Un misionero en Europa - Alfa y Omega

Un misionero en Europa

José María Carabante

En su último viaje, el Papa se ha referido en varias ocasiones a los grandes valores africanos y ha pedido a los católicos que los custodien y conserven. Una preocupación similar por ese legado manifiesta el cardenal guineano Robert Sarah en la completa entrevista que le ha realizado Nicolas Diat (Dios o Nada, editorial Palabra), en la que, además de repasar su trayectoria, da su opinión sobre los temas más importantes del presente de la Iglesia, como la familia o la reforma de la Curia.

Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, cree que el desafío principal de nuestro tiempo es la ideología, sean cuales sean los valores en que se concrete. Tanto el materialismo consumista como la ideología de género, la trivialización hedonista del sexo o la cultura de la muerte, tienen en común el empeño de eclipsar y sustituir a Dios.

Ni el consejo del Papa ni la preocupación de Sarah deben tomarse a la ligera, pues ambos conocen la influencia que Occidente ejerce sobre África. Pero también son testigos de la riqueza de la pluralidad cultural y de la fe popular. Con agradecimiento, el cardenal africano recuerda la entregada labor de los misioneros espiritanos en Ourous, su pueblo natal. Su ejemplo fue decisivo para la conversión de su familia e hizo posible su vocación y, según confiesa, hoy sigue inspirando su vida de piedad y oración.

Lo que se pone de manifiesto en la entrevista es que el futuro de la Iglesia depende de su fidelidad al mensaje de Cristo, sin ajustes doctrinales ni componendas con un entorno cultural muchas veces hostil. A su juicio, la contestación a «la apostasía silenciosa» de la posmodernidad pasa por fomentar la experiencia de Dios.

Las alusiones de Sarah resultarán a veces incómodas e incluso irritarán a los cegados por lo políticamente correcto, pero muestran la fecundidad de la labor misionera de la Iglesia. Que sea precisamente un cardenal de origen africano el que emprenda con energía y agudeza una nueva misión en Europa y recuerde que «debemos edificar la Iglesia querida por Cristo y no una modelada por el deseo del hombre» no deja de ser sintomático.

En África, señala, continúa la primavera de Dios, pero este continente solo podrá ser la vanguardia de la Iglesia si resiste a la violenta colonización de las nuevas ideologías. Quizá por ello, insista tanto en la formación intelectual y en la vida interior de los sacerdotes. Y tal vez por ello recuerde el desprendimiento natural del hombre africano y la luminosidad de sus celebraciones religiosas, su alegre esperanza y su humildad, de las que el europeo tiene tanto que aprender.