El veneno de la indiferencia - Alfa y Omega

«Vence la indiferencia y conquista la paz» es el título del Mensaje para la 49ª Jornada Mundial de la Paz, la tercera del Papa Francisco, que celebramos mañana, primer día del año. El Papa nos muestra en su mensaje que la indiferencia respecto de los flagelos de nuestro tiempo es una de las causas fundamentales de la falta de paz en el mundo.

El anhelo, la búsqueda, y el compromiso por la paz por parte de la Iglesia dieron un salto gigantesco a partir de la encíclica de San Juan XXIII Pacem in terris en 1963. Ya los Papas anteriores, sobre todo Benedicto XV, habían realizando una relectura del pacifismo cristiano clásico (tan distinto al irenismo) a los tiempos modernos. Pero con Pacem in terris aparece un argumento que luego tendría un gran desarrollo tanto en el Concilio Vaticano II como en el magisterio del beato Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, y que se podría resumir en un sencillo eslogan: «Sin compromiso por la justicia y el desarrollo social, vano es el compromiso por la paz».

En Pacem in terris la paz se vincula con cuatro grandes valores: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La verdad será cimiento de la paz si cada individuo con honestidad toma conciencia junto a sus propios derechos, de sus deberes hacia los demás. La justicia edificará la paz si cada uno respeta los derechos ajenos y se esfuerza en cumplir plenamente los propios deberes hacia los demás. El amor será fermento de paz, porque siente las necesidades de los demás como propias y comparte con los demás lo que posee. Por último, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar si, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se responsabilizan en su ejecución.

Ahora Francisco actualiza este mensaje, al denunciar, como viene haciendo desde el principio de su pontificado, la toxina de la indiferencia, o lo que es aún peor, de la globalización de la indiferencia. Un veneno capaz de matar cualquier amor reverencial a la verdad; cualquier ansia, deseo y exigencia de justicia; cualquier movimiento hacia el amor concreto y solidario; y cualquier conciencia de la propia libertad, que la indiferencia mata por dormición. La indiferencia, además, se nos muestra como un mal que no distingue entre individuo y sociedad, porque nada más sigilosamente contagioso que el pecado de la indiferencia, que como un virus invisible muta inmediatamente de personal a social.