¡Bienvenido, Santo Padre! - Alfa y Omega

¡Bienvenido, Santo Padre!

Cuando queda menos de un mes para que esté de nuevo entre nosotros el Santo Padre, Benedicto XVI, Alfa y Omega inicia una serie de números especiales, prácticamente monográficos, con la finalidad de concienciar a nuestros lectores sobre tan trascendente visita y visitante. Colaboran, en este primero, numerosas personalidades de nuestra vida religiosa, cultural, social, política y económica. No están todos los que son, pero sí son todos los que están. El hecho de que Benedicto XVI, en seis años de pontificado, visite España tres veces habla, por sí solo, sobre la predilección y la esperanza del Papa en España, que es también la única nación sede de dos Jornadas Mundiales de la Juventud, la de Compostela y la próxima en Madrid, organizadas ambas por la misma persona, don Antonio María Rouco Varela, el entonces arzobispo de Santiago y hoy cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española

Miguel Ángel Velasco

Cada vez se dice menos, pero el Anuario pontificio señala que Benedicto XVI es obispo de Roma, sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la Iglesia universal, Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y -lo destaca en negrita y letras grandes- Vicario de Jesucristo. Ésta es la persona que viene a visitarnos y, por tanto, la más inmediata acción de gracias se expresa como lo hacemos en nuestra portada: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Habrá muchos que interpretarán esta Visita en otras claves pintorescas, pero la única clave real y verdadera es ésta: viene a visitarnos el Vicario de Jesucristo y viene en nombre del Señor. Su nombre, Benedicto, significa bendito.

Desde la suave pero implacable racionalidad de su fe, Benedicto XVI está escribiendo una nueva página del cristianismo y lleva adelante una persistente, tenaz, ardua batalla al servicio de la verdad. Jesús dijo: Yo soy la verdad. Cuando la dictadura del relativismo intelectual y moral, que ha denunciado con coherente valentía, amenaza con minar las bases mismas de nuestra sociedad, urge recordar, como él lo hace, que fuimos creados para conocer la verdad y encontrar en ella nuestra libertad radical. No podemos guardar sólo para nosotros la verdad que nos hace libres, repite incansablemente Benedicto XVI, y, en nuestro tiempo, añade, el precio que hay que pagar ya no es ser descoyuntado y descuartizado, pero a menudo supone ser excluido, ridiculizado y marginado. El Santo Padre dialoga urbi et orbi con el mundo de hoy desde la fe, pero nunca a expensas de la verdad.

Los jóvenes perciben con claridad que habla de lo esencial, porque lo que busca es que resplandezca no su propia luz intelectual, sino la luz de Cristo. No le tiembla la voz cuando tiene que denunciar a los lobos vestidos de corderos, o la basura que hay dentro de la Iglesia. Y se le entiende todo. Está cicatrizando las interpretaciones equivocadas o interesadas del Concilio, y lo hace con suave firmeza y con sencilla elegancia intelectual. No le interesa una fe burocratizada y, tras las huellas de su predecesor, Juan Pablo II, a quien acaba de beatificar, entiende como nadie las cenagosas contradicciones de la posmodernidad. Juan Pablo II lo hacía con una espiritualidad más carmelitana; Benedicto XVI lo hace con una espiritualidad más benedictina, que está más cerca, además, de Cluny que de Claraval. Con él al timón, la barca de Pedro capea temporales contra viento y marea, exigiendo y garantizando que quien promete una vida sin sacrificio engaña a la gente. También enseña que el cristianismo no es una ideología, ni un código moral, sino una Persona; y que la Iglesia no es una multinacional, ni una ONG, sino un ámbito de comunión, de paz y de verdad. Apasionado de la belleza, que define como nostalgia de Dios, viene a enseñarnos, de palabra y de obra, que la verdadera caridad consiste en la verdad. ¡Bienvenido!