Las migraciones, en positivo - Alfa y Omega

Las migraciones, en positivo

Solo en 2015, 250 millones de personas abandonaron sus hogares huyendo de la guerra o la pobreza. Las vallas no detendrán el proceso

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Foto: REUTERS/Bernadett Szabo

Un voluntario hace con sus manos la forma de un corazón a una niña refugiada en brazos de su madre en Berlín. La imagen que ilustra el cartel de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado (y la portada de este semanario) refleja la crudeza del drama, pero también la belleza de la respuesta generosa de muchas personas. Percibir al extranjero como una persona con su dignidad inquebrantable y no como una amenaza es el primer paso. Más allá de su condición legal, en su mensaje para este domingo el Papa pide mirar a los migrantes «sobre todo como personas que pueden contribuir al bienestar y al progreso de todos».

Los obispos españoles recogen el guante. «Queremos estar ahí cuando se requiera nuestra ayuda a los refugiados, pero queremos estar ahí ya, como muchos venís haciendo, junto a otros solicitantes de asilo o migrantes, que a veces vagan sin rumbo por nuestras calles y plazas», afirman en su mensaje. Está, por un lado, el trabajo concertado de las diversas organizaciones de Iglesia, pero también la labor más informal de no pocas personas –católicas o no– que alojan en sus casas a migrantes sin recursos en tránsito hacia Centroeuropa. Es llamativo que los responsables de Migraciones pusieran este ejemplo en la presentación de la Jornada. La misericordia, o es concreta, o no es.

Más allá de la acogida, y en sintonía con el Papa, a la CEE le preocupa la integración. Frente a quienes propugnan obligar al forastero a renunciar a su identidad cultural, o, por el contrario, postulan una indiferencia egoísta revestida de multiculturalismo, Francisco defiende un verdadero encuentro entre personas con distintas identidades culturales. El camino no es sencillo, pero el mayor riesgo está en la inacción. Solo en 2015, 250 millones de personas abandonaron su hogar huyendo de la guerra o la pobreza. Las vallas no van a detener ese proceso. En nuestras manos está convertir este fenómeno, de gran potencial desestabilizador, en una «oportunidad para una auténtico crecimiento humano, social y espiritual», como propone el Papa.