El poder de la Verdad - Alfa y Omega

El poder de la Verdad

XXXIV Domingo del tiempo ordinario. Jesucristo, Rey del Universo

Juan Antonio Martínez Camino
Ecce homo, en la Scala Santa, Roma. Foto: CNS

Termina el Año litúrgico y, con él, mis comentarios al Evangelio en esta página de Alfa y Omega. ¡Qué alegría haber podido prestar mi pobre voz a Aquel que se presenta en la liturgia del próximo domingo precisamente como «el Alfa y la Omega» y «el Testigo fiel»! Confieso que no me imagino un gozo mayor, aunque lo hecho sea bien poca cosa.

¿Qué sucedería si todos los bautizados pusiéramos de verdad nuestras vidas al servicio de Jesucristo? ¿Es que hay otra cosa por la que merezca la pena gastar la vida? No importa que lo que podamos hacer sea de poco valor, según los parámetros de la eficacia del mundo. Si nuestras vidas estuvieran consagradas a Él, la eficacia divina de nuestra existencia sería literalmente incalculable.

Todos los que habéis leído estos comentarios sabéis en qué consiste la consagración de la que hablo. El Evangelio del domingo nos lo recuerda.

El gobernador romano interroga a Jesús sobre la acusación que los judíos habían presentado contra él: «¿Eres rey, de verdad?» Pilato no lo podía creer. Jesús no lo parecía. Pero tampoco lo negaba: «Mi reino no es de este mundo». «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús confiesa entonces abiertamente que sí: «Soy rey»; y explica por qué: mi misión es «ser testigo de la verdad».

Miles y miles de mártires han muerto en el siglo XX aclamando a Cristo como rey. El mismo Jesús va a la muerte reconociendo su realeza. Tanto el Maestro como los discípulos no están hablando de ningún poder mundano. Se refieren al poder de la Verdad. Aceptan la muerte como servicio a la Verdad.

La Verdad ha de reinar en este mundo. Pero no es de este mundo. La clave de la verdad del mundo no se halla en las cosas temporales y pasajeras. Sin embargo, el mundo no tendría sentido ninguno sin su verdad.

El desprecio de la verdad es muy antiguo. La cínica respuesta de Pilato es emblemática: «Y ¿qué es la verdad?». Con la excusa de humildad intelectual o democrática, no se reconoce hoy más verdad que la meramente funcional de la técnica, de la sociología o de los cálculos políticos. Lo demás es tachado de fanatismo o totalitarismo. Pero, como no es verdadera, esa supuesta humildad es, en realidad, una gran debilidad moral que deja el campo abierto al poder de los más fuertes. Sin verdad, no hay libertad, ni solidaridad, ni amor.

El Reino de Cristo es el poder de la Verdad. En su Cruz y en su Resurrección hemos aprendido en qué consiste ese poder. No es ciertamente el poder pasajero de las armas, del dinero o de la fama. Es el poder del Amor infinito, aparentemente débil frente a la violencia a la que conduce el pecado; pero, en realidad, el único verdaderamente poderoso.

Los mártires y los santos son testigos de la fortaleza del poder de la Cruz. Gracias ellos, el mundo no está sometido al poder de la mentira. En la comunión de los santos, por el contrario, el Amor infinito reina ya en la tierra como en el Cielo. A esa comunión, en Cristo, nos consagramos con el mayor contento.

Evangelio / Juan 18, 33-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?».

Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?».

Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?».

Jesús le contestó: «Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».