Jadel, Ioan, Paco y Luis - Alfa y Omega

Jadel, Ioan, Paco y Luis

Redacción
Jadel pide limosna frente a un cartel publicitario de Sol. Foto: Carmen García Turégano

Jadel —en la foto— apenas habla español. Pasa los días frente a El Corte Inglés de Sol, tumbado en el suelo, sobre los cartones que le ayudan a recoger, porque él no puede valerse por sí mismo. Nació en Guinea Ecuatorial, donde contrajo la poliomielitis, enfermedad que le dejó paralizado de cintura para abajo. Sus padres lo abandonaron cuando cayó enfermo, pero un matrimonio mayor lo acogió y le dio cariño y cobijo. Murieron pronto. Y Jadel se quedó solo. Carmen García lo conoció la semana pasada. Es alumna del Máster de Periodismo Social de la Universidad San Pablo CEU y la Fundación Crónica Blanca, y su primera práctica consistía no solo en contar una historia vista de lejos, sino implicarse directamente en la noticia. Carmen pasó unas horas con él. «Era muy difícil entenderle, pero hay palabras que, desgraciadamente, conoce a la perfección. “Ayuda”, “calle”, “comida”, “solo”». Lo único que tiene es un sombrero con el que pide limosna, tres prendas de ropa y una silla de ruedas. «No tiene más. Ni ayudas ni consuelo. Y lo peor es que creo que tampoco le queda esperanza».

El último recuento municipal de Madrid de diciembre del 2014 habla de 1.905 personas sin hogar, de las que 764, como Jadel o Ioan —en la foto de portada—, duermen al raso y el resto —1.141— pasan la noche en la red de albergues municipales o en centros como CEDIA, de Cáritas. Ioan vive en un descampado, sin ni siquiera una tienda que lo cobije. Llegó, como tantos otros, desde Rumanía en busca de trabajo en la construcción, pero «su aventura no resultó como esperaba. Dejó allí a su mujer y a dos hijos de 5 y 2 años. Lo encontré con un carrito de supermercado y una linterna en la cabeza para buscar papel y cartón, que luego le pagan a seis céntimos el kilo», explica María Espinosa, otra alumna en busca de testimonios.

Dormir en la calle no es el único requisito para ser una persona sin hogar. Manuel Barcina, alumno del Máster en Periodismo Social se encontró con Paco en la calle Génova. «Fue curioso, porque justo cuando le vi, una presentadora famosilla de telebasura se cruzaba con él». Son los dos extremos de la ciudad, cruzándose en espacio y tiempo. Paco tiene 48 años. Hijo de padres emigrantes, nació en Alemania, aunque pronto volvió a Madrid. La vida de este vigilante nocturno de profesión cambió en 2002, cuando su padre murió y su esquizofrenia se agravó. «Aunque tiene una pensión de 400 euros por minusvalía psíquica, solo le alcanza para pagar una pensión con habitación compartida. Los robos y las peleas son frecuentes, y muchas noches acaba en comisaría». Manuel recuerda cómo Paco insistía en la necesidad de sentir «que se me trate como a uno más». El hombre no puede acceder a un piso individual porque «ningún casero confía en mí».

En los materiales de la campaña de este año, Cáritas Española recuerda que en España hay entre 30.000 y 40.000 personas sin hogar, y señala que un 7 % de la población vive en condiciones de hacinamiento —cuentan con menos de 15 metros cuadrados por persona—. Es el caso de Luis, que comparte piso con 14 personas en Cuatro Caminos, a 100 euros el colchón. Jesús Berenguer, otro de los alumnos, lo encontró rebuscando en un cubo de basura en la calle Lérida. Llegó desde Rumanía hace tres años. Tiene tres hijos, a los que no ve desde hace nueve meses, cuando volvieron a su país con su madre. «Es obrero, y vino con la ilusión de poder trabajar, atraído por la información que llegaba de la necesidad de mano de obra barata en pleno boom inmobiliario. Pero nadie le dijo que eso ya no era cierto. Que la crisis había asolado este país». Luis acabó recogiendo chatarra.