La COP21 adoptó «un acuerdo que muchos definieron histórico», según el Papa - Alfa y Omega

La COP21 adoptó «un acuerdo que muchos definieron histórico», según el Papa

Miles de fieles se congregaron en la plaza de San Pedro para rezar el Ángelus y escuchar a Francisco, que habló de conversión y tuvo palabras para la Cumbre del Clima de París

Redacción

Francisco volvió al Vaticano desde la basílica de San Juan de Letrán, donde acudió a abrir la Puerta Santa de la Misericordia, para rezar el Ángelus y, desde el balcón ante miles de fieles, se refirió a la Cumbre del Clima COP21 que acaba de concluir en París «con la adopción de un acuerdo que muchos definieron histórico». El Papa pidió «que sea garantizada una particular atención a las poblaciones más vulnerables» y exhortó a la comunidad internacional a «proseguir con solicitud el camino emprendido en el signo de una solidaridad que se convierta cada vez más concreta».

El Pontífice también habló de la Conferencia de la Organización Internacional (OIC) del Comercio que se iniciará en Nairobi el próximo martes 15 de diciembre. «Me dirijo a los países que participará para que las decisiones que serán tomadas tengan en cuenta las necesidades de los pobres y de las personas más vulnerables, y también se consideren las legítimas aspiraciones de los países menos desarrollados y del bien común de la entera familia humana».

Idéntico camino de conversión

Minutos antes de hablar de la COP21 y de la Conferencia de la OIC, Francisco inició el rezo del Ángelus preguntándose «¿qué cosa debemos hacer?», pregunta que tomó del Evangelio de San Lucas del tercer domingo de Adviento y que la gente le hace a Juan Bautista. El Santo Padre explicó que es una pregunta que se refiere a tres categorías de personas distintas: la gente, los publicanos y algunos soldados. «Cada uno de estos grupos –dijo el Papa– interroga al profeta sobre aquello que debe hacer para actuar la conversión que él está predicando». El Bautista, precisó el Pontífice, da tres respuestas para «un idéntico camino de conversión, que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor concreto por el prójimo».

De esta manera, precisó el obispo de Roma, que ninguna categoría de personas está excluida del camino de la conversión para obtener la salvación, ya que «Dios no impide a ninguno la posibilidad de salvarse»; Él, dijo el Papa, «está ansioso de usar misericordia con todos y de acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón».

Hoy, la pregunta que la liturgia nos presenta es una invitación a «cambiar de dirección, convertirse, y retomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad». Es una invitación a una auténtica conversión cristiana. En este sentido, el Adviento nos ayuda a descubrir una particular dimensión de la conversión, esta es la dimensión de la alegría, dijo el obispo de Roma, una alegría que en un mundo sofocado por tantos problemas, incógnitas y temores, hacen que pierda su sentido y valor. Por ello, el Pontífice invitó a tener coraje para poder hablar de la alegría, pero no de una alegría superficial y efímera, sino una alegría profunda, un don que viene del Señor, una alegría que llena toda la vida y nos da la certeza que el «Señor está cerca».

Pidamos a la Virgen María, dijo el Papa, «nos ayude y fortalezca nuestra fe, para que sepamos recibir al Dios de la alegría, que siempre quiere vivir en medio de nosotros sus hijos».

RV / Redacción

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy hay una pregunta repetida tres veces: «¿Qué debemos hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Le preguntan a Juan Bautista tres categorías de personas: primero, la muchedumbre en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. La respuesta de Juan a la pregunta de la muchedumbre es el compartir los bienes de primera necesidad: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto» (v. 11). A los cobradores de impuestos dice no exigir nada más de la suma debida (cfr. v. 13), ¿qué quiere decir esto? No hacer sobornos, es claro Bautista; y el tercer grupo a los soldados les pide no extorsionar nada a ninguno sino contentarse de sus pagos (cfr. v. 14). Son las tres respuestas para las tres preguntas. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión, que se manifiesta en empeños concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor hecho por el prójimo.

Y en estas advertencias de Juan Bautista comprendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en aquella época tenía el poder, bajo las formas diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas está excluida del recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición. Ni siquiera ellos están excluidos de la salvación. Dios no impide a ninguno la posibilidad de salvarse. Él está –se puede decir esta palabra– Él está ansioso por usar la misericordia, usarla hacia todos en el tierno abrazo de reconciliación y de perdón.

Esta pregunta –¿qué debemos hacer?– la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que es necesario convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y emprender el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Conviértanse! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a redescubrir una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor siente la alegría. El profeta Sofonías nos dice hoy: «¡Alegráte, hija de Sion!», dirigido a Jerusalén (Sof 3, 14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos de Filipo: «Alégrense siempre en el Señor» (Fil 4, 4). Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo está sofocado por tantos problemas, el futuro agobiado por incógnitas y temores. Y sin embargo, el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es cualquier cosa superficial y efímera, sino profundo y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza que «el Señor está cerca» (Fil 4, 5). Está cerca con su ternura, con su misericordia, con su perdón, con su amor.

Que la Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, que siempre quiere vivir en medio de sus hijos. Y que nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa.

Traducción por Mercedes de la Torre / RV