El Papa recibe al Tren de los niños - Alfa y Omega

El Papa recibe al Tren de los niños

María Martínez López

No es habitual que un tren entre en la estación y, esperándolo, esté nada menos que el Papa. Ocurrió el domingo pasado, cuando el Tren de los niños llegó a la estación del Vaticano, que se utiliza sólo en ocasiones especiales. En él, viajaban 250 niños con sus acompañantes, procedentes de las ciudades italianas de Milán, Bolonia y Florencia; en total, 400 personas. El Papa estuvo hablando con ellos durante media hora: «Os deseo un día bonito. Hará un poco de calor. ¿No tenéis miedo del calor?», les preguntó. La respuesta fue clara: «¡No, si es por verte a ti, no!».

El primer viaje en tren

También estuvieron hablando de la actividad en la que estaban participando, Un viaje a través de la belleza. Los niños que han participado en ella tienen problemas de varios tipos: por ser inmigrantes, por estar enfermos, porque sus familias están rotas… Con este viaje, los organizadores han querido ayudarles a entender el valor de las grandes obras de arte religiosas, para ayudarles a encontrar, desde la belleza, la esperanza. Para muchos de ellos, no era sólo una oportunidad de ver al Papa de cerca, sino incluso la primera vez que viajaban en tren.

Entre marzo y mayo, han visitado las catedrales de sus respectivas ciudades, y han aprendido mucho sobre ellas. Así lo demostraban los trabajos que le enseñaron al Papa. Durante el viaje, los niños se han portado «maravillosamente bien. Han dibujado, han escuchado música, han cantado. Unos niños también han tocado el acordeón. Han sido unos pasajeros perfectos», explica Patrizia Martínez, organizadora del Tren. Una vez en Roma, después de estar con el Papa, tuvieron juegos y actividades en sitios tan conocidos como el atrio del Aula Pablo VI, o la Columnata de la Plaza de San Pedro.

También los niños que están en el Hospital Niño Jesús, de Roma, han participado en este proyecto. Aunque no pudieron ir al Vaticano, hicieron varias actividades culturales en el hospital, que se convirtió en una auténtica catedral de los niños, con telas de colores colgadas de sus ventanas.