Discípulos misioneros - Alfa y Omega

¿Qué significa esto en nuestra vida de discípulos misioneros? Vivir con el convencimiento de que la parroquia no es algo caduco, no pertenece a la historia del pasado. La parroquia es la historia viva de una Iglesia que se hace realmente presente en medio de la vida de los hombres, que acepta y concretiza el mandato de Jesús a los discípulos: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio a todos los hombres». Es donde hacen presente los cristianos su salida misionera de anuncio de Jesucristo como Señor, donde los cristianos viven la fe y donde anuncian a quienes aún no lo conocen, donde manifiestan que tiene que haber una prioridad absoluta en su actividad evangelizadora como es el primado de la gracia.

La parroquia es una comunidad de comunidades, donde los carismas que regala el Señor a su Iglesia para embellecerla y hacerla más creíble se manifiestan. Formada por hombres y mujeres de todas las edades, con una geografía, con una cultura, donde todos tienen cabida, no es una comunidad de selectos, es presencia de discípulos misioneros en un territorio, de hombres y mujeres que tienen a Jesucristo como a su único Señor, que están decididos a proclamar esto explícitamente con sus vidas, saliendo a los caminos a decirlo con palabras y obras. Tenemos principios, somos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres, creados a su imagen y semejanza, hemos nacido de nuevo en Jesucristo, deseamos hacer llegar esta realidad a todos, y lo hacemos siguiendo los pasos y huellas de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Todo con su gracia, mostrando que la Iglesia es casa de misericordia gratuita, en la que todos los hombres se sienten acogidos, amados, perdonados y alentados a vivir según el Evangelio.

Participar en tu parroquia es hacer declaración de principios. En la parroquia, los discípulos misioneros viven de la Palabra, celebran la fe, adoran al Señor, anuncian, la caridad es manifiesta y la misión se hace pasión por dar a conocer a quien es Camino, Verdad y Vida, Jesucristo. Cuando hace unos días era beatificado Pablo VI, volví a releer su Meditación ante la muerte, siempre me impresionaron sus palabras sobre la Iglesia, decía: «Puedo decir que siempre la he amado… y que para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese… Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria compasión, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sus sufrimientos, en las debilidades y miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección de caridad…Y, ¿qué diré a la Iglesia, a la que la debo todo y que fue mía? Las bendiciones de Dios vengan sobre ti; ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la Humanidad; y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo».

Así hemos de vivir los cristianos la pertenencia a la Iglesia. Concretando esa pertenencia en una comunidad concreta, en nuestras parroquias. En ella hemos de vivir como los primeros cristianos, llenos del Espíritu Santo, orando y trabajando, siendo contemplativos y siempre motivados para evangelizar desde la experiencia del amor de Dios, con un amor grande a todos los hombres, donde todas las instituciones eclesiales nacidas de un carisma, movimientos, asociaciones o cualquier otra familia, no pierden el contacto con la parroquia a través de la que se integran en la misión y pastoral de la Iglesia particular. Porque la parroquia es comunidad de comunidades.

En el Día de la Iglesia Diocesana, ayuda a la Iglesia a través de tu participación en la parroquia, así mostrarás que tienes unos principios que sostienen, animan y deseas comunicar con tu vida. En la medida que puedas, participa con generosidad en el sostenimiento de la Iglesia Diocesana; ya solamente tiene una misión y un deseo, anunciar a Jesucristo, que desea salir al encuentro de todos los hombres, tocar la carne sufriente de Cristo, acompañar a los hombres, celebrar cada paso que den en su vida. Y todo ello con palabras y obras. No esperes más, declara los principios que sostienen tu vida y que hacen la verdadera revolución que tiene que darse en este mundo, como es que el rostro glorioso de Jesucristo se haga presente en los hombres y en todas sus situaciones. Prolonguemos el de María en la Iglesia, pues la Iglesia está llamada a manifestar a Cristo en la Historia, ofreciendo su disponibilidad para que Dios pueda seguir visitando a la Humanidad con misericordia.