El sentido que se nos regala - Alfa y Omega

Andaba por aquel tiempo preguntándome por el sentido que tenía, o dejaba de tener, la gestión en la opción de vida que había tomado. Es verdad que alguien tiene que asumir los cargos de dirección en el colegio, pero tanto papel, organización… no era precisamente lo que más me atraía. Para compensar la ausencia de tiempo en el aula y, con ella, de relación directa con la gente, me propuse acoger de la mejor manera posible a todo aquel que necesitara algo: escuchar, dedicar tiempo, poner caramelos, no cerrar la puerta como invitación a entrar… Cosas sencillas que en algunos momentos me sabían a poco. ¿Dónde quedaban en esos metros cuadrados los más débiles y necesitados? ¿A quién le servía tanto trabajo? Un día, un compañero cogió una baja. Estaba desbordado por una situación personal y tuvo que tomarse un tiempo. Le llamé por teléfono y entre lágrimas me preguntó: «¿Tú sabes cómo me han ayudado en este proceso personal tantos momentos de risa en tu despacho comiendo caramelos, perdiendo el tiempo contándonos anécdotas con otros compañeros?».

Gracias a esta situación dolorosa, y a su generosidad a la hora de compartir la vida, lo entendí todo. No se trataba de hacer sino de estar, y de estar de una manera muy concreta. No se trataba de lo que yo sintiera o viera sino de estar más atenta a lo que los demás necesitaban y sentían. Buscando a los más débiles en el contexto concreto que vivía me encontré con mi propia debilidad, con la debilidad del que tenía más cerca y, en ella, con el sentido de mi día a día. No solo era compatible con los papeles y la organización sino que, a través de todo ello, caí en la cuenta de todo el trabajo que podía hacer simplemente estando.