Documento 34: Deseo confiarme totalmente al Señor - Alfa y Omega

Documento 34: Deseo confiarme totalmente al Señor

El pasado viernes 14 de enero, la Congregación vaticana de las Causas de los Santos hizo público el Decreto de beatificación del Papa Juan Pablo II, que tendrá lugar el día 1 de mayo próximo, Domingo II de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia. Ofrecemos en estas páginas el texto íntegro:

Redacción
Juan Pablo II, en Tor Vergata (Roma), durante la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000

La proclamación por la Iglesia de un santo o un Beato es fruto de la unión de varios aspectos relativos a una persona concreta. Primero, es un acto que dice algo importante en la vida de la misma Iglesia. Está ligado a un culto, por ejemplo, a la memoria de la persona, a su pleno reconocimiento en la conciencia de la comunidad eclesial, del país, o de la Iglesia universal en distintos países, continentes y culturas. Otro aspecto es la conciencia de que la elevación a los altares será un importante signo de la hondura de la fe, de la difusión de la fe en el itinerario vital de esta persona, y que este signo se convertirá en una invitación, un estímulo para todos nosotros hacia una vida cristiana incluso más profunda y plena. Finalmente, la condición sine qua non es la santidad de la vida de la persona, verificada en los precisos y formales procedimientos canónicos. Todo ello proporciona el material para la decisión del sucesor de Pedro, del Papa, con vistas a la proclamación de un Beato o un santo, del culto en el contexto de la comunidad eclesial y de su liturgia.

El pontificado de Juan Pablo II fue un elocuente y claro signo, no sólo para los católicos, sino para la opinión pública mundial, para personas de todos los colores y credos. La reacción mundial a su estilo de vida, al desarrollo de su misión apostólica, al modo como soportó su sufrimiento, la decisión de continuar su misión petrina hasta el final como querida por la divina Providencia, y, finalmente, la reacción a su muerte, la popularidad de la aclamación: «¡Santo, ya!», que algunos hicieron el día de su funeral, todo ello es base sólida en la experiencia de haberse encontrado con la persona que era el Papa. Los fieles sintieron, experimentaron que era un hombre de Dios, que realmente ve los pasos concretos y los mecanismos del mundo contemporáneo en Dios, en la perspectiva de Dios, con los ojos de un místico que alza los ojos sólo a Dios. Fue claramente un hombre de oración: tanto es así que, sólo en la dinámica de unión personal con Dios, de la escucha permanente a lo que Dios quiere decir en una situación concreta, fluía la entera actividad del Papa Juan Pablo II. Quienes estuvieron más cercanos a él pudieron ver que, antes de sus entrevistas con sus visitantes, ya fueran jefes de Estado, altos dignatarios de la Iglesia o sencillos ciudadanos, Juan Pablo II se recogía en oración por las intenciones de los visitantes y de la reunión a celebrar.

Monseñor Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, en el Concilio Vaticano II

1.- Aportación de Karol Wojtyla al Concilio Vaticano II

Tras el Vaticano II, durante los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II, el modo de presentación, y entonces de autopresentación del papado, ha sido completamente expresivo. Con motivo del 25 aniversario del pontificado de Juan Pablo II, el Ministerio de Asuntos Exteriores italiano publicó, en 2004, un libro titulado Id por todo el mundo. Giancarlo Zizola, vaticanista reconocido, subrayó que «el papado ha conquistado su ciudadanía en el reino de la visibilidad pública, saliendo del lugar de marginación del culto adonde había sido relegado por decreto de la sociedad secular, en nombre de una visión militante del principio liberal de separación de Iglesia y Estado» (p. 17). Un historiador alemán, el jesuita Klaus Schatz, hablando de Pablo VI y de Juan Pablo II, subrayó el significado de papado itinerante —por tanto, en conformidad con el Vaticano II—, más en modo de un movimiento misionero que como un polo estático de unidad. Schatz se refiere a la manera de interpretar la misión papal como una llamada a «confirmar en la fe a los hermanos» (Lc 22, 32), en un modo ligado a la autoridad estructural, pero con un fuerte toque espiritual y carismático, en relación con la credibilidad personal y arraigada en el mismo Dios.

Detengámonos un momento a considerar el Vaticano II. El joven arzobispo de Cracovia fue uno de los padres conciliares más activos. Hizo una aportación significativa al Esquema XIII, que luego devendría en la constitución pastoral del Concilio Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, y la constitución dogmática Lumen gentium. Gracias a sus estudios en el extranjero, el obispo Wojtyla tenía una experiencia concreta de evangelización y de la misión de la Iglesia, en Europa occidental o en otros continentes, pero sobre todo del ateísmo totalitario en Polonia y en otros países del bloque soviético. Llevó toda esta experiencia a los debates conciliares, ciertamente no como conversaciones de salón, muy corteses pero vacías de contenido. Aquí había un esfuerzo sustancial y decisivo por insertar el dinamismo del Evangelio en el entusiasmo conciliar, arraigado en la convicción de que el cristianismo es capaz de dar un alma al desarrollo de la modernidad y a la realidad del mundo social y cultural.

Todo esto sería utilizado en preparar las futuras responsabilidades del sucesor de Pedro. Como Juan Pablo II dijo, él ya tenía en mente su primera encíclica, Redemptor hominis, y la trajo a Roma desde Cracovia. Todo lo que tenía que hacer en Roma era redactar todas estas ideas. En su encíclica, hay una amplia invitación a la Humanidad a redescubrir la realidad de la redención en Cristo: «El hombre (…) permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto, precisamente, Cristo redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. (…) El hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad. En el misterio de la Redención, el hombre es confirmado y, en cierto modo, es nuevamente creado. (…) El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe apropiarse y asimilar toda la realidad de la Encarnación y la Redención para encontrarse a sí mismo» (n. 10).

«Esta unión de Cristo con el hombre es, en sí misma, un misterio, del que nace el hombre nuevo, llamado a participar en la vida de Dios, creado nuevamente en Cristo, en la plenitud de la gracia y la verdad. (…) Ésta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino que dura hasta la vida eterna. Esta vida prometida y dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo (…) es, de algún modo, cumplimiento del destino que desde la eternidad Dios le ha preparado. Este destino divino se hace camino, por encima de todos los enigmas, incógnitas, tortuosidades, curvas del destino humano en el mundo temporal. En efecto, si todo esto lleva, aun con toda la riqueza de la vida temporal, por inevitable necesidad a la frontera de la muerte y a la meta de la destrucción del cuerpo humano, Cristo se nos aparece más allá de esta meta: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí… no morirá para siempre» (n. 18).

Mosaico de la Virgen ante la plaza de San Pedro, desde la elección de Juan Pablo II, con el lema de su pontificado

2.- Totus Tuus, confianza en María Madre de Dios

La vida de Juan Pablo II se dedicó totalmente al servicio del Señor, por intercesión de su Madre. Su lema era Totus Tuus, ya fuera para el bien de la Iglesia, o para el del hombre que es «el camino de la Iglesia» (Redemptor hominis, 14). Ésta es la razón de ser de los Viajes apostólicos internacionales, los encuentros diarios con la gente, con los responsables de comunidades eclesiales, con cardenales y obispos, con los cabezas de otras Iglesias y comunidades cristianas, los líderes de otras religiones y con los laicos. Esto es también verdad en los documentos escritos por el Papa, las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con los Estados y organizaciones internacionales. La profunda convicción del valor del Vaticano II —no sólo sobre la necesidad, sino también sobre la posibilidad, para la Iglesia, de ofrecer el Evangelio de Cristo y construir sobre él la experiencia de la Iglesia como una inspiración vibrante y energética de la visión y mecanismos del mundo moderno— fue siempre convicción del Papa.

En 1989, cayó el muro de Berlín, pero, a nivel internacional, se podía sentir la fuerza destructiva de los mecanismos comerciales y de los intereses privados económicos e ideológicos, incluso muchos de ellos anónimos, que traían injusticia y marginación a todos los pueblos —incluso a ciertos grupos sociales en los países desarrollados—, y en especial se podía percibir que la vida humana había sido devaluada. En muchos Viajes apostólicos internacionales a los varios continentes, el Papa proclamó el Evangelio de Cristo y la preocupación de la Iglesia. Escribió de modo más sistemático las encíclicas Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus; y también Evangelium vitae, Veritatis splendor, Fides et ratio; y las encíclicas que tenían que ver directamente con la vida y el apostolado de la Iglesia, como Dominum et vivificantem, Redemptoris missio, Ut unum sint, Ecclesia de Eucharistia.

3.- La guerra de Irak y la paz ofensiva

A menudo, como en el caso de los esfuerzos realizados para evitar la guerra entre los Estados Unidos e Irak, existe una auténtica paz ofensiva, no sólo para salvar la vida de las personas, también para frenar el crecimiento del odio y las dementes ideas sobre el enfrentamiento entre las civilizaciones, o sobre el nuevo fenómeno del terrorismo a gran escala. De ahí el discurso de Año Nuevo ante los Cuerpos Diplomáticos acreditados en la Santa Sede, también el inolvidable febrero de 2002, en el que el Papa mantuvo encuentros con diplomáticos de primera categoría, J. Fischer (7 de febrero); Tarek Aziz (14 de febrero), Kofi Annan (18 de febrero), Tony Blair (22 de febrero), José María Aznar y el enviado de Seyyed Mohammed Khatami, Presidente de la República Islámica de Irán (27 de febrero); y finalmente, debido a la insostenible situación humana, la decisión de mandar al cardenal Etchegaray en misión especial a Bagdad (15 de febrero), y al cardenal Pío Laghi a Washington (del 3 al 9 de marzo). El febrero del Papa concluyó con el encuentro del cardenal J. L. Tauran con los 74 embajadores y diplomáticos del mundo entero; el Secretario por las Relaciones con los Estados, el ministro de Asuntos Exteriores del Papa, el cardenal Tauran, hizo un llamamiento para evitar la guerra, y les recordó todo lo que el Papa había dicho en su paz ofensiva.

4.- Año 2000 Jubileo: una realidad histórica para recordar la venida de Jesús de Nazaret

La entonces actual tarea de Juan Pablo II se centró en la pastoral y vida de la Iglesia: las visitas ad limina de los obispos de todo el mundo, las audiencias de los miércoles y los encuentros de los domingos con los fieles, para el ángelus, las visitas pastorales a las parroquias de Roma. Todo fue hecho y recordado para promover la proclamación de Cristo, para acercar a nuestros conocimientos Su Persona, y «las palabras pronunciadas por Cristo en el momento de despedirse de los Apóstoles expresan el misterio de la historia del hombre, de cada uno y de todos, el misterio de la historia de la humanidad. El Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una inmersión en el Dios vivo, en el que es, que era y que viene. El Bautismo es el comienzo del encuentro, de la unidad, de la comunión, para el que toda la vida terrena es solamente un prólogo y una introducción; el cumplimiento y la plenitud pertenecen a la eternidad. Pasa la figura de este mundo. Debemos, por consiguiente, encontrarnos en el mundo de Dios, para alcanzar el fin, para llegar a la plenitud de la vida y de la vocación del hombre» (Cracovia, 10 de junio de 1979).

Juan Pablo II, tras abrir la Puerta Santa de la Basílica vaticana, inaugura el gran Jubileo del año 2000

«Ésta fue, en efecto, una inquietud de Juan Pablo II: señalar con claridad que nuestra mirada se dirige hacia el Cristo que viene, por supuesto El que vino, pero mucho más aún El que vendrá, y que, en esta perspectiva, vivimos la fe en orientación hacia el futuro. Eso implica que estamos realmente en condiciones de presentar el mensaje de la fe en una nueva manera, desde la perspectiva del Cristo que viene» (Benedicto XVI, Luz del mundo).

El gran Jubileo de la Redención, en el año 2000, no fue para Juan Pablo II un pretexto para la acción pastoral, sino que, ante todo, fue una realidad histórica que recuerda la venida de Jesús de Nazaret y todo lo que este acontecimiento histórico ha traído consigo, a saber, la Redención, el testimonio del amor de Dios en la Cruz y en la Resurrección, la vida de la Iglesia primitiva, el camino de salvación realizado por el Salvador, por el que ha introducido a su Iglesia como un signo e instrumento de unidad interna con Dios, así como de la familia humana. El gran Jubileo del año 2000 nos trae de la Tierra Santa, tierra de Jesús, y de Roma, lugar del apostolado del sucesor de Pedro, el vínculo de autenticidad del mensaje y de la unidad de la comunidad eclesial. El mensaje ha sido reformulado en las cartas Tertio millennio adveniente y Novo millennio ineunte. Pero para el Papa lo que más importaba era el agradecimiento personal y de la Iglesia entera a nuestro Señor Jesús, y el encuentro en la fe con el que Él nos ha amado hasta el final, que nos ha salvado y sigue siendo un signo tan necesario en un mundo que se está volviendo cada vez más sordo, mientras trata de organizar su vida como si Dios no existiese, errando sin identidad y sin sentido.

5.- Atención a la Juventud y el significado de las JMJ

Juan Pablo II acostumbraba a analizar los resultados de sus Viajes apostólicos al extranjero con sus colaboradores, para identificar lo que se había hecho bien, y prever cambios para los Viajes sucesivos. Tras el Viaje a Polonia en 1991, el Papa se dio cuenta de que, durante la Misa en Varsovia, en las zonas más alejadas, los jóvenes iban y venían, bebían cerveza o coca-cola, y volvían. «No era como en los Viajes anteriores —dijo—, ha habido un cambio en la mentalidad de la sociedad. No vale la pena fijarnos en los primeros puestos. Los VIP están siempre sentados de la misma manera, pero los márgenes son importantes y merecen nuestra atención». Es importante fijarnos en que el Papa no usaba la palabra multitud: él siempre veía y prestaba atención a la gente. Era muy atento al papel de los laicos en la vida y misión de la Iglesia. Es muy significativo que, cuando todavía era capellán de la Universidad de Cracovia, aprovechara un breve período de deshielo político en 1957 para organizar —en colaboración con el arzobispo de Wroclaw, Boleslaw Kominek— un simposio en la ciudad para más de 100 estudiantes universitarios de toda Polonia (¡por primera vez desde hacía décadas!), precisamente sobre el tema El papel de los laicos en la Iglesia (¡y esto fue años antes del Concilio Vaticano II!) Más tarde, durante las vacaciones de verano, organizaba Ejercicios espirituales en la sede de las Hermanas Ursulinas de la Unión Romana, de Bado Slaskie, para un grupo un poco más pequeño de participantes del simposio de Wroclaw, precisamente para promover la formación de los laicos.

Con la creación de las Jornadas Mundiales de la Juventud, el Papa dio su apoyo a diversas formas de actividad de los laicos en la vida y misión de la Iglesia, allanando así el camino a iniciativas muy significativas, algunos años más tarde, durante el pontificado de Benedicto XVI: la celebración, en septiembre de 2010 en Corea, de un importante Congreso de laicos católicos de Asia, las reuniones de los obispos africanos que cada vez alientan más a los laicos a ocupar cargos de responsabilidad en los sectores de la evangelización, la actividad social y en ámbito educativo de la Iglesia, la significativa presencia de laicos católicos en la Misión Continental de América Latina.

Al revisar su pontificado, Benedicto XVI hace una observación de los cambios generacionales a escala mundial, y llega a la misma conclusión que su predecesor, a saber, que «los tiempos han cambiado». Mientras tanto, una nueva generación ha llegado, con nuevos problemas. La generación de finales de los sesenta, con sus propias peculiaridades, vino y se fue. Incluso la siguiente generación, más pragmática, ha envejecido. Hoy en día, hay que preguntarse: «¿Cómo podemos hacer frente a un mundo que se pone en peligro, y en el que el progreso se convierte en un peligro? ¿No deberíamos empezar todo de nuevo desde Dios?» (Luz del mundo). Así que Benedicto XVI hace un llamamiento «a que pueda surgir una nueva generación de católicos, personas renovadas interiormente, que se comprometan en la política sin ningún complejo de inferioridad» (una idea muchas veces repetida por el Papa, por ejemplo, en el Mensaje para la 46ª Semana Social de los católicos italianos, 12 de octubre de 2010). Él sigue pidiendo una nueva generación de buenos intelectuales y científicos, atentos al hecho de que «una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia a nuestra comprensión del mundo» (Londres, Saint Mary’s College, 17 de septiembre de 2010); el Papa pide una «nueva generación de laicos cristianos comprometidos, capaces de buscar, con rigor y competencia moral, soluciones de desarrollo sostenible» (7 de septiembre de 2008).

Multitud de fieles congregados en la Plaza de San Pedro, el día 3 de abril de 2005, Domingo de la Divina Misericordia, junto a su bien visible imagen, en el funeral por Juan Pablo II

6.- La sencillez de la oración de Juan Pablo II

Cuando recordamos lo que Juan Pablo II llevó a cabo, los grandes eventos se mezclan con el recuerdo de momentos sencillos de oración, que fueron una fuente de asombro incluso para sus colaboradores. Voy a mencionar sólo dos, procedentes de dos diferentes períodos de su vida [N. d. R.: es el testimonio del padre Andzrej, capellán universitario en Lublin]. En los años setenta, yo era capellán de los estudiantes de la Universidad Católica de Lublin. Al inicio del año académico, el entonces cardenal de Cracovia vino para participar en la Eucaristía en la iglesia de la universidad, en la inauguración oficial del gran salón, y en el almuerzo. Después de eso, el cardenal estaba listo para regresar a Cracovia. El rector de la Universidad, el padre Krapiec, lo acompañó hasta el coche, pero se detuvo a charlar con otro invitado, tanto que llegaron tarde al coche. Pero he aquí que ¡el cardenal había desaparecido! Los diez segundos que esperaron les parecieron diez siglos. El Rector, acostumbrado a tener todo bajo control, no sabía dónde podía haber ido el cardenal. Me preguntó: «¿Dónde está Wojtyla? ¡El cardenal ha desaparecido! ¿Dónde está?». Con una leve sonrisa burlona, me tomé un tiempo antes de responderle, sólo para tomarle el pelo un poco. Entonces le dije: «Probablemente ha ido a la iglesia». Allí fuimos, y, efectivamente, encontramos al cardenal, arrodillado en oración delante del vía crucis.

El otro recuerdo fue en 1999, durante su séptimo viaje apostólico a Polonia. Duró 13 días, con 22 paradas en el programa, desde el norte hacia el sur del país. Un programa mucho más allá de las capacidades físicas del Papa. Uno de esos días, tenía que celebrarse —según el programa— la bendición del santuario de Lichen, la Eucaristía en Bydgoszcz, a continuación una reunión con la gente de la universidad, la liturgia del Sagrado Corazón, en relación con la beatificación del padre Frelichowski en otra ciudad, en Torun, y después volver a Lichen para la noche. ¡Un día de lo más ocupado! Así que, después de la cena, la comitiva papal se fue a la cama inmediatamente. Pero el Papa se encerró solo en la capilla por un largo, muy largo momento de oración. Quedábamos sólo tres de nosotros: monseñor Chrapek, encargado de la planificación de la Visita para el episcopado, yo mismo, como asistente, y el famoso Camillo Cibin, jefe de la seguridad del Vaticano. Por fin, el Papa salió de la capilla para ir a su dormitorio. Cibin me dijo: «Padre Andzrej, tráigame una silla. Pero una que sea dura, de madera, no un sofá, dos tazas de café, café fuerte, y una manzana». Todo ello para ayudarle a esperar toda la noche en la puerta de la habitación del Papa, que no se había cerrado del todo, para determinar si el Papa —no sólo cansado, sino también de edad avanzada— respiraba con normalidad o si tenía alguna necesidad de ayuda. La santidad personal del Papa era algo que estaba más allá y por encima de la estima de que gozaba entre sus colaboradores más cercanos, y esto era muy significativo.

7.- El testamento de Juan Pablo II

Juan Pablo II era consciente del hecho de que estamos viviendo momentos muy difíciles de la Historia, que el sucesor de Pedro tenía el deber de confirmar en la fe, pero era igualmente consciente de que el aspecto más importante fue el de confiar en Dios. El testamento que él escribió en 1979, y que modificaba todos los años, durante los Ejercicios espirituales, nos da un poderoso testimonio de ello. Del 24 de febrero al 1 de marzo, escribió: «24-II — 1-III-1980. Durante estos Ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo ante el paso que supone, para cada uno de nosotros, la hora de nuestra muerte. Para nosotros, partir de este mundo, para renacer en el siguiente, el mundo futuro, signo elocuente (añadía la palabra decisivo sobre ella) es la resurrección de Cristo. (…) Los tiempos que vivimos se han convertido en indeciblemente difíciles y preocupantes. La vida de la Iglesia también se ha vuelto difícil y tensa, una prueba característica de estos tiempos, para los fieles y los pastores. En algunos países (como uno sobre el que leí durante los Ejercicios espirituales), la Iglesia se encuentra en un momento de persecución igual al de los primeros siglos, tal vez más, teniendo en cuenta el grado de crueldad y de odio. Sanguis martyrumsemen christianorum (sangre de los mártires, semilla de cristianos). Por otra parte, tantas personas inocentes han desaparecido, incluso en este país en el que vivimos… Una vez más, deseo confiarme totalmente a la gracia del Señor. Él decidirá cuándo y cómo debo terminar mi vida terrena y mi ministerio pastoral. En la vida y en la muerte Totus Tuus, mediante la Inmaculada. Aceptando ya esta muerte, espero que Cristo me dé la gracia de este último pasaje, es decir, (mi) Pascua. Yo también espero que la haga útil para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los seres humanos, la protección de la familia humana, en todas las naciones y entre todos los pueblos (entre ellos me refiero, en particular, a mi propio país natal), útil para aquellos que, de una manera especial, se me han confiado, en la Iglesia, para gloria del propio Dios».

Facsímil de su Testamento

El 5 de marzo de 1982, añadió: «El atentado contra mi vida, el 13.V.1981, ha confirmado, en cierto modo, la exactitud de las palabras escritas durante los Ejercicios espirituales de 1980 (24-II — 1-III). Siento aún más profundamente que estoy totalmente en las Manos de Dios, y permanezco continuamente a disposición de mi Señor, encomendándome a Él en Su Inmaculada Madre (Totus Tuus)».

Posteriormente, el 17 de marzo del Año Jubilar 2000, número 3: «Como cada año, durante los Ejercicios espirituales, leo mi testamento del 6-III-1979. Sigo manteniendo las disposiciones contenidas en él. Lo que se ha añadido, en ese momento y durante los siguientes Ejercicios espirituales, constituye un reflejo de la situación general difícil y tensa que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño de 1989, esta situación ha cambiado. La última década del siglo pasado estuvo libre de las tensiones anteriores; esto no significa que no hubiera nuevos problemas o dificultades. De manera especial, que la Divina Providencia sea alabada por ello, el período llamado guerra fría ha terminado sin un violento conflicto nuclear, una amenaza que pesaba sobre el mundo durante el período anterior» (las palabras en negrita están destacadas por el propio Papa).

8.- Un aspecto esencial del nuevo Beato: Dios es el fundamento de todos nuestros esfuerzos

Éste es de nuevo un aspecto esencial, si se quiere entender más profundamente la personalidad del nuevo beato para la Iglesia, Karol Wojtyla – Juan Pablo II. El fundamento de todos los esfuerzos de nuestra vida está en Dios. Estamos rodeados por el amor divino, por los resultados de la Redención y la Salvación. Pero hay que ayudar a que se arraigue profundamente en Dios mismo, debemos hacer todo lo posible para que se creen actitudes personales y sociales arraigadas en la realidad de Dios. Esto requiere paciencia, tiempo y la capacidad de verlo todo a través de los ojos de Dios.

La última y breve peregrinación del Papa Juan Pablo II a Polonia, más concretamente a su patria chica, a Cracovia, Wadovice y al Camino de la Cruz (de Kalwaria Zebrzydowska), mostró una determinación, pero también una agudeza espiritual «en el proceso de maduración en el tiempo» para que toda la Humanidad, especialmente la comunidad eclesial y cristiana, pudiese comprender mejor algunos de los aspectos fundamentales de la fe. Desde el comienzo de su pontificado, en 1978, Juan Pablo II hablaba a menudo en sus homilías de la misericordia de Dios. Ésta se convirtió en el tema de su segunda encíclica, Dives in misericordia, en 1980. Era consciente de que la cultura moderna y su lenguaje no tienen un lugar para la misericordia, tratándola como algo extraño, sino que tratan de inscribirlo todo en las categorías de la justicia y la ley. Pero esto no es suficiente, porque no es en absoluto la realidad de Dios.

9.- Confiar el mundo a la Divina Misericordia

Más tarde, el Papa tomó algunas medidas para finalizar el proceso de beatificación de sor Faustina Kowalska, y la canonización (2000). Toda la comunidad eclesial fue llevada a sentir la cercanía de esa persona tan íntimamente vinculada con el mensaje de la Misericordia, lo que facilitó el desarrollo de este tema para Juan Pablo II, mostrando la realidad de la Divina Misericordia en los muchos contextos alrededor del mundo, en los diversos continentes de la Humanidad hoy.

Por último, en agosto de 2002, en Lagiewniki, donde sor Faustina vivió y murió, Juan Pablo II confió el mundo a la Divina Misericordia, a la confianza ilimitada en Dios, el Misericordioso, a Aquel que ha sido no sólo una fuente de inspiración, sino también de la fuerza de su servicio como sucesor de Pedro:

Juan Pablo II, en el acto de petición de perdón (Cuaresma, año 2000), en la Basílica vaticana, ante el Crucificado que se venera en la iglesia romana de San Marcelo

«Es el Espíritu Santo, Consolador y Espíritu de verdad, quien nos conduce por los caminos de la Misericordia divina. Él, convenciendo al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio (Jn 16, 8), al mismo tiempo revela la plenitud de la salvación en Cristo. Este convencer en lo referente al pecado tiene lugar en una doble relación con la cruz de Cristo. Por una parte, el Espíritu Santo nos permite reconocer, mediante la cruz de Cristo, el pecado, todo pecado, en toda la dimensión del mal, que encierra y esconde en sí. Por otra, el Espíritu Santo nos permite ver, siempre mediante la cruz de Cristo, el pecado a la luz del mysterium pietatis, es decir, del amor misericordioso e indulgente de Dios (cf. Dominum et vivificantem, 32). Y así, el convencer en lo referente al pecado, se transforma al mismo tiempo en un convencer de que el pecado puede ser perdonado y el hombre puede corresponder de nuevo a la dignidad de hijo predilecto de Dios. En efecto, la cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre (…). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre (Dives in misericordia, 8). La piedra angular de este santuario, tomada del monte Calvario, en cierto modo de la base de la cruz en la que Jesucristo venció el pecado y la muerte, recordará siempre esta verdad. (…) ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano, parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes, se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre, se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad. Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir la chispa que preparará al mundo para su última venida» (Homilía en Lagiewniki, 17 de agosto de 2002).

Así, los últimos meses en la vida del Papa Juan Pablo II, marcados por el sufrimiento, llevaron su pontificado a su cumplimiento.