Elimina la anestesia de la indiferencia y conquista la paz - Alfa y Omega

Entre 1946 y 2014 nuestro mundo ha soportado 259 conflictos, y hoy siguen activos 40 (WALLESTEIN, Peter y SOLLENBERG, Margareta, «Armed Conflicts, 1946-2014», Journal of Peace Research). Pero el problema de la paz es más profundo de lo que a nosotros nos parece, no acaba con saber el número de conflictos que existen en el mundo. Al referirnos a la paz hablamos de la guerra, pero especialmente de nuestra propia seguridad; no entramos en el fondo del problema que existe en el ser humano cuando olvida que el otro es un hermano al que hay que amar hasta dar la vida y por el que hay que luchar, pues todos los hombres deben ser respetados en la dignidad máxima que Dios les puso, son imagen y semejanza de Él. ¿Seremos capaces de eliminar de nuestra vida la indiferencia que nos anestesia? ¿Barruntaremos de una vez por todas las necesidades más fundamentales que tiene el ser humano, entre las que se encuentra Dios?

Esto supone entender que la paz real es la suma de cinco «D»: Dios, desarrollo, democracia, derechos humanos y desarme. Para entenderlas hay que acercar la medida que de ellas nos entregó Jesucristo. Esto nos hace ver que nos queda mucho trecho que recorrer. No es posible conquistar la paz más que eliminando de esta humanidad la indiferencia. Para ello hay que atajar la crisis antropológica que se manifiesta en nuestra cultura cuando al hombre se le quiere interpretar al margen de quien fue su autor y creador. Os invito a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a que hagáis la más bella conquista e interpretación de la paz: es Dios mismo, para el que nadie es indiferente. Acércate a todos los hombres al modo y manera que Dios se acercó. Contempla a Dios en el belén, Él vino para todos los hombres, no quiso ser indiferente para nadie.

Establezcamos un diálogo entre las personas y entre las culturas para construir la paz y hacer una casa común donde la palabra y el contenido de la indiferencia sean desconocidos

Hemos de decir con fuerza que la paz no solamente implica una situación política o militar sin conflicto, sino que nos remite a algo mucho más hondo y profundo que permite la concordia entre los hombres y el desarrollo personal de cada uno. Dios quiere la paz, la propone al hombre y se la ofrece como don. ¡Qué fuerza tienen las palabras de Cristo cuando llama hijo de Dios al artífice de la paz! Con estas palabras nos quiere decir que participa y trabaja conscientemente en la obra de Dios y la prepara a través de su misión. Hay que promover la paz desde la búsqueda y el encuentro con Dios. Tenemos que proclamar que Dios está dinámicamente presente entre los hombres, que une nuestros corazones y nos asegura la unidad, que es quien creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza para introducirnos en su vida divina de modo que seamos uno en Él. Trabajar por la paz no solamente es intentar que, quienes están en conflicto, se sienten en torno a una mesa de negociaciones. Es mucho más. Es prevenir los conflictos erradicando las causas que los provocan. Es cultivar una cultura de la paz, en la que se concede más importancia a las personas que a las ideologías. Es descubrir que la presencia de Dios acogida en el corazón de los hombres no solamente no crea conflictos, sino todo lo contrario: promueve búsqueda y abre caminos de compromiso por la verdad, la paz y el perdón, que son promotores de paz y reconciliación.

¿Podremos encontrar la paz si no tomamos conciencia de la necesidad de reconciliarnos con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos?

La eficacia del diálogo

Seamos valientes y tengamos más fe en la eficacia del diálogo, que es más profundo cuando se acoge a Dios en el corazón y por ello a todos los hombres. Dios es dador de nuevos corazones. El diálogo, a todos los niveles de la existencia humana, es un instrumento eminente para construir la cultura del encuentro. El Papa Francisco nos invita y propone la vía del diálogo entre todos los hombres. Nuestro mundo está marcado por tantos conflictos y violencias que resulta fundamental construir la cultura del encuentro. El diálogo es el instrumento privilegiado para construir una cultura del encuentro, la civilización del amor y la paz. Y lo es cuando se apoya en que hay certezas comunes a todas las culturas que están arraigadas en la naturaleza de la persona. Urge cultivar en el ser humano la conciencia de estos valores. Quien da valor a todos los valores es Dios.

Certezas que cultivar, promover y difundir. Jesucristo da hondura, profundidad y contenido a estas certezas

Hay certezas, como las que a continuación señalo, en las que necesariamente tenemos que poner todo nuestro empeño y que es necesario cultivar, promover y difundir. Jesucristo nos las regala cuando nos encontramos con Él:

1) Solidaridad: que se cultiva desde la promoción de la misericordia que va incluso más allá de la justicia. Sigue siendo necesario ayudar a pueblos enteros para que entren en el desarrollo económico y humano. Y para ello no regalemos lo sobrante, entremos en otro estilo de vida que es darnos y dar lo nuestro, que nada tiene que ver con el del consumo.

2) Paz: que se promueve y cultiva cuando ponemos el empeño en comprendernos los hombres, y el único que nos hace comprendernos es quien nos creó y diseñó a su imagen.

3) Vida humana: que nunca sea considerada como un objeto del que se puede disponer arbitrariamente. No puede existir paz cuando falta la defensa de este bien fundamental. No se puede invocar la paz y despreciar la vida.

4) Educación: debe consolidar en el mundo un humanismo integral que, por ser así, está abierto a la dimensión transcendente, ética y religiosa.

5) Reconciliación y perdón: que eliminan la indiferencia y que son un camino para superar las barreras de la incomunicabilidad. Desde la perspectiva cristiana esta es la única vía para alcanzar el camino de la paz.

Una propuesta para este año: sed misioneros de la misericordia

En esta Jornada Mundial de la Paz, en el recién iniciado Año de la Misericordia, os vuelvo a invitar a acoger, cultivar y regalar la misericordia. Tened el atrevimiento de presentar vuestras vidas como testigos y misioneros cualificados de la misericordia, la reconciliación y la paz, siendo así artífices de una nueva humanidad. Que Santa María, la Virgen de la Almudena, interceda por nosotros y nos haga misioneros de la misericordia.