Espera que vibra en el aire - Alfa y Omega

Hace pocas semanas, una columnista del diario El País, Luz Sánchez-Mellado, publicaba un texto de singular y descarnada autenticidad bajo el título Estamos solos. No se trata de ninguna sesuda crítica cultural, sino de una auténtica confesión a corazón abierto: «Un día un mercachifle nos llamó singles y fuimos nosotros y nos lo creímos. Íbamos a ser libérrimos, dueños de nuestro tiempo, hiperconectados, digitales, modernísimos. No dijo que la soledad era también esto. Sentirse esclavo de ti mismo».

Los sociólogos dicen que en muchas ciudades de nuestra vieja y amada Europa son ya mayoría los que optan por vivir solos, una soledad salpicada por relaciones esporádicas de quita y pon, que después dejan abrasados el cuerpo y el alma, hasta generar una costra de cinismo y amargura insoportables, hija de aquella sentencia de Sartre: «El infierno son los otros». Pero de cinismo no hay rastro en esa columna de Luz, sino una verdadera espera. Como ella dice, muchos intentan por todos los medios comprar cualquier sucedáneo de verdadera compañía, pero esa, la verdadera, «ni se compra ni se vende ni se busca en Google ni se tuitea. Solo se encuentra… y no todos, y no siempre».

Me he preguntado qué puede significar este grito de auténtica humanidad que resuena en el Adviento del Año de la Misericordia, porque ese deseo de verdadera compañía define el corazón de todo hombre, ahora como en aquella fría noche de Belén. Si, como ha dicho el Papa, Jesucristo es la misericordia hecha carne, eso quiere decir que la misericordia suprema consiste en dárselo a conocer a tantos que, incluso sin saberlo, le buscan. No es difícil abrir el espacio del Adviento a la espera de hombres y mujeres como Luz, que ni siquiera imaginan que en la Iglesia pueda latir ese corazón que secretamente esperan.

Vivir hoy el Adviento implica entender y sentir esa espera en el aire que nos rodea. Y quizá este rasgo marca un nuevo tiempo, tras la cerrazón encarnizada de los malos maestros de la segunda mitad del siglo XX. Vivir la misericordia en este Año Santo recién estrenado significa salir humildemente al encuentro de gente como Luz, sintiendo una simpatía vertiginosa por una soledad y una espera que también son nuestras, para decirles que Jesús ha venido, que les busca, y que no es difícil encontrarlo. «Todos ansiamos sentirnos únicos –escribía Luz en su columna–, especiales para alguien». Tan especiales que por cada uno fue ceñido, primero en el pesebre, después en la cruz.