21 de diciembre: san Pedro Canisio, el «martillo de herejes» que no lo fue tanto - Alfa y Omega

21 de diciembre: san Pedro Canisio, el «martillo de herejes» que no lo fue tanto

En la época de la Reforma protestante, se extendieron por toda Alemania unos catecismos muy divulgativos, obra de un jesuita que pedía defender la fe «sin herir y sin humillar»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Pedro Canisio. Capilla del antiguo seminario en Dilinga (Alemania). Foto: Gfreihalter.

Después de san Bonifacio, no hubo otro apóstol en tierras germanas como san Pedro Canisio. Nacido en 1521 en Nimega, hoy Holanda, muy cerca de la frontera con Alemania, Pedro perdió a su madre de niño y su padre quiso ofrecerle una prometedora carrera en el mundo del derecho. Sin embargo, después de estudiar algunos años en Lovaina, Pedro volvió a la casa familiar en Colonia, donde conoció a uno de los primeros jesuitas, Pedro Fabro, y cuya vida le impresionó tanto que se decidió a hacer los ejercicios de san Ignacio bajo su guía. A la segunda semana, Canisio ya había decidido ingresar en la Compañía de Jesús.

Entró en la comunidad de Colonia y se dedicó a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a instruir a los iletrados. Cuenta Butler en La vida de los santos que «el dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre, lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento de la comunidad», y que «fue el octavo jesuita en hacer los votos solemnes».

Pero Canisio estaba llamado a más. De vasta cultura y aficionado a escribir, había despertado la atención de los padres conciliares, reunidos en Trento. Eran los años en los que la Iglesia intentaba dar respuesta a la Reforma protestante, y Canisio aportó su sabiduría como teólogo de cabecera del cardenal Truchsess, obispo de Augsburgo y consejero del Papa.

Después de aquello fue llamado a Roma, donde por espacio de cinco meses convivió junto al mismo san Ignacio antes de ser enviado a Baviera, en su tierra natal, a instancia de una petición del duque Guillermo, preocupado por el alcance que las doctrinas heréticas estaban logrando en las escuelas de la zona. Desde la Universidad de Ingolstadt, Canisio se dedicó a la predicación, a la catequesis y al combate contra la venta de libros que pudieran confundir a la gente.

Su labor llegó a oídos del rey Fernando de Habsburgo, quien le reclamó para trabajar en Viena, donde la Reforma había hecho estragos: la diócesis llevaba 20 años sin ordenar a un solo sacerdote y muchos monasterios habían sido abandonados.

Pedro Canisio empezó entonces a predicar en templos casi vacíos, y a atender a enfermos y presos en hospitales y cárceles. Poco a poco empezó a tejer una red de comunidades y colegios jesuitas, y se calcula que en esos años recorrió cerca de 30.000 kilómetros a pie y a caballo, predicando y fundando bastiones católicos en Alemania. También propagó la fe católica a través de un medio muy sencillo que alcanzó una gran difusión: los catecismos.

Fue en este tiempo cuando se le empezó a llamar con el sobrenombre de «martillo de herejes», pero esta etiqueta «es solo una caricatura», afirma Diego Molina, profesor de Historia de la Teología en la Facultad de Teología de Granada. «Eso es algo que en realidad se podría decir de todos los teólogos, pero él no hizo más que difundir la fe católica en un ambiente difícil», añade.

De hecho, han pasado a la historia de la Iglesia en Alemania las palabras de Pedro Canisio a sus discípulos: «No hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma». Además, solía advertir a sus seguidores de que era un error sacar en una conversación temas que repelieran a los protestantes, «pues, como algunos enfermos, tienen el paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan leche, como los niños, y solo poco a poco es posible llevarlos a aceptar los dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos». Para él, discutir con los protestantes con aspereza «equivale a quebrar la rama desquebrajada y a apagar la mecha que todavía humea».

Canisio obraba y pensaba así, sobre todo porque «tenía una vida espiritual muy potente», confirma Molina. «Era una persona de oración, y para los jesuitas, ha quedado como uno de los modelos más completos sobre ser contemplativo en la acción, algo que no es nada fácil». Aquí sin duda resuena la figura de san Pedro Fabro, su maestro, quien en el seno de la Compañía ha pasado a la historia como el místico por excelencia.

A Canisio le quisieron hacer obispo de Viena y hasta cardenal, pero él rechazó ambos honores, y solo aceptó a regañadientes ser provincial jesuita de Alemania y Austria cuando se lo pidió san Ignacio.

Pasó sus últimos ocho años en Friburgo, donde en diciembre de 1597, después de rezar el rosario en comunidad, de pronto exclamó con alegría: «Mírenla, ahí está, ahí está». Y murió.

Modelo de catecismos

Entre 1555 y 1558, Pedro Canisio escribió tres catecismos, orientando los contenidos esenciales de la fe a los destinatarios: uno para estudiantes de teología elemental; otro para niños, y otro para estudiantes eclesiásticos superiores. Todos ellos estaban escritos a base de preguntas y respuestas, y su éxito fue tal que Canisio conoció en vida 200 ediciones y numerosas traducciones a otros idiomas. «En teología no hay nada nuevo bajo el sol», asegura Diego Molina, profesor de Historia de la Teología, pero aunque no se pueda decir que es el inventor del Catecismo, lo cierto es que los de Canisio fueron determinantes en Centroeuropa, y han quedado como modelo para muchos otros catecismos».