Un año para la conversión y la misión - Alfa y Omega

Un año para la conversión y la misión

Con la apertura del Año de la Misericordia, el Papa ha propuesto una hoja de ruta que va a lo esencial de la vida cristiana

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Foto: AFP Photo/Vincenzo Pinto

El Papa ha repetido en varias ocasiones que tiene la impresión de que su pontificado no será largo. Tal vez por eso, o porque –como también ha dicho– no le gusta «balconear la vida», no ha querido perder el tiempo y ha propuesto una hoja de ruta que va a lo esencial de la vida cristiana: vivir del amor misericordioso de Dios para dárselo a conocer al mundo con obras y palabras. Esa ha sido siempre la raíz de la acción evangelizadora de la Iglesia, y ese es el eje vertebrador del Año Jubilar de la Misericordia que el Papa abrió el martes en Roma.

Francisco es consciente de los peligros que se ciernen sobre la humanidad: guerras, terrorismo, cambio climático, consumismo exacerbado, desigualdades, corrientes ideológicas que desnaturalizan al hombre, una apostasía silenciosa que margina a Dios… La respuesta que le pide a la Iglesia no es la de un repliegue temeroso, sino incrementar su celo apostólico a través del lenguaje universal de la misericordia, cauce privilegiado para revelar al mundo el verdadero rostro de Dios. Es la misma respuesta que dio hace 50 años el Concilio Vaticano II, de cuya clausura se cumplieron el martes 50 años. Conversión y misión. Una Iglesia purificada se despojaba de mundanidad para salir a anunciar el Evangelio a un mundo que, en palabras de Pablo VI, «escucha más a gusto a los testigos que a los maestros». Esa es la hoja de ruta que han seguido todos los pontificados desde entonces. Lo que ha hecho Francisco es acelerar el paso.

Una de las notas características de este Año de la Misericordia es la descentralización. El Papa pretende que este Jubileo llegue hasta el último rincón de la diócesis más remota. En España, en comunión con Francisco, los obispos han orientado el trabajo en sus diócesis para facilitar que la Iglesia sea verdaderamente una casa donde se experimente el perdón de Dios y se practique el amor al prójimo. Con todo, el mejor plan pastoral no puede ser más que una invitación lanzada a los fieles. La pelota, por tanto, está ahora en el tejado de cada bautizado.