Un nuevo pastor para Barcelona - Alfa y Omega

El sábado, 26 de diciembre y san Esteban, festividad señalada en Cataluña, tomará posesión de la sede el nuevo arzobispo de Barcelona Juan José Omella, sustituyendo al cardenal Martínez Sistach.

Del nombramiento pueden destacarse tres datos que se entrelazan. El primero, su reconocido carácter de persona sencilla y accesible, con una fuerte vocación pastoral y social. El segundo, el de ser un obispo que no es ni catalán, ni valenciano, sino aragonés y de La Franja, un territorio donde se habla catalán, lengua de infancia del propio arzobispo. La tercera, que se trata de una persona muy próxima al Papa Francisco, al que conoció personalmente en unos ejercicios espirituales realizados años atrás en Pozuelo de Alarcón y que dirigió el propio Pontífice. El Papa le llamó para felicitarle por su nombramiento como obispo de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. La combinación de estos tres factores ha dado lugar a una buena aceptación inicial.

No era fácil. Cataluña vive un clima político tenso porque una época ha terminado y otra no acaba de nacer. El sistema de partidos de la Transición se ha destruido y, lo que es más grave, también ha quedado derruido el marco cultural de referencia de los últimos 150 años, el catalanismo, una de cuyas componentes definitorias era la participación en la política española. En este tiempo agitado, y poco propicio, el nombramiento de monseñor Omella ha sido bien acogido. En términos reales por unos, y formales por otros, pero sumando y restando bien acogido. Solo algunos personajes marginales han manifestado su oposición y crítica. Se ha producido una convergencia de celebración y aceptación pasiva y, precisamente por ello, son notables las expectativas que abre todo tiempo nuevo.

El nuevo arzobispo será pastor de una diócesis grande, que experimenta las dificultades inherentes de vivir en una de las sociedades más secularizadas de Europa, a las que se suma el laicismo de la exclusión religiosa y cultural, la pérdida de la identidad católica de buena parte de las instituciones diocesanas, la desunión interna, el envejecimiento y reducción de sus feligreses causada por la inercia demográfica que no se ha podido romper, y quizás lo menos evidente, pero lo más decisivo: una gran dificultad para entender que, haciendo lo mismo de siempre, se obtendrán idénticos resultados. Grandes retos para una nueva esperanza.