Un «Sí» que cambió la vida de los hombres - Alfa y Omega

Es imposible entrar en el alma y dar entrañas a esta humanidad, que siempre ha buscado plenitud en todas las culturas y en todos los pueblos, si la alejamos de ver la presencia en nuestra vida y en nuestro corazón de ese ser humano irrepetible que dejó ocupar toda su vida por Dios: María, la Inmaculada Concepción. Fue un mujer excepcional, un ser humano único e irrepetible, la elegida por Dios para darse a conocer en cercanía y encuentro, con la ternura de quien, siendo todo y habiéndolo creado todo, quiere abrazar a los hombres haciéndose hombre. Dios tomó rostro humano para hacernos ver quiénes somos nosotros y quién es en verdad Él. Y lo hizo tomando carne en las entrañas de la Virgen María, la Inmaculada Concepción. Alejarnos de esta mujer es no entender el sentido que tiene esta historia que hacemos los hombres, ni el rostro que tiene que tener el ser humano para construir un mundo en el que todos tengan su sitio, nadie sea descartado, todos alcancen la dignidad que Dios mismo puso en cada ser humano.

¡Que conmoción se provoca en nuestra vida y en nuestra historia cuando la observamos, la contemplamos y la descubrimos junto a Santa María, la Inmaculada Concepción! En María vemos cómo Dios siempre llama al ser humano para entregar vida y ponerse al servicio de los demás, pero desde el diseño que Él hizo del hombre: somos imágenes de Dios y, por tanto, junto a los demás nos situamos y los vemos como imágenes de Dios, que no podemos estropear ni utilizar, ni servirnos de ellas, sino estar a su lado como si de Dios mismo se tratase. ¡Ved a María! En la Inmaculada Concepción, la llamada, la respuesta inmediata sin intereses personales y el encuentro con Dios y con los otros van siempre unidos.

Os invito a que hagáis conmigo la misma experiencia de la Virgen María: «Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». Se levantó porque previamente había invadido su vida Dios mismo; Ella había consentido esta invasión de la fuerza y de la gracia de Dios. Cuando Dios entra en la vida del ser humano, como en el caso de María, la vida se pone en dirección hacia los demás. No importan las dificultades que tengamos que sortear para llegar a los demás.

Cuando Dios entra se va sin más a los demás. Y se va con todas las consecuencias y a contracorriente. Así es en María. Es la respuesta a la pregunta que Dios nos hace siempre a los hombres: «¿Dónde estás?» o a esa otra que también es importante: «¿Qué es lo que has hecho?». La respuesta de María es clara: estoy ocupada por Dios, vivo para Dios, «hágase en mí según tu palabra». Y vivo así para que todos los hombres vean que, desear hacerse uno como Dios mismo, es la perdición de cada uno y de todos. Es perder la dignidad. Solo Dios nos hace ver que Él pone en el centro de todo lo creado al hombre y todo lo pone a su servicio. Apartar a Dios de nuestra vida es comenzar a hacer descartes, injusticias, castas, reduccionismos, robos reales de aspectos esenciales que configuran la dignidad del ser humano.

La Inmaculada Concepción hace una propuesta de vida para los hombres en todos los momentos y en todas las circunstancias. En estos momentos que vive la humanidad –de inseguridad, de búsqueda de fundamentos, de desprecio por la vida, de robo de derechos fundamentales, de un intento de desarrollo de la persona y de la vida sin planos constituyentes, sino con planos y planes que los hombres vamos haciendo según las circunstancias y según nuestros pareceres–, qué importante es contemplar y atreverse a describir el itinerario del ser humano más excepcional que ha existido. Hoy, como sucesor de aquellos Doce con los que comenzó el anuncio del Evangelio, en pleno siglo XXI, cuando el ser humano ha realizado tantas conquistas, quiero deciros a todos que salgamos con prontitud y atravesemos esta historia y todas situaciones que viven los hombres como María, llevando a Dios en nosotros. Os aseguro que es la aventura más bella y que además entrega Belleza; cambiamos la vida de los demás, les alcanzamos situaciones nuevas que nacen de la verdad, de la libertad y de la justicia que Dios entrega. No os hago una propuesta evasiva de la realidad, todo lo contrario, pues meter a Dios en nuestra vida y en la historia de los hombres es acometer la aventura de la vida y la construcción de la historia de una manera radicalmente nueva, donde priman los intereses de la persona sobre todas las demás cosas y donde quien más necesita está en primer lugar y ello sencillamente por ser imagen de Dios y no por cuestiones de grupos, ideas o proyectos humanos. Es el proyecto de Dios el que hay que llevar a cabo; un proyecto lleno de vida, que busca siempre el desarrollo de la persona en su totalidad y el desarrollo de todos.

La novedad y la fuerza que trae al mundo y a la historia quien vive de la vida de Dios y la lleva en su propia vida es de tal calado que se descubre al que da presente y futuro a todo. Mirad cuando llega María llena de Dios al lado de Isabel. ¿Qué sucede? Algo inaudito: un niño que no había nacido aún, salta de gozo en el vientre de aquella mujer anciana sin porvenir humano de presente y de futuro. Porque Dios cambia todo. Nada es imposible para Él. Todos estamos empeñados en cambiar las cosas, las situaciones, el presente y el futuro, pero ¿cómo lo hacemos? El cambio radical que realmente necesitamos vendrá cuando los hombres y las mujeres de este mundo estemos dispuestos a dejar que el Otro por excelencia, que es Dios mismo, entre en nosotros y vivamos con la fuerza de su gracia, su entrega, su abrazo a los hombres, su misericordia, y con su amor.

Para lograrlo, para vivir en esta tierra como María, os propongo este itinerario que nace de la contemplación de su vida:

1) Vivamos conscientes como María de la entrada de Dios en la historia y en nuestra vida: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!». Ante el don de la fe que se nos regala. La fe no distancia de la vida, todo lo contrario, nos hace encontrarnos con todos y sin evadirnos de los problemas y las situaciones de un modo absolutamente nuevo, con la fuerza, la gracia y la luz de Dios.

2) Vivamos la fe como María en medio del mundo, haciéndola explícita públicamente: nuestra cultura necesita de hombres y mujeres de fe vivida con explicitud, sin reduccionismos. El centro de la vida cristiana es Cristo. No se trata de defender unos simples valores, sino de mostrar una presencia verdadera, a Cristo.

3) Vivamos como María a Jesucristo como centro de la vida y de la historia: toda su vida la puso y la expuso para dar rostro a Dios. ¿Por qué insisto en la persona de Jesucristo una y otra vez? Una auténtica libertad solo es posible desde la Verdad. Y esta es Jesucristo. La Verdad tiene un carácter regenerador. Jamás podrá haber verdadera regeneración de la cultura, la sociedad, la política, la economía o la paz, si no se lleva a cabo con la Verdad.