Navidades opulentas - Alfa y Omega

Tema recurrente en estas fechas prenavideñas, sobre todo cuando también son preelectorales, es el de la ausencia de símbolos religiosos en las calles de nuestras ciudades que se adornan en estos días, y sobre todo el de la penosamente denominada guerra de los belenes. Creo que en este debate hay algo mucho más importante que las actitudes laicistas de algunos alcaldes, o en el prejuicio antirrelgioso de muchos comunicadores, o en la presión consumista publicitaria. Escuchando al Papa Francisco, tendríamos que preguntarnos si los cristianos no estamos también cargando de mundanidad las navidades. Porque las tradiciones solo se pueden conservar y en el fondo solo merece las pena conservarlas si se alimentan con la vida. Y, reconozcámoslo, los cristianos en general también forjamos igualito que los no cristianos una sociedad en la que pretendemos adorar a un tiempo al Niño Dios y al dios dinero. Hasta en las filiaciones ideológicas parece lo más normal del mundo abrazar a la vez la criteriología cristiana con la liberal, que difícilmente se redime de la tentación de la idolatría del mercado.

Da la impresión de que cuando nos alarmamos ante la pérdida de valores que va de la mano de los cambios sociales y culturales, queramos señalar facilonamente chivos expiatorios en quienes, a lo sumo, lo único que hacen es manifestar el clima cultural dominante. No sería bueno eludir la responsabilidad de los poderes públicos cuando legislan y gobiernan confundiendo aconfesionalidad del Estado con aconfesionalidad de la sociedad, pero tampoco sería ni justo ni previsor dejar de reconocer que la pérdida de los símbolos religiosos es inseparable de la pérdida de una autentica experiencia religiosa por parte de los mismos creyentes. Y de que, por tanto, la pelota de la recuperación de los símbolos religiosos está más en el tejado de la Iglesia, como comunidad de creyentes, que en el tejado de los poderes públicos, las campañas publicitarias o los medios de comunicación.

Decía ya en 1948 John Kenneth Galbraith en su famosa obra La sociedad opulenta que cuando alguien tira una puerta mal ensamblada por apoyarse en ella, la impresión de quienes no saben la causa del incidente puede ser la de que la ha derribado violentamente. Se refería el prestigioso economista a que la etiología de no pocas crisis sociales no se encuentra tanto en estrategias equivocadas, como en hábitos del comportamiento social, que son inseparablemente económicos y culturales.