«Nos cuestionan a todos» - Alfa y Omega

«Nos cuestionan a todos»

La oleada de manifestaciones en Brasil no ha dejado de suscitar una cierta inquietud, ante la cercanía de la Jornada Mundial de la Juventud; aunque tanto el Gobierno como la Iglesia afirman que la seguridad está garantizada. Los obispos han manifestado su «solidaridad y apoyo» a los promotores de las protestas, siempre que sean pacíficas. «No es posible vivir en un país con tanta desigualdad», aseguran

María Martínez López
Manifestación ante la catedral de Sao Paolo, en Brasil

El peso de las protestas callejeras en Brasil ha abierto un período de incertidumbre política en el país. A menos de un mes de la Jornada Mundial de la Juventud, se ha visto cómo decenas de ciudades acogían manifestaciones simultáneas que, en algunos casos, derivaban en incidentes violentos. «La preocupación ha aumentado un poco, sin duda», reconoció el lunes el Presidente del Comité Organizador de la JMJ, monseñor Orani Joao Tempesta. Sin embargo, no se espera que el problema vaya a más. La Presidenta Rousseff garantizó la seguridad del evento, el pasado viernes, en un encuentro con la Presidencia de la Conferencia Episcopal. «Es misión del Estado, del municipio, del propio Gobierno estatal -aseguró-, dar garantías a todos los ciudadanos que vienen a Brasil».

Tampoco los obispos cuentan con modificar el programa de la Jornada: «No estoy preocupado. Todo está corriendo normalmente», afirmó monseñor Raymundo Damasceno, Presidente de la Conferencia Episcopal, que aseguró que «tenemos la certeza de que los jóvenes peregrinos serán muy bien acogidos». También el Secretario de Seguridad del Estado de Río de Janeiro, don José Mariano Beltrame, ha querido tranquilizar a los peregrinos: «Nuestra previsión es de hacer un muy buen evento. Puedo decir a la gente que venga a Brasil, que venga a Río, y que vamos a tener la mejor JMJ que ha habido», aseguró, añadiendo que están recibiendo asesoramiento de la Policía española y francesa.

La oleada de manifestaciones comenzó hace casi tres semanas, a raíz de la subida del precio del transporte público en varias ciudades. La extensión de las protestas demostró que, más que algo puntual, éstas eran síntoma de un descontento que lleva tiempo en alza. El crecimiento económico del país -aunque ralentizado en los últimos años- y la reducción de las -todavía enormes- desigualdades sociales no han logrado contrarrestar la frustración por las expectativas incumplidas tras más de diez años de gobierno del Partido de los Trabajadores. La sociedad brasileña, con una clase media emergente, contempla cómo suben los precios y se perpetúan la corrupción política y la mala calidad de los servicios públicos, mientras se invierten grandes cantidades de dinero en la organización de macro-eventos deportivos como el Mundial de 2014.

Apoyo, pero rechazo a la violencia

La Iglesia reconoce, en general, la legitimidad de las reivindicaciones. La Presidencia de la Conferencia Episcopal manifestó, el viernes, su «solidaridad y apoyo a las manifestaciones, cuando son pacíficas». Este fenómeno «involucra al pueblo brasileño y lo despierta para una nueva conciencia» ante problemas como la corrupción y la falta de transparencia. Los obispos aseguran que «las movilizaciones nos cuestionan a todos nosotros, y atestiguan que no es posible vivir en un país con tanta desigualdad», por lo que piden «atención y comprensión para identificar los valores y límites» de las movilizaciones. También subrayan que «nada justifica» los casos de uso de la violencia, que «deben ser repudiados con vehemencia».

El Secretario General de la Conferencia Episcopal, monseñor Leonardo Steiner, explicó el lunes pasado a Radio Vaticano que la movilización «busca reformas importantes para nuestra sociedad, y pienso que la más importante es la transparencia en las cuentas públicas y el fin de la corrupción política». Aseguró, además, que «las manifestaciones cuentan también con jóvenes de nuestras comunidades», que también participarán en la JMJ.