dios infinito se oculta en el Pan eucarístico, para que podamos adorarle, permitiendo así que nuestras vidas cambien, como el pan es transformado, por la fuerza del Espíritu, en lugar de la divina presencia del Hijo eterno. Es la revolución de Dios. La que trae la alegría al corazón del hombre, cuando, arrancado de la esclavitud de sus cálculos y temores, comprende que la fuerza se realiza en la debilidad.

La Humanidad, en virtud de su propia razón natural, ha conocido siempre algo de la majestad infinita de Dios. Admirada por la grandiosidad del mundo, atemorizada por las fuerzas indómitas de la naturaleza y espoleada por los deseos ilimitados de paz y de felicidad del corazón humano, la Humanidad se ha vuelto, con razón, hacia un origen infinito, fuerte, lleno de felicidad, de todo ese mundo experimentado: se ha vuelto a Dios para agradecerle los bienes de la creación y alabar su fuerza y su poder. También para procurarse su favor y su benevolencia. Lo que Jesucristo ha venido a descubrir a los hombres es que la majestad infinita de Dios no es como la que la Humanidad se imagina que debería ser a la vista de lo que es el poder humano. El poder de Dios no está reñido con la debilidad ni con el sufrimiento. Es más, Dios manifiesta de modo supremo su poder en la Cruz de Cristo. Allí, en la entrega del Hijo en manos de los pecadores, es donde aprendemos a valorar de verdad la inmensa grandeza del plan creador de Dios. Es allí donde el amor -el amor a Dios-, sin renunciar a la razón, sino asumiéndola, se yergue soberano, de tal modo que el mundo comienza a quedársele pequeño.

El Papa viene total y solamente como Vicario de Cristo. Viene a señalarnos la gloria de la Cruz. A los poderes del mundo no les gusta la Cruz, por eso tampoco les gusta el Papa. Querrían ellos asumir todo el poder para someter las almas de los jóvenes a su capricho. Pero cuando los jóvenes han gustado la alegría de la fe, ya no se dejan engañar por el enemigo de su felicidad.

En su Viaje de 2008 a Francia, Benedicto XVI celebró una Vigilia de oración con los jóvenes en la explanada de Notre Dame de París. Les habló del Espíritu de Jesucristo como fuente de la verdadera alegría, y les habló, naturalmente, del misterio de la Cruz, en el que se encierra toda la sabiduría divina y el culmen de su amor infinito. El Papa les hablaba así para confirmarlos en la fe, según es propio de su oficio de sucesor de Pedro. Pero terminó dirigiéndose a los jóvenes de un modo llamativo. Les dijo: «¡Gracias por vuestra fe!» Sí, será la fe de los jóvenes la que -Dios mediante- hará de la JMJ un acontecimiento histórico único. Madrid se quedará deslumbrado. Quien lo observe bien verá que no se trata simplemente de un gran festival muy bien organizado. La luz de la JMJ es la que proviene de la alegría de la fe, del don de Dios humildemente acogido.